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Luisa González y Daniel Noboa debatieron la noche del domingo.CNE

El debate: obra cumbre del pendejismo nacional

El electorado quedó frustrado y con un preocupante nivel de cabreo. En realidad, el Ecuador no se merecía algo tan anodino y vacuo

Los analistas se han esmerado explicando que, como se supone que alrededor del 40 % del electorado no es ni correísta duro ni anticorreísta duro, los dos candidatos tenían que cuidarse de no atacarse mucho. No mucho, en todo caso, porque algo de polémica había que meter, pero siempre cuidando que no sea en exceso porque, según los estudios de estos sabios, los ecuatorianos no quieren eso. Es decir, según esta tesis, los ecuatorianos no quieren más polémica, lo que significa que no quieren debate.

La premisa de que no hay que polemizar porque el ecuatoriano está cansado de eso aparece, entonces, como la causa inmediata por la que aquello que se transmitió el domingo haya sido tan aburrido y, lo que es más grave, tan decepcionante. Puede ser que los planes de los genios hayan funcionado para que Daniel Noboa no pierda mucha intención de voto o para que Luisa González gane algo, un poquito al menos. Sin embargo, lo que realmente consiguieron fue que el electorado quede frustrado y con un preocupante nivel de cabreo. En realidad, el Ecuador no se merecía algo tan anodino y vacuo. Lo que se vio fue una falta de respeto para la dignidad del país.

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¿Cómo se puede explicar, por ejemplo, que Luisa González no le haya sacado a Daniel Noboa el tema de la deuda tributaria que tiene Corporación Noboa si ese había sido el tema con el que más refregó el correísmo durante las semanas previas al debate? ¿Cómo explicarse que Noboa, por su lado, no le haya expuestos cifras sobre la corrupción correísta durante la reconstrucción de Manabí? Una cosa es que cada cual cuide su porción de electorado, pero otra es que en función de eso hayan esquivado temas controversiales que sí importa al elector.

Lo más trágico es la comparación que surge inexorablemente con el debate presidencial en la Argentina que fue casi simultáneo. Mientras Patricia Bullrich, candidata del macrismo, usaba la pregunta que le correspondió hacer a Sergio Massa, del kirchnerismo, para destrozarlo tirándole cifras de cómo él como ministro de Economía arruinó la economía argentina, a Daniel Noboa lo máximo que se ocurrió preguntarle a González es cuál es el índice que marca el precio del petróleo ecuatoriano: ¿el Brent o el West Texas Intermediate (WTI)? Es insólito que un candidato finalista le haya hecho una pregunta tan sonsa cuando a la heredera de una etapa hiper polémica para el país como el correísmo había cientos de preguntas parecidas a la que Bullrich le hizo a Massa.

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Lo mismo ocurrió con Luisa González: le preguntó a Noboa que cuántas casas podrían verse afectadas en caso de un fenómeno de El Niño. Había que ver, en comparación, las preguntas que Javier Milei le hizo a Bullrich, a Massa y a los otros candidatos para entender lo que es polémica y por qué la polémica es tan importante para un país.

El fiasco del supuesto debate tiene como sustrato algo que va un poco más allá de las estrategias de los genios, y eso es algo que existe en la cultura nacional: un pendejismo endémico, según el cual hay que cuidar las formas, no ser muy directos ni polemizar mucho. Pendejismo que, a su vez, se expresa en una cobardía solapada, parroquiana y pastosa. El bodrio del domingo fue la expresión cumbre del pendejismo nacional.

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