
A Guayaquil se la ama, incluso con sus defectos
¿Se puede amar a una ciudad aun cuando ya no se siente segura? El guayaquileño confirma que pese al miedo y el abandono, sí
Históricamente, julio ha sido el mes en el que los guayaquileños sacan a relucir su amor por la ciudad. Esa que han descrito como alegre, festiva, cálida y con una gastronomía que atrae y cruza fronteras. La que ha acogido a migrantes y forasteros como si fueran parte de su propio tejido social. Esa que, insisten, convive con un río que, aunque ahora permanece desatendido y sin vida, guarda en su cauce gran parte de su identidad.
Sin embargo, como ha venido reportando EXPRESO, la alegría que caracterizaba al guayaquileño parece haberse desvanecido. La violencia, los secuestros, las extorsiones, los asesinatos y la sensación de inseguridad han alterado profundamente la vida diaria. Comerciantes que cierran por miedo, familias que prefieren no salir, barrios otrora vibrantes ahora silenciados por la amenaza latente...
¿Cómo se sigue amando a una ciudad herida por la violencia?
¿Se puede seguir amando a una ciudad cuando ya no se siente segura? Esa fue la pregunta que este Diario planteó a ciudadanos de diferentes sectores de Guayaquil, en el mes en que se celebra su fundación. Y como respuesta, lo que se obtuvo es que, pese a la violencia, los guayaquileños no renuncian al orgullo por su ciudad.
"El problema no es Guayaquil, son sus autoridades"
“Por supuesto que se puede amar a Guayaquil como antes. El problema no es con la ciudad, sino con sus autoridades. Yo sigo amando a mi ciudad como siempre. Extraño esa vida de barrio que antes era más visible, pero amo a Guayaquil más que a ningún otro pedazo de tierra en el mundo. Aquí he vivido, eché raíces. Mi gente es guayaquileña”, asegura Esther Mendoza, de 72 años y residente de la quinta etapa de la ciudadela Alborada.
Romina Ricaurte, residente de Sauces 4, coincide con esa visión. Para ella, el vínculo con la urbe va más allá de las circunstancias actuales.

Hay temor, pero el amor por Guayaquil se mantiene vivo y se celebra: en el barrio, en la calle, un colegio. El guayaquileño habla de su ciudad con orgullo, porque es resiliente, fuerte y ama su tierra.
“Amo ser guayaquileña, así sea caliente y tenga un tránsito que me atormenta. Me duele que se pierda la identidad local por miedo o por abandono. Me indigna ver obras estancadas, como Guayarte, la Plaza de la Música o el malecón del Salado… pero amo la calidad de su gente. El guayaquileño es empático, luchador. Nos define el barrio, no las autoridades. Y en los barrios, la esencia es buena”, reflexiona.
Identidad y orgullo, más fuertes que el miedo
Lorena Sánchez, de la ciudadela 9 de Octubre, señala que ese sentimiento de pertenencia se mantiene, incluso frente al temor. “Sé que no estamos en el mejor momento, pero el orgullo por Guayaquil me impulsa a seguir. Amo su comida, el ánimo de su gente… Esa fuerza que no se rinde, que lucha por su tierra. El guayaquileño sabe cómo levantarse, es resiliente”.
Y estas palabras coinciden con los resultados que arrojó un estudio realizado en 2024, cuando los índices de violencia en el Puerto Principal ya eran altos. Dicho análisis, elaborado por el colectivo Guayaquil Cómo Vamos junto a instituciones académicas e investigativas, reveló que el 86 % de los guayaquileños dicen sentirse orgullosos de su ciudad.
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Los barrios donde el apego por Guayaquil sigue intacto
Los más orgullosos, según el análisis, son los ciudadanos entre 46 y 55 años, con un nivel de aceptación del 90 %. Entre los sectores que expresan mayor apego a su ciudad están La Florida, Mapasingue, Prosperina, Guasmo, La Floresta, Río Guayas, ciudadela 9 de Octubre, barrio Cuba y La Saiba.
En contraste, sectores como el centro de Guayaquil, Kennedy, Urdesa y La Atarazana registran un menor nivel de orgullo. Esto, según reconocen sus vecinos, se debe a que esa vida de barrio e identidad ha ido desapareciendo a causa de la inseguridad, el abandono estatal y la migración de vecinos.

“Yo amo a mi ciudad, pero me apena cómo está Urdesa. Sin un estero con vida, con calles inseguras, poca iluminación y solo el recuerdo de lo que era un vecindario. Yo amo a mi ciudad, sí..., pero extraño a la ciudad del ayer. Quisiera que vuelva”, reconoce Betty Cáceres, de 61 años.
La encuesta también revela un dato clave: aunque la mayoría dice estar satisfecha con la ciudad, el optimismo hacia el futuro es bajo. Esa percepción concuerda con los resultados de otro estudio hecho por la firma Ipsos en Guayaquil y Quito, donde la desconfianza hacia las autoridades locales, como publicó antes EXPRESO, se posiciona como un factor determinante del desencanto.
En los guayaquileños permanece vivo el orgullo de ser y vivir en esta ciudad, defendiendo sus costumbres, activando a su gente, participando en eventos con el barrio.
Donde el orgullo decae: el impacto del abandono y la migración
“Guayaquil es una ciudad linda. No nací aquí, pero amo cada espacio que conozco”, comenta Sonia Caicedo, una manaba que lleva 14 años viviendo en la ciudad. “La inseguridad mancha todo, pero prefiero quedarme con lo bueno: la gente es divertida, amable. Esta ciudad, pese a todo, aún tiene mucho corazón”.
Para Marlon Cabrera, vicepresidente del Observatorio Ciudadano de Servicios Públicos, el amor y orgullo por Guayaquil no solo están latentes, sino que los guayaquileños siempre viven con la esperanza de días mejores y de no claudicar. Siguen laborando: preocupados y tensos, pero altivos y metiéndole ganas.
“A Guayaquil se la quiere incluso con miedo; pese a todo, se la ama. Uno vive orgulloso de ser y vivir en esta ciudad, defendiendo sus costumbres, sus preferencias deportivas, culinarias. Identificándose como tal en las celebraciones patrias, en la fundación, activando los barrios, participando activamente en eventos con la comunidad y el vecindario”, expresa.

El llamado a defender a Guayaquil antes de que sea tarde
Gelacio Mora, representante del colectivo Tejido Social, está de acuerdo con esa apreciación, pero hace un llamado a reaccionar para no poner en riesgo ese amor y respeto que hay por el Puerto Principal.
No nací en esta ciudad, pero siento amor por ella porque aquí formé mi hogar y mi familia. Por eso la defenderé como si fuera mía. Ser madera de guerrero no puede ser una frase solo del recuerdo.
“La ciudad, emporio económico, está condenada a desaparecer si las autoridades, tanto seccionales como nacionales, no se unen para defender con políticas de Estado a los ciudadanos. Pagar la deuda social es vital para recuperar la paz, el progreso y el bienestar que hoy nos han sido arrebatados por la traición de quienes debían brindarnos seguridad y han sucumbido a la tentación del dinero. Vendieron su conciencia, traicionando el juramento que un día hicieron de defender al pueblo”, dice.
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A pesar de que no nació en Guayaquil, él siente amor y gratitud por haber podido formar aquí un hogar y una familia. “Por ello continuaré defendiéndola como si fuera mía. Alzando la voz para que vuelva a ser la ciudad que siempre fue: guerrera”, sentencia.

La identidad como refugio: qué representa hoy “ser guayaquileño”
“Guayaquileño, madera de guerrero” es más que un verso popular. Para la psicóloga Katherine Alcívar, docente de la Universidad Internacional del Ecuador (UIDE), campus Guayaquil, esta frase encierra una identidad colectiva que ha atravesado generaciones. Está presente en el habla cotidiana, en las celebraciones cívicas y en la forma en que la ciudad enfrenta sus desafíos. Sin embargo, en un contexto de creciente violencia e inestabilidad social, cabe preguntarse si ese orgullo sigue siendo un refugio emocional.
Alcívar explica que la identidad colectiva no es una simple etiqueta, sino una forma de entender el mundo y ubicarse en él. Sentirse parte de una comunidad que valora su historia, su cultura y sus logros fortalece la autoestima y permite afrontar mejor el estrés. En ese sentido, “ser guayaquileño” va más allá de vivir en la ciudad: es una narrativa compartida que puede funcionar como una red de contención emocional, explica.
“Las generaciones anteriores contaban con vínculos más sólidos: el barrio como familia extendida, las fiestas populares como espacios de encuentro, los juegos en la calle como rituales de pertenencia. Aunque esos referentes han perdido fuerza, aún existen expresiones culturales y prácticas comunitarias que permiten a los jóvenes reconocerse en una historia común y significativa”.
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Sin embargo, en medio de esa búsqueda de identidad, surgen tensiones. Según la psicóloga, se ha instalado con fuerza la figura del “sabido”, aquel que prioriza su astucia individual por encima del bienestar colectivo. Esto debilita los lazos comunitarios y confunde a los más jóvenes, quienes oscilan entre los valores solidarios del barrio y la lógica del “sálvese quien pueda”. Cuando lo colectivo se fragmenta, también lo hace el sentido de pertenencia, lo que impacta directamente en la salud mental.
Por eso, dice Alcívar, es urgente recuperar una identidad guayaquileña que rescate lo mejor de su historia: la calidez, el ingenio, la alegría, la resiliencia. “Hacer memoria no es un ejercicio nostálgico, sino una herramienta para reconstruir comunidad. Si los jóvenes pueden reconocerse en una historia que no idealiza el pasado pero sí valora lo que aún persiste, tendrán más herramientas para vivir con orgullo, sentido y esperanza en su ciudad”, detalla a EXPRESO.
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