
De la pobreza a Starbucks: una historia de café con propósito humano
Howard Schultz superó una infancia difícil y convirtió un lugar de trabajo y café en una experiencia con humanidad
Howard Schultz nació en 1953 en Brooklyn, Nueva York, en un hogar humilde, en un barrio de clase trabajadora. Creció en un complejo de viviendas de bajo costo, donde cada día las personas enfrentaban dificultades económicas y limitaciones que parecían insuperables.
Su padre, veterano de guerra, tuvo varios empleos mal remunerados sin beneficios. Cuando sufrió un accidente grave en el trabajo y no contaba con seguro médico, el hogar quedó al borde de la ruina. Estas experiencias marcaron profundamente al joven Howard, quien juró que, si algún día dirigía una empresa, trataría a sus colaboradores con dignidad, respeto y humanidad.
Su infancia fue un crisol de pobreza e injusticia, pero también de determinación y visión. Fue el primero en su entorno en asistir a la universidad, encontrando en la educación su camino para salir del círculo de dificultades. Para Schultz, aprender se convirtió en una oportunidad de transformar su vida y construir un futuro lleno de posibilidades.
El despertar de una pasión
La cafetería Starbucks abrió sus puertas en 1971, y Howard Schultz comenzó su carrera en 1982 como director de operaciones y marketing. Su visión iba más allá de vender café: quería crear un espacio de encuentro. Inicialmente, los fundadores rechazaron su idea, lo que fue un golpe devastador, pero no se rindió y siguió trabajando para transformar la experiencia del café.
“Viajé a Italia por primera vez en 1983 y me enamoré de los bares de café expresso en Milán. En cada tienda que visité empecé a ver a las mismas personas e interacciones, y me di cuenta de lo que estas barras de café habían creado… era un ritual matutino y un sentido de comunidad”, recuerda con nostalgia.
Aquella experiencia le abrió los ojos: el café podía ser mucho más que una bebida; podía convertirse en un encuentro y en un momento de conexión. Al regresar a Seattle, Schultz afirmó: “Sabía que quería recrear la experiencia en Starbucks”. Probó el concepto con el primer Starbucks Caffè Latte en el centro de la ciudad, sembrando así su visión de un café que uniera a las personas.
Para 1985 decidió abrir su propia cafetería, Il Giornale. Cada bebida elaborada y cada expresso preparado con granos de Starbucks era un homenaje a aquel sueño italiano. Así nació la idea de transformar la simple acción de tomar café en un ritual lleno de sabor y comunidad.
En 1987, junto con un grupo de inversores, adquirió Starbucks y la fusionó con su propia cadena de cafeterías. Así comenzó la expansión que llevaría a aquella pequeña empresa nacida en Seattle -ciudad del noroeste de Estados Unidos, casi en la frontera con Canadá, donde la lluvia y el mar parecen formar parte del alma- a convertirse en una marca global.
Más que café
Su legado trasciende la expansión de Starbucks. Desde garantizar salud a todos los empleados -incluso a medio tiempo- hasta financiar educación universitaria y apoyar a comunidades vulnerables, su liderazgo siempre ha tenido un enfoque profundamente humano. Starbucks ha sido reconocido como uno de los mejores lugares para trabajar, porque Schultz comprendió que cuidar a las personas es cuidar el negocio.
Bajo su dirección, cada taza de café adquirió un matiz de cercanía: para él, preparar un café era también un acto de conexión, una pausa para valorar al otro. Esta visión no solo transformó la empresa, sino también la manera en que millones de personas disfrutan el café mientras trabajan.
Dato curioso
El nombre de la cadena viene de Starbuck, el primer oficial del barco Pequod en la obra de Herman Melville, Moby-Dick.
Cuando los fundadores buscaban un nombre para su café en 1971, querían algo relacionado con el mar y con la tradición de los comerciantes de café.
Barajaron nombres inspirados en la novela y en el comercio marítimo, y ‘Starbucks’ sonó perfecto: evocaba mar, viajes y aventuras, pero también era fácil de pronunciar.
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