
El Club 22 de julio deja Esmeraldas por Imbabura debido a la violencia
La muerte del capitán del equipo Jonathan González dieron un giro para los seis partidos que faltan para el ascenso
El Club 22 de Julio de Esmeraldas, que disputa la Serie B del fútbol ecuatoriano, jugará sus últimos seis partidos del torneo en la provincia de Imbabura.
La decisión, anunciada oficialmente por la dirigencia, responde a “motivos de fuerza mayor”, pero en la práctica es un grito desesperado de auxilio en medio de un ambiente marcado por amenazas, extorsiones y presiones criminales que han convertido al deporte en un campo de alto riesgo.
La medida llega días después del asesinato de Jonathan González, capitán del equipo, un crimen que expuso la dimensión de la violencia que rodea al club. y es que lo que en un inicio fueron rumores sobre apuestas en línea se convirtió en una red de hostigamientos y atentados contra jugadores, dirigentes y familiares, hasta desembocar en la tragedia.
De acuerdo con testimonios de allegados, el detonante fue el empate 1-1 frente a Chacarita, el 10 de septiembre en el estadio Folke Anderson. Para el campeonato, aquel marcador parecía irrelevante. Pero para las mafias que operan en el mercado clandestino de apuestas, el resultado fue una afrenta: el club debía perder. En los circuitos ilegales de juego se habían movido miles de dólares, y la resistencia a cumplir con el guion fue la sentencia de muerte para González.
Semanas antes de su asesinato, su vehículo fue baleado en un intento de amedrentarlo y su madre fue extorsionada.
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La dirigencia tampoco ha quedado a salvo. El propio presidente del club abandonó Esmeraldas y se encuentra en paradero desconocido, comunicándose apenas de forma esporádica. Eso sin contar que el temor a represalias ha empujado a varios jugadores a renunciar, mientras que quienes permanecen lo hacen bajo la constante sensación de que cualquier partido puede ser su último.
Hay desde advertencias de ataques con explosivos contra las instalaciones, hasta la exigencia de pagos que oscilan entre 2.000 y 5.000 dólares. “Todos tienen miedo”, dicen personas cercanas al camerino.
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