Cadena nacional marso 2023
¿Sabatina? El presidente Guillermo Lasso y un grupo de víctimas durante la grabación del primer programa de la serie ‘Acuerdo Ecuador’.Presidencia de la República

Perder la Presidencia y ganar el cielo

Las últimas cadenas nacionales de Guillermo Lasso revelan a un presidente incapaz de invocar con convicción los valores de la democracia.

Es difícil defender la democracia en un país cuando la persona llamada a encarnar sus valores se muestra incapaz de invocarla con convicción. Es lo que ocurrió en el Ecuador este jueves, cuando Guillermo Lasso se presentó en la televisión para pronunciarse sobre el golpe de Estado parlamentario que está en marcha y su mensaje más fuerte tuvo que ver con una vaga defensa de su honor y el de su familia. En los miles de comentarios que hicieron de su cadena nacional una de las principales tendencias de las redes sociales durante las 24 horas que siguieron a su emisión, era difícil, si no imposible, encontrar uno positivo. No fue de gran ayuda el hecho de que eligiera usar la palabra “asesinato” en sentido figurado para referirse a su situación (“asesinato a mi reputación”, dijo), cuando los asesinatos reales y sangrientos (17 al día) han colmado la capacidad de aguante de los ecuatorianos. O que, en medio de la mayor crisis de incertidumbre ciudadana de la que se tenga memoria, resumiera su intervención en tres mensajes: “soy inocente”, “soy un demócrata” y “soy un humano”. Es decir: yo, yo y yo. Habló el presidente de la República al país, en el momento más difícil y crítico de su mandato, y el país lo odió.

Hasta la puesta en escena de la cadena nacional parecía específicamente diseñada para irritar a los espectadores: la presencia ornamental y superflua de una primera dama que siempre se las arregla para salir sobrando y a quien en esta ocasión, al parecer, instruyeron para que sonriera; la disposición de cuatro o cinco filas de ciudadanos de a pie guardando su puesto a espaldas del presidente, en lo que constituyó un burdo y caricaturesco remedo de un mitin político estadounidense. El hecho de que a esas personas se les asignara la forzada, artificial tarea de aplaudir a una señal dada (¿alguien les hacía un gesto con las manos?, ¿o levantaba un cartelito que decía “aplausos”?), todo, hasta el mínimo detalle, era de un nivel de pacotilla tal que daba grima. Que la cadena nacional más importante de los últimos dos años no consiguiera comunicar otra cosa que vergüenza ajena debería ser motivo suficiente para que el secretario de Comunicación de la Presidencia presente su renuncia y se dedique a la pesca de larvas.

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Pero lo peor, de lejos, corrió por cuenta del propio presidente, cuya incapacidad de hacerse cargo del momento político del país es patológica. “¿Por qué debemos ustedes y yo defender la democracia?”, preguntó de pronto, entrando al fin en lo que debió ser el tema central de su mensaje. “Porque es importante defender la estabilidad, el Estado de Derecho, las reglas del juego democrático”, empezó a despachar aburridoramente. Más claro: hay que defender la democracia porque la democracia hay que defenderla. Punto. No hay una sola idea sobre el valor supremo de la democracia y los principios republicanos, un solo alegato sobre la capacidad de los pueblos para tomar en sus manos su propio destino y liberarse de autócratas y tiranos, nada que al presidente se le ocurra decir y que sea capaz de inspirarnos y movilizarnos. Nada que proporcione a la nación un motivo para apoyarlo en este duro trance en que se encuentra. Nada que nos permita identificar su suerte con la nuestra. Habla el presidente de la República al país y uno puede pensar en el cerebro de Homero Simpson, donde un mono de cuerda toca los platillos en medio del vacío.

No es una casualidad: Guillermo Lasso es incapaz de decir algo convincente sobre los valores de la democracia porque él mismo dejó de estar convencido hace un buen rato. La prueba se encuentra no en esta última cadena nacional sino en las anteriores. “Acuerdo Ecuador” (todo un acertijo anagramático) es el nombre del nuevo formato audiovisual con el cual el gobierno aspira a recuperar las simpatías de su pueblo. Consiste, básicamente, en presentar las cualidades del buen gobierno como un acto de caridad pública. Populista vergonzante, Lasso y su Secretaría de Comunicación transmiten el más antidemocrático de los mensajes: más que el concepto de igualdad ante la ley, más que la articulación de instituciones republicanas para garantizar los derechos de los ciudadanos, lo que cuenta es el buen corazón del mandatario, cuyo tácito lema es evangélico: pedid y se os dará.

En torno a una pequeña mesa redonda se reúne el presidente con un grupo de damnificados. Damnificados no importa de qué: del terremoto, del deslave, de la crisis económica, de las mafias… Damnificados de la vida, en fin, porque la idea que vende este formato de cadena nacional es que en el Ecuador no existen ciudadanos con derechos y deberes sino damnificados con padecimientos inenarrables, algunos de los cuales tienen la fortuna de ser recibidos por el presidente y obtener de él la caridad que necesitan.

Hasta el momento van, al menos, dos ediciones de este novedosísimo formato, no se sabe si de comunicación o de gobierno propiamente dicho. En la primera, transmitida desde Los Ríos, los convidados a la mesa son víctimas de distintas clases de discapacidades y padecimientos físicos. El micrófono circula de uno en uno entre ellos mientras Lasso asiente, con cara de circunstancia, y deja escapar ocasionales pucheros. Se conduele. Luego regala sillas de ruedas, ofrece tratamientos, dispone atenciones médicas. Esta semana el espectáculo se repitió desde Machala y tuvo como protagonistas a un grupo de personas que perdieron sus casas en el terremoto. Un hombre contó entre lágrimas la tragedia de su vida: la muerte de sus dos hijos pequeños entre los escombros. La cámara buscaba el ángulo adecuado para incluir en una misma toma la figura de los deudos que lloraban a mares entre el público y la de Lasso en primer plano haciendo pucheros. La banda sonora completaba el sentimentalismo de la escena con los tristísimos acordes de un piano. “Puedes contar con nosotros, no estás solo”, prometió finalmente el presidente. “Por eso he venido, para escuchar y ver de qué manera podemos apoyar. Apoyar en tu caso con el bono de arrendamiento y luego con una casa gratuita para que puedan vivir ahí”. Y luego, interrumpiéndose: “¿Alguien de BanEcuador está acá? Yo voy a hacer que BanEcuador te dé crédito. Tome nota de Víctor: él necesita un crédito de 11 mil dólares para comprar una lancha nueva, un motor y la malla”.

-Lo único que quiero es que me ayude con mi casita que está caída -ruega otra damnificada.

-Le haríamos la casa en su propio terreno -sigue desplegando su bondad el presidente.

-Yo tengo a mi papá muy enfermo -se lamenta una tercera.

-¿Hay alguien del Ministerio de Salud aquí? -averigua Lasso de inmediato-. Gobernador, venga un ratito...

En este punto, lo único que le falta al presidente es producir una sabatina donde desplegar su buenismo recalcitrante con todo el despliegue que se merece. Y gobernar por TV. “Esta reunión la están viendo desde el cielo”, llegó a decir, como si el estímulo que lo mantiene en el gobierno fuera la salvación de su alma. Si la democracia ecuatoriana depende de Guillermo Lasso, está perdida.

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