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Fernando Insua Romero | Aceitunas para todos

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Mientras algunas ONG distribuyen alimentos, otras solo reparten contratos, ideología subversiva...

En un episodio magistral de El encargado, Guillermo Francella -como el cínico y brillante Eliseo- lanza una frase demoledora: “Siempre desconfía de las personas que trabajan de ser buenas; son las peores”. La dice al descubrir que una vecina, símbolo de la bondad barrial, proponía un menú escolar donde hasta el omelette venía con aceitunas, todo con un solo fin: hacer un negociado con la proveeduría de ese producto. Su generosidad era rentable. Y Eliseo, con una sonrisa amarga, desenmascara ese disfraz de solidaridad.

Esa ficción cobra vida muchas veces en nuestra sociedad, debiendo en un ambiente de economía criminal ser regulada, por eso esta semana el exministro José De La Gasca habló en Radio i99 sobre la necesidad del nuevo proyecto que el presidente Daniel Noboa presentó a la Asamblea: la Ley de Fundaciones, proyecto de ley con carácter de urgencia económica, cuyo propósito es regular el uso de fundaciones como vehículos para lavar dinero y financiar actividades ilícitas. Noboa fue claro: no busca perseguir a todas las ONG, solo a las que operan sin transparencia y se aprovechan de su reputación para introducir fondos ilícitos y, en algunos casos, desestabilizar al Estado. La propuesta asigna a la UAFE mayor potestad para fiscalizar a estas organizaciones y estipula que los fondos confiscados no permanezcan en entidades privadas, sino en cuentas del Banco Central.

Algunos grupos protestan por considerar que se afecta a la sociedad civil. Sin embargo, no se trata de atacar la solidaridad auténtica, sino el negocio de parecer altruistas. Mientras algunas ONG distribuyen alimentos, otras solo reparten contratos, ideología subversiva y digamos ‘aceitunas’ en cada plato para justificar su existencia. Esta ley, bien aplicada, puede despejar el espacio que han ocupado falsas fundaciones y fachadas de lavado, para devolver protagonismo a organizaciones que realmente trabajan, que no hacen activismo por el beneficio de ‘ser buenos’, ni ostentan donaciones opacas. Porque si la bondad es genuina, no debería temer ser fiscalizada. Y como diría Eliseo: detrás de cada ‘omelette con aceitunas’ puede haber una factura, una licitación o una fachada de lavado.