
Esta es la curiosa historia detrás de los nombres de los meses del año
Los meses no son un capricho: nacen de dioses, emperadores y cálculos astronómicos que aún ordenan nuestro tiempo
¿Por qué el año se divide en doce meses y por qué algunos nombres parecen no cuadrar con su posición en el calendario? ¿Por qué octubre suena a “octavo” si es el mes diez? ¿Y qué hizo febrero para ser tan corto?
La respuesta mezcla astronomía, política, religión… y decisiones humanas que, con el paso de los siglos, se volvieron costumbre.
Doce meses para seguir al Sol (y a la Luna)
La división del año en meses surge de la observación del cielo. Las antiguas civilizaciones notaron que la Luna completa un ciclo aproximado cada 29,5 días y que el año solar dura unos 365 días. Doce ciclos lunares daban un marco razonable para organizar cosechas, rituales y administración, aunque no encajaran a la perfección con el año solar.
El calendario romano primitivo tenía solo diez meses y comenzaba en marzo. Más tarde se añadieron enero y febrero, y con el tiempo se fue ajustando el sistema hasta llegar al calendario juliano (46 a. C.) impulsado por Julio César, y finalmente al calendario gregoriano, instaurado en 1582 y vigente hoy en casi todo el mundo.
Por qué octubre no es el octavo mes (y otros casos curiosos)
Aquí aparece uno de los grandes “errores” históricos que nunca se corrigieron. Septiembre, octubre, noviembre y diciembre provienen del latín septem (siete), octo (ocho), novem (nueve) y decem (diez). En el calendario romano original, marzo era el primer mes, así que todo cuadraba.
Cuando enero y febrero se consolidaron al inicio del año, estos nombres se desplazaron dos lugares, pero conservaron su denominación original. Así, octubre pasó a ser el décimo mes, aunque su nombre siga recordando un pasado en el que ocupaba el octavo lugar.
Otros meses tienen origen mitológico o político:
- Marzo honra a Marte, dios romano de la guerra.
- Junio se asocia con Juno, diosa del matrimonio.
- Julio y agosto fueron renombrados en honor a Julio César y al emperador Augusto, una forma elegante -y eterna- de propaganda.
¿Por qué Napoleón metió mano al calendario?
Durante la Revolución francesa se creó un calendario completamente nuevo (1793), con meses de nombres poéticos como Brumario o Termidor, inspirados en la naturaleza y las estaciones. La idea era romper con la tradición cristiana y monárquica.
Napoleón Bonaparte, ya como emperador, decidió abolir ese calendario en 1806 y restaurar el calendario gregoriano. No cambió los nombres actuales de los meses, sino que volvió al sistema “tradicional” porque era más práctico para el comercio, la diplomacia y la vida cotidiana. A veces, incluso los revolucionarios necesitan puntualidad internacional.
La eterna pregunta: ¿por qué unos meses tienen 30 días y otros 31?
La irregularidad viene de los ajustes romanos. Para aproximarse al año solar, se alternaron meses de 29 y 31 días, evitando números pares por superstición (se creían de mala suerte). Con el calendario juliano se fijó una estructura más estable: la mayoría de los meses tienen 30 o 31 días para sumar 365 al final del año.
Agosto (por el emperador Augusto) obtuvo 31 días -según la tradición histórica- para no ser “menos” que julio, dedicado a Julio César. El resultado fue el patrón desigual que hoy repetimos sin pensarlo demasiado.
Febrero, el mes diferente
Febrero es el gran sacrificio del calendario. En el sistema romano era el último mes del año y estaba asociado a rituales de purificación (februa). Al ajustar los días totales del año, febrero quedó con 28 días, y cada cuatro años recibe uno extra en los años bisiestos para compensar el desfase entre el calendario y el año solar real (365,2422 días).
Gracias a ese pequeño ajuste, nuestro calendario sigue sincronizado con las estaciones. Febrero podrá ser corto, pero sostiene el equilibrio del tiempo.
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