Guayaquil percepción
Diferencias. Cada ciudadano tiene una percepción distinta de la ciudad y acorde al sector de donde proviene. La mayoría coincide en que Guayaquil es motivo de orgullo e identidad.GERARDO MENOSCAL

Mucho orgullo, poco optimismo: La “relación tóxica” con vivir en Guayaquil

Una encuesta de percepción revela que aunque el ciudadano local es orgulloso de su ciudad, tiene poco optimismo al futuro

Es una contradicción vital, casi una patología social que define el ánimo del Puerto Principal. El habitante de esta ciudad sostiene una “relación tóxica” con su entorno: ama profundamente lo que fue, pero teme con la misma intensidad lo que vendrá.

Una encuesta de Guayaquil Cómo Vamos revela la percepción del guayaquileño

Según los últimos datos de la encuesta Guayaquil Cómo Vamos, existe una brecha abismal de 60 puntos entre el sentimiento de pertenencia y la esperanza. Mientras el 86% de los ciudadanos afirma sentirse orgulloso de ser guayaquileño, apenas un 26% mira el futuro con optimismo.

Esta dicotomía no es casualidad, sino el síntoma de una “identidad de resistencia”. Para Hugo Calle, antropólogo de la Espol, el orgullo funciona hoy como un “mito cultural”, un ancla necesaria para no naufragar ante una realidad hostil.

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El ciudadano repite el mantra de “madera de guerrero” para afirmar quién es, incluso cuando la infraestructura urbana y la seguridad le fallan a diario. “Amamos lo que Guayaquil representa, pero dudamos de su futuro”, explica Calle. Es un mecanismo de defensa psicológico: el orgullo mira a un pasado glorioso construido colectivamente, mientras que el pesimismo se alimenta de un presente incierto.

La calle confirma lo que la estadística sugiere. Favio Santillán, un joven ciudadano, ilustra esta frustración cotidiana. Aunque se identifica con la riqueza cultural de la urbe, siente que la ciudad se degrada ante sus ojos. “Nos conformamos con migajas”, sentencia, al referirse a la escasez de espacios verdes y a proyectos de movilidad, como las ciclovías, que se perciben insuficientes o inseguras en avenidas oscuras como la Narcisa de Jesús. Para él, como para ese 73,1% de encuestados que señala a la inseguridad como el principal problema que afecta su calidad de vida, la supervivencia diaria erosiona la capacidad de soñar con una ciudad mejor.

Sin embargo, el fenómeno no golpea a todos por igual. La politóloga Andrea Endara analiza cómo la geografía y la gestión pública moldean este sentimiento. El orgullo es un privilegio territorializado. En zonas como la parroquia Febres Cordero, donde la intervención municipal es más tangible, el orgullo se mantiene alto (75,9%). En contraste, en la Isla Trinitaria, la cifra se desploma al 38,2%. “Donde la vida es más dura, el orgullo se erosiona más rápido”, corrobora Calle. Endara añade que la falta de servicios y la cooptación de espacios por grupos delictivos en sectores vulnerables fracturan el sentido de pertenencia; allí, ser guayaquileño empieza a vincularse peligrosamente con la exclusión.

“En 28 años, todo sigue igual y no para bien: el estero descuidado, la basura no se gestiona. Amo a mi ciudad, pero me aterra.Francisco Orellana
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Esta fractura social tiene un componente generacional alarmante. Los datos muestran que los mayores de 65 años son el grupo más desencantado: su orgullo baja al 77% y su optimismo a un raquítico 15%. Marcia Serrano, quien vivió la ciudad en los años 80, pone voz a esta estadística: “Este ya no es el Guayaquil de antes. Hoy el miedo no nos deja disfrutar”. Endara interpreta esto como una ruptura estructural: el adulto mayor compara la ciudad actual -violenta, acelerada y digital- con la urbe caminable y vecinal de su memoria, sintiéndose funcionalmente excluido de la narrativa contemporánea.

Pero quizá el riesgo más grande de esta “relación tóxica” no sea la tristeza, sino el egoísmo. Cristina Avellán, otra ciudadana, advierte que el pensamiento colectivo de la “viveza criolla” o el “ser sabido” puede anular el orgullo genuino, dejándonos con “objetivos egoístas”.

El antropólogo Calle coincide y alerta sobre el peligro del “individualismo defensivo”: una ciudad donde, al no creer en un proyecto colectivo, la gente se aísla en sus círculos privados para protegerse.

Por eso, no es descabellado decir que la ciudad se encuentra en un punto de inflexión. La identidad sigue fuerte, resistiendo como un dique ante la marea de violencia y desempleo, pero la esperanza se está filtrando. Si la brecha entre el orgullo por lo que fuimos y la fe en lo que seremos no se cierra mediante seguridad, obras y una reconstrucción del tejido social, coinciden los expertos, Guayaquil corre el riesgo de convertirse en una aglomeración de individuos que comparten un código postal, pero han dejado de compartir una pasión.

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