
El enclave ruso de Kaliningrado, entre el orgullo y el aislamiento
La antigua Königsberg alemana, que pasó a la Unión Soviética después de la Segunda Guerra Mundial, es estratégica para Moscú
Kaliningrado "no es una ciudad que capitule", afirma desafiante Alexander. Lejos de Moscú y rodeado por tierra por países de la OTAN, este enclave ruso fuertemente militarizado intenta disipar la sensación de aislamiento desde el inicio del conflicto en Ucrania.
Sede del cuartel general de la flota rusa en el mar Báltico, Kaliningrado se sitúa a 1.000 km de Moscú y solo comparte frontera terrestre con Polonia y Lituania, países miembros de la OTAN y de la Unión Europea con quienes mantiene tensas relaciones.
Polonia y Lituania "quieren presumir, mostrar su fuerza, reforzar sus fronteras, erigir fortificaciones", enumera Alexander, de 25 años, quien no desea dar su apellido.
El discurso del joven obrero coincide con el relato del gobierno ruso de Vladimir Putin que, desde hace tres años y medio de conflicto en Ucrania, no deja de criticar a los países de la OTAN, fervientes defensores de Kiev.
Los países que bordean el mar Báltico sienten de cerca este pulso. En las últimas semanas, Lituania y Estonia denunciaron la incursión de aviones militares rusos en sus respectivos espacios aéreos.
En septiembre, la alianza militar desplegó aviones de combate para abatir varios drones que se habían adentrado en territorio polaco. Putin está "dispuesto a invadir (...) otros países", dijo el presidente polaco, Karol Nawrocki.
El avión militar español en el que la ministra de Defensa, Margarita Robles, se ha desplazado a Lituania sufre un intento de "perturbación" de su GPS cuando volaba cerca del enclave ruso de Kaliningrado.https://t.co/VtlWooZJIo pic.twitter.com/BjK1VfQcgl
— EFE Noticias (@EFEnoticias) September 24, 2025
"¡No le tengo miedo a la OTAN!
La antigua Königsberg alemana, que pasó a la Unión Soviética después de la Segunda Guerra Mundial, es estratégica para Moscú.
Además del cuartel general de la flota báltica, el territorio de 15.000 km2 alberga misiles balísticos Iskander, muy usados contra Ucrania.
Consultada por la AFP para una entrevista, la oficina del gobernador de la región no respondió.
Pero si le preguntan por la OTAN a Marina, una vendedora de 63 años de esta ciudad, se muestra desafiante.
"¡Que ladren! ¡Que ladren! Pero sería mejor que pensaran más en sus propios pueblos. Hay personas que cuidan de nosotros. Viviendo en Kaliningrado, estoy protegida al 100%", dice. "¡No le tengo miedo a la OTAN!".
Aunque en tono más sosegado, tampoco está inquieta Anna Dmitrik, una guía turística que muestra la tumba del filósofo Immanuel Kant (1724-1804), hijo de la región, a unos visitantes rusos.
"Es bastante tranquilo", afirma. "Creo que somos la única ciudad donde no pasa absolutamente nada".
Kaliningrado, en efecto, ha quedado al margen de los ataques ucranianos dirigidos contra el oeste de Rusia.
Sin embargo, la guerra se hace visible en el paisaje urbano: carteles que instan a los jóvenes a alistarse para luchar conviven con otros de tono más ligero, como uno de la radio musical NRJ con una imagen del DJ francés David Guetta.

El presidente ruso, Vladímir Putin, viajó este jueves al enclave de Kaliningrado, incrustado entre Polonia y Lituania, poco después del inicio de los mayores ejercicios militares de la OTAN desde el fin de la Guerra Fría. pic.twitter.com/w8zExB3IaX
— EFE Noticias (@EFEnoticias) January 25, 2024
La vida era mucho mejor
Aunque a salvo de los ataques de Kiev, el millón de habitantes de Kaliningrado está mucho más aislado que antes de febrero de 2022, cuando empezó la operación rusa contra Ucrania.
Los aviones civiles que la conectan con el resto de Rusia tienen que hacer un largo desvío por el golfo de Finlandia para no sobrevolar los países de la UE.
Para ir en tren a Moscú, los pasajeros rusos deben atravesar Lituania, que les exige un visado de tránsito Schengen.
Antes de 2022, "se podía ir fácilmente a Polonia, hacer compras o simplemente pasear. Los autobuses y camiones circulaban, la vida era mucho mejor", se lamenta Vitali Tsipliankov, un mecánico de 48 años.
Si bien la frontera con Polonia aún está abierta, los puestos de control funcionan a un ritmo lento.
Para darse cuenta, basta con observar las numerosas estaciones de servicio situadas cerca de la frontera que han cerrado sus puertas definitivamente.
O el Baltia Mall, un centro comercial de gran tamaño muy poco concurrido en la carretera hacia el aeropuerto.
"La situación económica es mala en Kaliningrado", resume Irina, una vendedora en este centro comercial. "La logística es muy complicada para traer productos de Rusia. Todo es más caro", dice mientras exhala el humo de su cigarrillo.
¿Quieres acceder a todo el contenido de calidad sin límites? ¡SUSCRÍBETE AQUÍ!