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Andrés Isch | Educar con amor

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Si aflojo, ¿se van a convertir en jóvenes responsables o fomentaré conductas que después se volverán en su contra?

El llanto de un bebé o de un niño pequeño angustia. Esa es su función principal, activar el cerebro de los adultos para conseguir una respuesta inmediata; libera oxitocina (la hormona del amor) e incluso es capaz de agudizar los sentidos para permitirnos identificar más rápidamente el lugar desde el que proviene y la gravedad de la situación. Es una cadena de eventos y reacciones que dispara la empatía, tanto para las madres como para los padres (o para la mayoría de ellos, aunque ese es tema que merece otro artículo), pero que no por ello deja de ser agotador. Funcionar medianamente bien en medio de muestras de miedo, dolor, confusión o cualquier otro motivo que haga llorar al niño es una tarea que requiere altas dosis de paciencia y autocontrol.

En lo personal, yo cargo con la culpa de no terminar de entender cómo desactivar una rabieta o hasta dónde se debe ser inflexible (o flexible) para establecer reglas. Escuché decir a Mar Romera que en los procesos de formación los límites están para romperlos con cuidado y así dejar que los niños aprendan a tomar sus propias decisiones, cuidarse y también ganar en seguridad. Pero esto que en el papel suena lógico y simple, para mí sigue siendo parte de una gran confusión interna. ¿Hasta dónde? ¿Cuándo? ¿Estoy dándoles seguridad o estoy arriesgándolos a un accidente grave? Si aflojo, ¿se van a convertir en jóvenes responsables o fomentaré conductas que después se volverán en su contra? No lo sé y esa ignorancia me abruma recurrentemente.

Tengo dos hijos maravillosos cuyas virtudes no terminaría de enlistar. Tengo la suerte de estar casado con una mujer que posee un corazón de oro y que incansablemente piensa en el bienestar de los demás. Y, pese a eso, vivo aterrado de cómo mis errores condicionarán su futuro. A mí, como a la mayoría, no nos enseñaron a educar con amor sino con una férrea disciplina que era la única expresión del éxito. No sé cómo el sistema educativo puede evolucionar hacia uno que nos ayude a tener equilibrio entre nuestras obligaciones como padres y el alivio de no sentirnos permanentemente en deuda, pero sin duda es algo que nos ayudaría para ser más felices.