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Fausto Ortiz | Se acabó el impulso: ¿y ahora qué?

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Si desde el sector privado no encontramos espacios de diálogo, no bastará con tener estabilidad macroeconómica

El Banco Central del Ecuador (BCE) publicó su primera estimación de lo que considera será el crecimiento de la economía ecuatoriana para el año 2026. Ha señalado que será de 1.8%. Un crecimiento huérfano del impulso que en este año recibió del Gasto de consumo de los hogares (6.4%), de la Inversión a largo plazo (4.4%) o las Exportaciones (4.1%). Se acabó el rebote, dice claramente el BCE. Nos toca volver a la realidad. El asunto acá es poder determinar cuál es nuestro real potencial de crecimiento y entender qué se necesita para superarlo.

La economía ecuatoriana, medida por el PIB real, del año 2001 a 2025 creció 3.26% en promedio. No es un mal número para 25 años, pero si los separamos en tres períodos, la historia reciente cambia fuertemente. El crecimiento desde el 2001 hasta 2009 fue de 4.22%. De 2009 a 2017 el PIB creció 4.35%. Estos dos períodos estuvieron influenciados por varias crisis, primero la dolarización en el año 2000 y luego el impacto de la crisis financiera estadounidense de fines del 2008 y el terremoto de 2016.

El período más reciente, de 2017 a 2025 no estuvo ajeno a crisis, de hecho, recoge la más fuerte que fue la pandemia. En estos años la economía solo alcanzó a crecer 1.24%, incluso por debajo de nuestro crecimiento poblacional que se ubica cerca del 1.5%. Y aquí toca destacar que no es por la pandemia solamente que se tiene un mal número. Primero porque el 9.2% que cayó la economía en el año 2020, fue íntegramente compensado en 2021 cuando la economía creció 9.4%. Segundo, ya en 2018 la economía apenas creció 1% y para el 2019 un 0.2%.

Tanto el BCE como el FMI parecen señalar que nuestro crecimiento estructural, o de largo plazo se ubica en el rango de 1.8% esperado del BCE y 2% recientemente publicado por el FMI.

Seguir haciendo lo mismo, nos asegura seguir recibiendo lo mismo. Somos una economía que se niega a aprovechar las bondades, tanto de la producción petrolera como las que brinda una minería legal y responsable. Y como nos negamos a mejorar los ingresos, entonces ajustamos los gastos en donde no se deben recortar: obra pública. Y como no nos alcanza, también limitamos sectores esenciales como Salud y Educación a quienes no les proporcionamos los recursos que, por decisión popular, leyes y constitución deberían recibir.

Después de tantos años debe ser más fácil darse cuenta que mientras mantengamos déficit fiscal elevado y financiado a través de deuda con recursos originados en la propia economía, va a ser más difícil abandonar el mediocre crecimiento. Se necesita plata fresca, recursos de largo plazo, inversión extranjera, ojalá a minería y petróleo, pero también a empresas locales que tengan capacidad de mejorar los muy malos niveles de empleo que se reportan mensuales.

Si desde el sector privado no encontramos espacios de diálogo para asumir el reto de dinamizar la economía, no bastará con tener estabilidad macroeconómica. El crecimiento proyectado por el BCE para 2026 indica que se nos terminó el impulso. Estamos todos trepados en una camioneta que no avanza. Toca bajarse a empujar para que vuelva a arrancar, porque podríamos quedarnos varados en una zona peligrosa.