
Relaciones sugar: Qué hay detrás de los sugar daddy y sugar baby
Conozca qué lleva a alguien a ser sugar daddy o sugar baby y cómo este vínculo puede impactar su bienestar integral.
Ella tiene 23 años, aún está en la universidad y, durante una reunión entre amigas, revisa constantemente su celular a la espera de un mensaje. Minutos después, él (casi dos décadas mayor), le escribe para confirmar la cena de esa noche y, casi como un gesto automático, le pregunta si necesita algo más para la semana. No son pareja, ni quieren serlo, hay un pacto claro y una dinámica que ambos aceptan.
A lo largo de los años, las relaciones sugar daddy y sugar baby se han vuelto cada vez más visibles y normalizadas, especialmente en redes sociales. Pero detrás de los regalos, viajes y experiencias lujosas, existe un entramado emocional y psicológico mucho más profundo. A continuación, SEMANA consultó con expertos para conocer qué motiva a las personas a buscar este tipo de vínculos, cuáles podrían ser los riesgos y por qué estos roles han ganado espacio.
Acuerdos y roles definidos
Para la psicóloga y sexóloga María Fernanda Serrano, este tipo de relaciones no responde a una sola motivación, sino a necesidades emocionales y contextuales distintas en cada persona. En muchos casos, explica, quien asume el rol de sugar baby busca estabilidad económica, apoyo o una sensación de cuidado y validación que no ha encontrado en otros vínculos. “A veces también influyen experiencias de carencia, inseguridad o la necesidad de sentirse valoradas”, señala.
Desde el otro lado, Serrano explica que quienes se identifican como sugar daddy suelen encontrar en estas dinámicas una forma de sentirse deseados, admirados o con una posición de control. Estas relaciones ofrecen compañía bajo condiciones claras y con menor exigencia de implicación emocional profunda, lo que puede resultar atractivo para personas que temen la vulnerabilidad o el compromiso afectivo.
Sin embargo, el rol del sugar daddy suele tener una posición de mayor control y ventaja dentro de la relación. “Al contar con más recursos económicos, estatus y experiencia, estas personas pueden entrar y salir del vínculo con mayor facilidad, sin que ello implique necesariamente un impacto emocional profundo y duradero”, explica el psicólogo y sexólogo Rodolfo Rodríguez.
Esta capacidad de cambiar de sugar baby o incluso de sostener varios vínculos de forma paralela refuerza la desigualdad de poder dentro de la dinámica. Por eso, Rodríguez enfatiza que se trata de una relación asimétrica, donde una de las partes queda más expuesta emocionalmente y el intercambio se da entre personas con diferencias claras de edad, recursos económicos o estatus, mientras los vínculos amorosos o afectivos pasan a segundo plano.
De lo escondido a lo visible
Rodríguez, explica que antes de la pandemia ya existían redes sociales y aplicaciones que facilitaban este tipo de vínculos, pero fue durante el COVID-19 cuando nuevas plataformas tomaron mayor impulso al convertirse en una alternativa para cubrir necesidades económicas y emocionales en un momento de incertidumbre global.
Con el tiempo, el especialista advierte que también se empezó a captar a personas cada vez más jóvenes, para quienes el acceso a bienes, experiencias o pequeños símbolos de estatus (como un celular nuevo o ciertos ‘lujos’ como carteras o joyas), fue lo que las motivó a entrar a estas relaciones.
Las huellas emocionales que perduran
A corto plazo, muchas personas jóvenes deciden asumir el rol de sugar baby pensando que “no va a pasar nada”, enfocándose únicamente en los beneficios inmediatos como lujos, experiencias o validación externa. Sin embargo, Serrano señala que, con el tiempo, pueden aparecer dinámicas de dependencia emocional y económica, así como un progresivo alejamiento del entorno familiar y de la propia realidad. “Algunas señales de alerta son el miedo a decir no, sentir que el cariño depende de cumplir expectativas, el aislamiento o la dificultad para poner límites”, explica.
Así mismo, Rodríguez añade que estas dinámicas afectan directamente la autoestima y la percepción del propio valor, y que el riesgo se incrementa cuando la relación se basa en la amenaza de perder estatus o beneficios si no se cumplen ciertas exigencias. “Se generan vínculos que pueden volverse psicológicamente destructivos e incluso pueden derivar en formas de violencia psicosocial, manipulación o explotación”.
A largo plazo, estas experiencias también pueden dejar secuelas profundas, afectando la autonomía emocional y la capacidad de establecer relaciones sanas, equilibradas y basadas en el respeto mutuo.
Más allá del acuerdo
Según los expertos, el cuidado emocional y la forma en que se toman decisiones afectivas se construyen desde casa. Desde su experiencia en consulta, Rodríguez señala que muchas de estas dinámicas empiezan en la adolescencia y se consolidan durante la etapa universitaria. Por ello, insiste en la importancia de la familia al trabajar valores, principios y autoestima desde edades tempranas, así como enseñar a los jóvenes para que aprendan a poner límites y a construir vínculos donde el afecto y el valor personal no dependan del dinero, el estatus o la validación externa.
Serrano finaliza que no se trata de juzgar estas relaciones, sino de invitar a la reflexión. Para la especialista, es clave preguntarse si ese vínculo realmente permite crecer emocionalmente o si “solo cubre necesidades inmediatas a un costo personal que puede llegar a ser muy alto cuando la relación termine”.
¿Hay sugar mommy?
Serrano explica que el término sugar daddy se utiliza desde el siglo XX y que su versión femenina, sugar mommy, apareció de forma paralela. “En un inicio, el dinero que algunas mujeres destinaban para solventar a su sugar baby provenía, en muchos casos, de sus esposos adinerados. Sin embargo, esta dinámica fue cambiando a medida que las mujeres ganaron mayor independencia y espacio en el ámbito laboral”, señala.
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