Día del  padre en Ecuador
Hay más de 4.2 millones de padres en el Ecuador, desde papás jóvenes hasta de edad avanzada.Ilustración generada con IA - ChatGPT

"Renuncié a mi trabajo y crie a mis hijos": padres que eligen estar en Ecuador

Cuatro padres en Ecuador comparten cómo eligieron criar con amor, fe, esfuerzo y presencia

En Ecuador, donde aún persisten estereotipos sobre el rol masculino en la crianza, existen padres que deciden desafiar el molde. No por obligación ni por tradición, sino por convicción. Este especial recoge las voces de hombres que han construido su paternidad con entrega, vulnerabilidad y coraje: Marco, quien se convirtió en “papá de corazón” de dos niños que lo eligieron sin compartir sangre; Galo, un militar que supo estar incluso en la distancia, tallando el amor entre turnos y sacrificios; José Antonio, quien renunció a la estabilidad laboral para criar en soledad y desde su taller en casa; y Luis, cuya vida cambió para siempre al oír el primer llanto de su hijo… y luego el de su hija no biológica, a quien también aprendió a amar como suya.

Estas historias, reales y profundas, en el marco del Día del Padre, son prueba de que la paternidad también se construye desde el amor cotidiano, el sacrificio silencioso y la decisión firme de estar. No son perfectos, pero están. Y eso, en muchos casos, lo cambia todo.

Marco Sevellano, 32 años: “soy papá de corazón”

Cuando Marco se casó con May, también se convirtió en padre de Danielita y Mateo, los hijos de ella. “Prácticamente fue un 2x1, me casé y ya era papá”, dice con una sonrisa. Aunque no los vio dar sus primeros pasos ni escuchó sus primeras palabras, desde el primer encuentro supo que los amaría sin condiciones: “No se necesita compartir la sangre para sentir un amor tan profundo”.

Prácticamente fue un 2 x 1, me casé y ya era papá.

Marco Sevellano

Padre de tres hijos

Su vida cambió por completo. Pasaron de ser amigos en la iglesia a formar una familia, todo en un año. Hoy esperan a su primer hijo biológico, pero Marco ya se siente padre desde hace tiempo. “Ser papá es celebrar cada paso que dan, aunque uno no haya estado en los primeros”, afirma.

Casarse y conocer a sus hijos fueron, para Marco, algunos de los momentos más felices de su vida. Sin embargo, admite que también sintió miedo. No solo unía su camino al de su compañera, sino que asumía de lleno la paternidad de dos niños con su propia historia, carácter y afectos. “Yo tenía miedo, no lo voy a negar… Pero confié en Dios. Él me ha preparado para esto”, confiesa.

Marco Sevellano
Marco y su esposa Mai junto a sus hijos Daniela y MateoMarco Sevillano

Sabe que no todos lo entenderán: por prejuicios, asegura. Aun así, Marco llegó a su nueva familia con el alma dispuesta y los brazos abiertos. Y la recompensa, dice con gratitud, ha sido inmensa: “No hay día en que no agradezca a Dios por confiarme en algo tan sagrado como sus vidas”.

Tras tres años de matrimonio, dice con humildad que los niños también lo formaron a él: “Ellos me enseñaron a ser papá, me adelantaron el proceso. Y ahora sé cuidar, sé amar, sé proteger… Y todo eso, lo aprendí gracias a Dios y a ellos”.

Galo Larco, 56 años: “a veces toca irse para darles lo necesario”

No se nace sabiendo ser padre. Hay quienes, como Galo, lo descubren mientras cortan madera para hacer juguetes, ajustan el sueldo a lo indispensable o inventan historias para dibujar una sonrisa en el rostro de sus hijos. Militar de formación y corazón entregado, nunca sintió que estaba listo, pero lo hizo. Porque a veces, el amor y el deber germinan de la misma semilla: la necesidad de estar, incluso cuando no siempre se puede.

Tenía que proveer, dar lo necesario. No todo, pero sí lo justo, y para eso tocaba irse.

Galo Larco

Padre de dos hijas

“Lo más difícil son los primeros años, como no se comunican y solo lloran uno no sabe qué hacer”, explicó con sinceridad. Con el tiempo entendió que muchos hijos no se dan cuenta de que los padres también aprendieron sobre la marcha, sin manuales ni tutoriales. “Ahí sacas lo que viviste de niño, lo que aprendiste sin darte cuenta”.

Su carrera militar lo enfrentó a etapas duras, en las que tuvo que estar lejos de casa para poder ofrecer a sus dos hijas lo que necesitaban, aunque a veces su salario no alcanzaba.

“Tenía que proveer, dar lo necesario. No todo, pero sí lo justo, y para eso tocaba irse”, afirma Galo Larco, padre de dos hijas.

En 2007, partió a Liberia, África, como observador de los cascos azules de la ONU. Pasó un año lejos, con el corazón anclado en Ecuador, donde su esposa y sus hijas, entonces de 7 y 4 años, lo esperaban. Sabía que irse sería duro, pero también que era necesario. Lo hizo para que ellas vivieran mejor.

Padre Galo
Galo junto a su esposa Glenda y sus hija Nadia y VictoriaGalo Larco

La distancia le costó ausencias en actos escolares, cumpleaños celebrados sin él y fotos familiares donde su lugar quedaba vacío. Aun así, sacrificó todo para poder darles todo.

Con su esposa, construyeron un hogar con lo que había: una casa de muñecas improvisada, bloques de madera pintados a mano, pañales sin marca porque los otros eran inalcanzables. Aunque recibió ayuda de sus padres con muebles y ropa, también renunció a cosas que amaba. “Vendí unas pistolas de colección que tenía, a un precio muy barato, pero lo hice para poder comprarle sus camas”, recuerda. Porque la paternidad no siempre se vive acompañado, pero sí se elige cada día.

Hoy, Galo mira hacia atrás y reconoce que el esfuerzo valió la pena. La crianza que sus hijas recibieron en un entorno disciplinado se refleja en quienes son ahora: puntuales, responsables, observadoras. Ambas son profesionales, con 25 y 23 años. Cada vez que las ve, siente orgullo. El sacrificio que él y su esposa hicieron no fue en vano.

La escasez, las responsabilidades, los miedos que no se nombran pero que se aprenden a enfrentar. “Ahí es cuando uno se llena de iniciativa, de imaginación, para hacer algo distinto. Algo que les sirva para después”. Y así, más allá de los kilómetros recorridos o del uniforme militar, quedó el eco de lo más valiente: haber estado, incluso cuando no se podía. 

José Antonio Barreto, 49 años: “renuncié a mi trabajo y crie a mis hijos”

José Antonio, oriundo de Bahía de Caráquez, Manabí, formó una familia siendo muy joven. Tuvo a su primer hijo a los 21 años y, en ese entonces, creía que todo saldría bien. Pero la vida le tenía preparada otra ruta. Cuando su hija menor tenía apenas cuatro años, su entonces esposa los dejó. De pronto, se encontró solo. Había dejado su tierra natal para buscar un mejor futuro en Guayaquil, pero ahora estaba sin pareja, sin una red de apoyo, y con tres hijos que criar.

“Me tocó quedarme con mis hijos, dejar la compañía donde trabajaba y poner un taller en casa… Trabajar para ellos desde aquí”, recuerda José Antonio Barreto.

Padre de tres hijos, cuenta su historia con una tranquilidad que no minimiza lo vivido. Habla con firmeza, con la claridad de quien entendió desde temprano que ser padre no es un rol pasajero, sino un compromiso de vida. Renunció a su empleo formal y apostó por un taller de carpintería en casa, un oficio que le permitía mantenerse presente en la crianza.

Me tocó quedarme con mis hijos, dejar la compañía donde trabajaba y poner un taller en casa… Trabajar para ellos desde aquí.

José Antonio Barreto

Padre de tres hijos

A veces, cuando hacía entregas, llevaba a los niños con él. Otras, debía dejarlos solos mientras atendía clientes. Fue entonces cuando tocaron a su puerta desde servicios sociales, tras denuncias de vecinos que confundieron necesidad con descuido. Lo investigaron, lo observaron, lo evaluaron. Cada movimiento fuera del hogar se volvió visible, pero José no se quebró.

Nunca perdió la fe. “Yo no tuve miedo”, dice. “Mi padre fue un hombre muy responsable, y yo tenía ejemplos de cómo criar”. Esa convicción lo sostuvo en los momentos más difíciles. Aprendió a equilibrar rutinas, responsabilidades y afectos. Logró hacer todo lo necesario para que sus hijos no sintieran la ausencia de lo que faltaba.

Padre José
José Barreto junto a sus tres hijos en uno de sus cumpleañosJosé Barreto

Hoy, con 49 años, ve con orgullo a esos niños que crio en soledad convertidos en adultos. Uno de ellos heredó su pasión por la madera; otro es contador, y su hija menor cursa el cuarto semestre de Medicina Forense. Aunque en ciertos momentos también han estado con su madre, él asegura que el vínculo entre ellos nunca se rompió.

A pesar de todo lo vivido, José sigue llamándolos sus “niños”. Hoy, ellos también están para él. No porque lo necesite, sino porque así aprendieron: a retribuir lo recibido, a sostenerse mutuamente. Juntos ayudan en los estudios de su hermana menor y están construyendo una casa familiar, ladrillo a ladrillo.

“Para mí, el Día del Padre es emotivo, no por los regalos ni porque sea una fecha especial, todos los días son especiales. El Día del Padre me recuerda lo afortunado que soy de tener a mis hijos”, confesó.

Desde su taller en casa, donde todavía trabaja cuando hay pedidos, José representa a esos padres que no aparecen en comerciales ni figuran en portadas, pero que construyen hogar con lo más valioso: tiempo, esfuerzo y presencia. Su paternidad fue silenciosa, pero firme; sin pausas, pero llena de amor.

Luis Hermida, 31 años: “enterarme de que iba a ser papá me cambió la vida”

Cuando Luis Cuando supo que iba a ser padre, sintió el vértigo de lo desconocido, miedo, nervios, dudas. Pero en algún momento, entre la primera ecografía y el primer paquete de pañales comprado con ilusión, el amor empezó a brotar sin aviso. Él es papá de dos niños, Gianluca que es su primer hijo y Mar Amelia, su hija de corazón.

Gianluca le cambió la vida antes de nacer. Primero fueron los latidos en la consulta médica, luego las compras apresuradas de ropa y, finalmente, aquel instante en el quirófano: el primer llanto de su hijo. Desde esa noche nunca volvió a ser el mismo.

Las lágrimas se me salieron. Sentí que mi corazón se me iba a salir del pecho.

Luis Hermida

Padre de dos hijos

La primera madrugada con su hijo fue una prueba inesperada. Era julio de 2020, en plena pandemia, y la mamá de Gianluca se recuperaba de una cesárea. Él se quedó solo en la habitación, con un bebé pequeñito y una responsabilidad tan inmensa como desconocida. “Nunca en mi vida había cambiado un pañal. Y ahí lo hice, como si siempre hubiera sabido hacerlo”, recuerda con una mezcla de orgullo y asombro.

La segunda vez que sintió que su corazón le iba a salir del pecho fue con Mar Amelia, su hija de corazón. No era su hija biológica, pero lo fue desde el momento en que empezó a llamarlo “papá”. Con ella, vivió un amor distinto, igualmente profundo. Sus primeros pasos fueron junto a él, sus primeras palabras también. Y en cada travesura, en cada abrazo espontáneo, en cada llamada pidiendo que la lleve de compras, él reafirma que su corazón se ha dividido en dos.

Padre Luis
Luis Hermida junto a su esposa Nicole y sus dos hijos, Gianluca y Mar AmeliaLuis Hermida

Luis formó una nueva familia con su ahora esposa Nicole, Mar Amelia y Gianluca. Reconoce que no ha sido nada fácil, las madrugadas sin dormir, el llanto que no para, preocupaciones sobre saber si está bien en la escuela, todo ha sido una prueba, pero también un regalo. “Ellos me han hecho mejor”, dice con certeza “me han enseñado a ser más fuerte, más responsable, más humano”.

Hoy, cuando los ve juntos, Gianluca como el hermano mayor protector y Mar Amelia como la niña que lo sigue con admiración, él sabe que su vida ha encontrado su propósito. Y, entre risas confiesa que, si pudiera, tendría más hijos. Porque este amor, el que se construye día a día, entre enseñanzas, caricias y madrugadas de desvelo, es el que realmente lo define. Para el ser padre no solo ha llenado su corazón, sino también su alma.

Cada uno, a su manera, convirtió los desafíos en actos de amor diario. Desde el taller, el cuartel, el hospital o el hogar compartido, estos padres sostienen a sus familias con lo que tienen: tiempo, coraje y presencia. No buscan reconocimiento, pero lo merecen. Porque entre noches de desvelo, decisiones difíciles y aprendizajes sobre la marcha, han demostrado que criar también es un acto de valentía.

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