mujer maltratada
Gabriela llora apenas recuerda lo que le ocurrió durante sus cinco años de matrimonio.Amelia Andrade

Despertó de la pesadilla del femicidio

Gabriela padeció de violencia de parte de su esposo. Hace seis, por poco pierde la vida luego de que le reventara un vaso en la cara.

Solo recuerda la sangre que le salía a borbotones del cuello. Gabriela Sánchez hilvana los retazos del 21 de mayo de 2014, tartamudeando de pánico. Las lagunas mentales que tiene están llenas de lágrimas. Se toca una cicatriz que forma un alto relieve redondo sobre la yugular. Llora. La piel ya no siente, pero duelen los recuerdos.

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“¿Seguro quieres mostrar tu rostro, Gabriela?”, le pregunta la abogada Rosendi López, minutos antes de relatar, por primera vez desde que ocurrió, lo que pasó la noche en la que su esposo le estampó un vaso de vidrio en el rostro. Para él, un ‘castigo’ por no obedecerlo y traerle agua. Para ella, el día en que pensó que moriría, luego de cinco años de golpes y maltratos. Para la Ley, un intento de femicidio.

“Quiero. Y quiero mostrar mi rostro también, para que la gente sepa que la violencia de género le pasa a todas, de todas las clases sociales”, pronuncia la salinense, de 29 años, tratando de perpetuar la valentía en su voz, pero la quiebra el dolor.

Tenía 24 años, cinco de casada con el joven al que se entregó enamorada, a los 19. Tan enamorada estaba, que quedó embarazada en su primera vez y no dudaron ambos en celebrarlo con una boda.

El hogar que siempre soñó se convirtió en pesadilla. Los golpes aparecieron camuflados en celos, en restricciones, en insultos y descréditos. Los maquillaba para que sus padres no los notaran.

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Ese recuerdo, el de los primeros puñetazos que le partieron el labio y que le dejaron morado el ojo izquierdo, hace que sus manos tiemblen como si se estuviera congelando. Se traslada a aquel día en el que, lejos de su costumbre de llevar la cara lavada, la cargó de maquillaje tan fuerte, que apenas se le notaban los golpes.

“Estaba en casa de mis papás, en Salinas, y mi mamá me miró extrañada y me dijo que estaba muy bonita. Yo quería gritarle cómo me sentía por dentro, pero no pude. Me fui a llorar a la playa hasta que se hizo de noche”, relata con la mirada clavada en la mesa de la sala de reuniones de la Unidad contra la Violencia de Género, ‘Amiga, ya no estás sola’.

La abogada López y la psicóloga Johanna Intriago, de esa Unidad que ha brindado atención a más de 3.000 mujeres que han padecido violencia de género desde su creación en 2017, la miran sollozar. Ellas también escuchan su relato por primera vez. Gabriela supo de esa organización y quiso unirse para terminar de borrar las secuelas psicológicas que arrastra por el maltrato.

En media hora, Gabriela resume cinco años de bofetadas en casa, de agarrones de cabello en centros comerciales, de aguantar frío desnuda afuera de casa, de prácticas sexuales obligatorias luego de recibir una golpiza, los mismos golpes que le hicieron perder al bebé que esperaba. Hasta que llegó ese 21 de mayo. Ambos vivían en el extranjero desde hacía dos años y ella, salvo por la familia de él que sabía de los maltratos, estaba sola.

mujer víctima de violencia
Gabriela tiene múltiples cicatrices en el lado izquierdo de su rostro. Una de ellas, en el cuello.Amelia Andrade

Saborea el enojo de su pareja, como si no hubiera pasado el tiempo, y frunce el ceño. La había terminado y él le pidió agua. Ella, llorando, le preguntó que cómo se le ocurría pedirle un favor luego de haberla maltratado. Fue todo.

Lo siguiente que recuerda es la sensación de los vidrios incrustándose en sus mejillas, en su sien y en su cuello. Revive el rostro de su esposo, de espantado por la sangre. Luego, las preguntas en el hospital que jamás pudo responder: “¿cómo le pasó esto, señora?”. No dijo nada. Haber estado parada junto a la muerte la hizo guardar silencio.

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Fue una vecina, que había mirado desde lejos la evolución de la violencia que padecía, la que la sacó de casa días después. Aprovechó que el hombre no estaba y la motivó a recoger sus cosas y marcharse. “Si ella no hubiera aparecido, yo estaría muerta...”.

Gabriela escapó. Lo denunció, pero luego de cuatro meses de implorar justicia, inútilmente, en un país que no era el suyo, finalmente decidió abandonarlo todo y regresar a Ecuador. Quería alejarse y evitar represalias. Solo rogaba para que la pesadilla terminara. Él, ahora, seis años después, está libre.

A pesar de todo, Gabriela se considera una mujer afortunada. Tuvo la posibilidad de burlar a la muerte en manos de la violencia machista. La oportunidad que no tuvieron las 19 mujeres que han sido asesinadas en lo que va del 2020 en Ecuador.

En las estadísticas de la Fiscalía Provincial del Guayas, el femicidio es una cifra que aumenta año a año. Pasó de 9 casos en 2014, solo en Guayaquil, a 49 en la misma ciudad, en 2019.

mujer maltratada
La primera vez que su esposo la golpeó, fue cuando tenían un año de novios, en el brazo.Amelia Andrade

Las historias como las de Gabriela pululan entre los expedientes de Yoli Pinillo, coordinadora de la Unidad Especializada en Violencia de Género de la Fiscalía del Guayas. La única diferencia es que varias de ellas ahora están muertas.

Se acongoja. Hace poco tuvo que seguir el femicidio de una mujer que ella misma atendió en 2015. En ese entonces, la víctima denunció a su pareja por maltrato psicológico. Un año después, lo denunció cuando le cortó el brazo con un cuchillo.

“El problema es que normalizamos la violencia. Muchas mujeres tampoco quieren continuar el proceso, motivadas por diversos factores que los encabeza la dependencia económica”, lamenta. La mayoría de mujeres que han sido asesinadas en el país, han tenido boletas de auxilio.

En el caso de Gabriela, no fue una dependencia económica, sino el sinsabor de un matrimonio fracasado. Pero era eso o su propia vida. Eligió la segunda. Ahora, ve en cada mujer maltratada a la veinteañera de 90 libras de peso, delgada por la depresión, y no quiere que se repita su historia.

Porque sabe bien que, aunque pocos se atrevan a hablar, todos tienen a alguna mujer cercana que vive violencia de género, sea esta física o psicológica. Su propia suegra se le acercaba, cuando la veía agotada de llorar, para decirle que se quedara tranquila, que ella había pasado por lo mismo y aprendió a aguantar.

“No, no tenía que aprender a aguantar, tenía que salvar mi vida. Por eso, quiero que conozcan mi historia”.