
Cuando los hijos se van de casa: cómo enfrentar el 'síndrome del nido vacío'
Aunque los hijos se vayan, el amor permanece. Esta etapa es también una oportunidad para reencontrarse consigo mismo.
Para muchos padres, la partida e independencia de sus hijos del hogar familiar se siente como una pérdida silenciosa, como si algo se desarmara por dentro... Sin duda, esta nueva fase, acompañada de una rutina distinta y una mezcla de emociones, puede ser desafiante para todos. Y es en ese momento cuando surge el llamado ‘síndrome del nido vacío’, que más que una etapa de tristeza, podría ser visto como un nuevo comienzo lleno de amor, transformación y madurez.
La partida de los hijos no es una pérdida
El término del ‘síndrome del nido vacío’ se ha popularizado para describir lo que sienten muchos padres cuando los hijos dejan el hogar. Pero más allá de este título, lo que hay es una experiencia emocional válida y natural. “¿Por qué deberíamos vivirlo como una pérdida si nadie ha muerto? A veces los hijos viven a pocas cuadras, y aun así se siente como un duelo”, menciona el psicólogo clínico Kevin Ubillus. Es que, no es la distancia física lo que duele, sino el cambio de rol. Ya no son los cuidadores de siempre, ahora toca encontrar una nueva forma de estar presentes.
Etapa con un vaivén de emociones
La psicóloga clínica Indira Carvajal comenta que “más del 60 % de los padres que atraviesan por esta situación refieren sentir tristeza y miedo”. Pero también emergen otras emociones como el alivio, la felicidad o la libertad, ya que la partida de los hijos puede abrir espacio para nuevas metas, tanto personales como en pareja.
Los hijos, por su parte, también transitan su propio torbellino emocional porque no siempre es fácil encontrar equilibrio entre la ilusión de la independencia y la nostalgia por lo que se deja atrás. Y más aún cuando surgen preguntas como: ¿Estoy abandonando a mis padres? ¿Estarán bien sin mí? Sobre estas dudas, Carvajal aclara: “Irse no es abandonar. El amor no se mide por la cercanía física, sino por la calidad del vínculo que se construye”.
Volver la mirada hacia uno mismo
Cuando los hijos ya no están en casa, se abre un espacio para cuidarse, algo que muchas veces quedó relegado al centrarse en el rol de padre o madre. “Es una invitación a preguntarse quién soy ahora, más allá del rol parental”, afirma Carvajal.
Es el momento de retomar aquello que quedó en pausa: sueños personales, pasatiempos olvidados, viajes pendientes. También puede ser una oportunidad para fortalecer el vínculo en pareja y construir nuevos planes juntos. “Volver a elegirse, reenamorarse y trabajar en lo que conlleva el amor en la relación”, sugiere Carvajal. O si está soltero, tal vez sea la ocasión de abrirse a nuevas personas o, por qué no, a un nuevo amor.
Recuerde, más allá de llenar el tiempo libre con actividades, se trata de reconectar con el deseo. ¿Qué me gusta? ¿Qué me emociona? ¿Qué me da alegría? Redescubrir estas respuestas puede ser tan liberador como necesario. Y aunque esta etapa tenga sombras, también puede iluminar nuevos caminos: una posibilidad para reinventarse, recuperar la vitalidad y abrazar lo que está por venir, con menos miedo y más libertad.
Además, si la casa se siente más silenciosa de lo habitual, retomar la vida social puede traer aire fresco. Participar en actividades grupales con personas nuevas y reconectar con amistades antiguas es muy positivo para levantar el ánimo. A veces, compartir lo que se siente con alguien que está pasando por lo mismo puede ser de gran ayuda.
En los hijos, el amor continúa
¿Qué pueden hacer los hijos para acompañar esta transición? Lo primero es entender que irse no significa abandonar. Mudarse, independizarse, tomar distancia… todo eso forma parte del proceso natural de crecer. Aunque duela (tanto para quien se va como para quien se queda), es importante no dejarse atrapar por la culpa. “Este es un paso hacia la autonomía y la madurez que puede enriquecer los vínculos”, añade Carvajal.
Recuerde, el amor no se mide por estar siempre cerca, sino por la calidad del vínculo. Un “te amo”, una llamada para preguntar cómo va el día o un simple “pensé en ti” son gestos que sostienen la conexión al vivir separados. Porque estar cerca no siempre significa estar bajo el mismo techo o en la misma ciudad, sino compartir desde el afecto y la intención. “Uno puede vivir en la misma casa y no interactuar, y al contrario, al irse, empieza a conversar más para ponerse al día”, dice Ubillus.
Kevin Ubillus, psicólogo clínico.
¿Y si la soledad se asoma?
No hay que ignorarla, porque es parte del proceso. Reconocerla sin juicio puede ser el primer paso para resignificarla. A veces, ese silencio puede convertirse en un terreno fértil para redescubrirse. La clave está en no quedarse atrapado en el aislamiento, sino en buscar formas de nutrir el alma: desde una caminata bajo el sol hasta un café con alguien querido.
Conversaciones que sanan
Hablar sobre lo que se siente antes de la mudanza puede marcar la diferencia. No hace falta expresar demasiado, basta con ser honestos y escuchar al otro sin juzgar. Decir “te voy a extrañar”, “me da miedo que ya no me necesites” o “estoy feliz por ti, aunque esté un poco triste” no es un signo de debilidad, sino de amor consciente. Validar lo que siente el otro y abrir el diálogo puede ayudar a vivir esta etapa con mayor cercanía, incluso a la distancia.
Indira Carvajal, psicóloga clínica.
Debe saber
Aunque muchas personas logran adaptarse con el tiempo, para otras esta transición puede derivar en un duelo prolongado que afecta su bienestar integral. Si esto sucede, un profesional en salud mental puede acompañarlo a sobrellevar este proceso.
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