
La calle Panamá espantó al miedo y revivió en la noche con salsa al aire libre
Cientos de ciudadanos recuperaron el espacio público del centro en una inusual jornada nocturna de paz
En la intersección de Imbabura y Panamá, la noche del viernes 21 de noviembre latió diferente. Lo que habitualmente es un corredor de puertas metálicas cerrándose y silencio temeroso tras el ocaso, se transformó en una pista de baile improvisada. No hubo tarimas gigantes ni discursos políticos; solo la voluntad de una ciudadanía que decidió, por unas horas, que la calle les pertenecía.
¿Cómo se vivió la fiesta que desafió a la inseguridad?
"Hoy nadie se guardó". La convocatoria, que nació de la autogestión entre colectivos culturales y locales comerciales, parecía un desafío a la lógica de una ciudad que se encierra temprano. Al principio eran decenas, tímidos, mirando a los lados. Pero al sonar la clave de la salsa, el miedo se diluyó entre las baldosas.
Leticia Gavilanes, de 74 años, llegó desde Sauces. Al principio sentía el peso de las noticias, el temor de salir de noche. Horas después, se movía con la energía de quien ha rejuvenecido dos décadas. "Al comienzo sí tuve ciertos temores, pero ya no. Me siento como de 50 ahorita, de verdad, de ver este ambiente tan agradable", confesó, mientras la música ahogaba el ruido lejano del tráfico.
"La primera toma del espacio público, por parte del público"
La premisa fue simple: la ocupación es seguridad. Anita Rivas, de Conciencia Positiva, miraba incrédula la asistencia. Esperaban cien personas; llegaron más de doscientos. La gente no solo buscaba diversión, buscaba sanar.
"No todo en la vida es productividad. Necesitamos pausar, respirar y movernos", explicaba Rivas, destacando que disfrutar del viento y la luna sin "ningún tipo de altercado" es también un derecho ciudadano.
Fue una mezcla heterogénea. Jóvenes de la periferia y abuelas del norte; oficinistas y turistas. "Si no hubiera delincuencia, esto sería uhhh", se le escapó a un asistente, resumiendo el sentir colectivo: la nostalgia de lo que Guayaquil podría ser cada noche.

La unión cívica lo hace posible
Detrás del júbilo hubo estrategia. Colectivos como Sacrilegio, Malviartes y el restaurante Retrofood unieron fuerzas. Yann Franco, de Sacrilegio, lo tiene claro: se trata de "apropiación". Inspirados en ciudades como Cali, buscaron que el baile trascienda la raza y el estatus social.
La jornada transcurrió con una civilidad sorprendente. "Esto es para disfrutar sanamente, sin destruir la propiedad", repetía el animador. Y la multitud obedeció. Incluso las botellas vacías quedaron ordenadas junto a los postes, recogidas luego por la organización. Ni el Municipio ni la Policía interrumpieron; esta vez, la autoridad dejó ser.

El éxito de esta jornada dejó la vara alta. Sheyla Vargas, propietaria de un local en la zona, celebró la inyección de vida —y de economía— en un sector golpeado. "Es identidad, es apropiarnos de la calle", sentenció.
La promesa quedó flotando en el aire húmedo de noviembre: hacerlo mensual. Recuperar la "zona rosa" original, no con bares cerrados, sino con cultura abierta.





