
Confesiones de un exorcista: Lo que nadie te había contado
¿Puede un objeto estar poseído? ¿Hay forma de autoexorcizarse? Un exorcista certificado responde estas y otras preguntas
La idea del exorcismo parece un anacronismo en este tiempo, una superstición medieval que la modernidad debería haber superado. Sin embargo, lejos de desaparecer, esta práctica persiste e incluso experimenta un resurgimiento inquietante. Pero más allá del sensacionalismo cinematográfico y las leyendas urbanas, surgen preguntas concretas que el público se formula en voz baja: ¿quiénes son las personas más vulnerables a una posesión?, ¿puede un objeto cotidiano convertirse en un vehículo para el mal?, ¿es posible que alguien esté afectado sin saberlo?
El padre Jorge Cueva, exorcista de la Arquidiócesis de Guayaquil, conoce bien estas dudas. Su recorrido comenzó no por elección propia, sino por necesidad, cuando una mujer desesperada en la catedral lo llevó a enfrentar un caso que cambiaría su vida para siempre. Lo que encontró fue una casa con una infestación poderosa que derrumbó su idea inicial de que sería una labor sencilla.
Con estas preguntas usted llegará a un territorio fronterizo entre la fe, la psicología y lo inexplicable. En esta entrevista, el padre Cueva aborda con franqueza las cuestiones que muchos se hacen. Su testimonio no busca convencer, sino arrojar luz sobre uno de los oficios más secretos y fascinantes de nuestro tiempo, invitándonos a reflexionar sobre los límites de lo que estamos dispuestos a creer.
Confesiones de un exorcista: El padre Jorge Cueva revela cómo es su enfrentamiento con el mal
(P): ¿Qué lo llevó a dedicarse a este ministerio tan particular?
Por la necesidad de las personas que tenían muchos problemas, sufrimientos por las acciones extraordinarias del demonio. Un día llegué a la catedral y había una mujer llorando, porque tenía problemas graves en su casa. Le pregunté al portero, qué tenía, por qué no la atendían, y me dijo que no había ningún sacerdote disponible. El encargado de este tema era el monseñor Iván Minda, en ese momento obispo auxiliar de la Arquidiócesis de Guayaquil, por los años 2014 o 2015. Yo le dije que yo la atendería.
Fui a su casa, después de muchos inconvenientes y con el permiso de monseñor Minda, y la casa tenía una contaminación demoníaca muy fuerte, con acciones paranormales y acciones extraordinarias del demonio. Desde ahí, me empezaron a mandar todos los casos a nivel de la arquidiócesis para que los atendiera yo, pero de manera verbal, sin ningún tipo de nombramiento. Y así comenzó mi vida frente a este caso.
Fue una experiencia difícil. Yo no tenía ningún tipo de experiencia; no sabía a lo que me iba a enfrentar. Pensé que era algo fácil, pero a esa casa habían ido tres sacerdotes en tiempos separados y una religiosa, y algunos terminaron enfermos; uno incluso fue a parar al hospital. Ese día, después de la liberación a las doce del día, salí a la una de la tarde y quedé con un sueño terrible. Llegué a una gasolinera a dormir, me fui a las cinco hacia la parroquia y seguí durmiendo hasta la misa de las 6:45. Duré como tres o cuatro días con un cansancio horrible, como si hubiera hecho gimnasio. Desde ahí comenzó mi carrera maratónica, mi misión.
Al final, la señora fue a dar las gracias y monseñor Minda le comentó al arzobispo “ya tenemos exorcista”, a partir de ahí me empezaron a mandar todos los casos. Hasta que un día, con un caso fuerte en Los Ceibos, hablaron con el cardenal Luis Gerardo Cabrera y me llamaron a mí. Junto con el padre Francisco Sojo, empezamos y vimos la necesidad de que el obispo diera los nombramientos. Finalmente, en el 2018, monseñor nos nombró exorcistas de la arquidiócesis.

(P): ¿Quiénes son los más vulnerables?
Las personas vulnerables para ser poseídos o tener acciones extraordinarias del demonio son aquellas que han abierto puertas o portales. Por ejemplo, una vida de pecado.
Personas que hayan tenido desde muy pequeños o en el seno materno problemas de rencores, odios, problemas familiares, de discordia, de peleas. Gente que busca relacionarse con el esoterismo para solucionar sus problemas. Esto implica, acudir a santeros, brujos, rituales, baños que le traigan suerte a la casa.
También jóvenes, adolescentes que acuden a juegos esotéricos como la ouija, el Charlie Charlie y otras actividades más. Aquellos que invocan, que maldicen mucho y que no tienen una vida muy cerca con Dios.
(P): ¿Cómo se protege usted mismo?
Me protejo con los sacramentos, con una vida de gracia y de oración. Con humildad, poniendo en práctica la limosna, el ayuno, la oración y obras de caridad. Tratar de vivir con humildad es la mejor arma para defenderse del demonio. También con la oración de la Iglesia, de comunidades, conventos y grupos de apoyo que rezan por mí y por todas las personas que atendemos, que también son pobrecitas y sin defensa.
(P): ¿Hay alguna forma de autoexorcizarse?
No. No hay ninguna forma de ‘autoexorcizarse’, como tampoco ningún sacerdote puede confesarse a sí mismo. Necesito de otro sacerdote para que me confiese y me administre los sacramentos. Nadie puede aplicarse un sacramento a sí mismo. No se puede.
(P): ¿Qué tan frecuentes son las posesiones?
Ahora hay muchas personas que están poseídas y no buscan ayuda porque no lo saben. Tuvimos un caso alrededor del 2020-2021, después de la pandemia. Una muchacha de 18 años... no sabíamos cómo había entrado el demonio en ella. Y el demonio dijo: “Yo entré, su madre me la entregó el día que nació”. Duró 18 años para saberlo.
¿Cómo se supo? Durante su vida siempre hubo problemas, sufrimiento; la chica fue muy enfermiza de pequeña. Pero ya grande, cuando empezó a recibir los sacramentos, había ciertos comportamientos y resistencia a lo sagrado. Hasta que se le hicieron los diagnósticos previos y se dio cuenta de que estaba poseída. En un momento de debilidad, su madre se la entregó. La Escritura dice: “Un padre bendice, bendito queda. Maldice, maldito queda”. Por eso, todas las personas que recurren a prácticas de santería, brujería o magia, pueden terminar poseídas.
No solo existe la posesión; también está la contaminación, la influencia, la vejación (que es una enfermedad producida por un hechizo) y acciones asociadas con enfermedades mentales, como depresiones de origen demoníaco. Por eso nosotros tenemos un equipo de trabajo con psicólogos y psiquiatras. A veces tenemos que separar los casos, porque si la persona está muy mal psicológicamente, necesita estabilizarse con medicación primero. Solo entonces nosotros podemos entrar y hacer nuestro trabajo, porque si no, la oración no le hace mucho o la persona sufre mucho y el demonio se aprovecha de eso.
(P): ¿Qué objetos son más propensos a contaminarse?
En mi experiencia, no solo los objetos, también los animales, las personas y las casas se infectan. Los objetos más comunes son las muñecas, plantas, o cosas de uso personal que te mandan o regalan a la casa para contaminarla. Por ejemplo, hoy en día hay una pulsera roja con un “ojito”. Eso es un medium, un gesto para que una persona esté contaminada.
El sábado anterior tuve una experiencia con una señora. Hice la bendición normal de liberación en su casa y ella comenzó a ponerse mala: a temblar, le dio dolor de cabeza, mareo y se desmayó. Comencé a conjurar y a hacer oraciones, y resultó que la señora estaba poseída. Le pregunté por dónde había entrado el demonio, y ella me mostró la muñeca: tenía una pulsera roja con un ojo negro. La tomé y la quemé para anularla. La señora está normal ahora.
(P): Ustedes usan agua exorcizada. ¿Cuál es la diferencia?
Sí, utilizamos agua exorcizada. Al igual que el aceite de oliva exorcizado, la sal exorcizada y el incienso exorcizado, forman parte de los sacramentales de la Iglesia.
Estos elementos sirven como una ayuda espiritual, no como algo mágico. Por ejemplo, el agua nos recuerda la memoria de nuestro bautismo y el perdón de los pecados. Estos sacramentales afectan directamente la acción externa del demonio, pero no deben confundirse con esoterismo.
Su función es defensiva: nos ayudan a contraatacar los ataques del demonio, a hacerle frente. Sirven como protección y como una forma de resistencia espiritual. Actúan dañando al maligno; por ejemplo, sobre una persona endemoniada, el agua bendita produce un efecto de quemadura, al igual que la sal o el aceite. Le causan tormento y nos permiten contraatacar.
Es crucial entender que no tienen un fin mágico, sino un propósito divino: son herramientas de fe, no de hechicería.
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