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El presidente ruso, Vladimir Putin, el presidente chino, Xi Jinping, el líder norcoreano, Kim Jong Un.EFE

El desgaste de Putin

#ANÁLISIS: Los líderes de las potencias autoritarias se permiten soñar con vivir 150 años.

Mientras los mortales comunes envejecen entre guerras interminables, inflación y drones sobre sus casas, los líderes de las potencias autoritarias se permiten soñar con vivir 150 años. Así lo dejaron entrever Vladimir Putin y Xi Jinping en el más reciente desfile militar de Beijing, conmemorando los 80 años del fin de la guerra contra Japón. En un momento captado por micrófonos abiertos, discutían sobre longevidad, biotecnología y trasplantes para rejuvenecer el cuerpo humano, como si la eternidad fuese una prerrogativa política. China, incómoda por la difusión del video, forzó a Reuters a retirarlo. Pero lo simbólico ya estaba dicho: estos líderes no solo quieren durar en el poder, quieren burlar a la biología.

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El contraste con la realidad es brutal. Mientras Putin conversa sobre longevidad, el conflicto en Ucrania se intensifica. Lejos de apalancar una solución diplomática, la reciente visita de Putin a Alaska para reunirse con Donald Trump se ha revelado estéril. El expresidente republicano aspiraba a un gran golpe mediático que lo proyectara como artífice de la paz mundial. Soñaba con un Premio Nobel. Pero ni Ucrania cedió, ni Rusia ofreció nada. La “paz” quedó reducida a una escenografía. Trump volvió a su país con promesas vagas; Putin regresó con más espacio en el tablero internacional, sin ceder terreno.

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En vez de desescalar, Rusia decidió subir la apuesta. Entre el 9 y 10 de septiembre, una oleada de drones rusos penetró el espacio aéreo de Polonia, marcando una de las provocaciones más graves desde el inicio del conflicto. Al menos cuatro drones fueron derribados; otros cruzaron zonas habitadas, una casa fue impactada. Polonia activó sus defensas, cerró aeropuertos, y solicitó consultas bajo el Artículo 4 del Tratado de la OTAN. Además, en un gesto inusual, pidió ayuda a Ucrania para entrenar a sus fuerzas en la defensa contra drones. No es solo una amenaza: es el reconocimiento de que Moscú está dispuesto a tensar la cuerda incluso con países de la Alianza Atlántica.

Esta agresividad no se explica sólo por la geopolítica exterior. El frente interno ruso también se deteriora. La guerra comienza a mostrar su costo: miles de bajas, sanciones económicas, aislamiento tecnológico, inflación, represión. Aunque las encuestas oficiales insisten en un respaldo popular amplio, los indicios de fatiga social son cada vez más claros. No hay victorias rotundas, ni objetivos cumplidos. La narrativa del “mundo contra Rusia” empieza a desgastarse. Las leyes de censura y persecución aumentan, pero el descontento se filtra. En regiones pobres, los reclamos por servicios, precios y falta de oportunidades crecen. La represión evita protestas masivas, pero no elimina el malestar.

Símbolos y gestos grandilocuente

Putin responde a esta crisis con símbolos y gestos grandilocuentes. Desfiles, marchas, discursos sobre el destino histórico de Rusia y, ahora, charlas sobre longevidad casi divina. Como si el tiempo mismo pudiese ser manipulado a voluntad, como si el poder absoluto ofreciera inmunidad contra la decadencia. Es el mismo patrón que llevó a autócratas del pasado a hablar de su invulnerabilidad, mientras sus imperios comenzaban a agrietarse.

La incursión sobre Polonia tiene un doble sentido: dentro de Rusia, refuerza la imagen de un líder implacable que desafía a la OTAN; fuera, prueba hasta dónde puede llegar sin una respuesta directa de la alianza Atlántica. La táctica es conocida: provocar, medir, retroceder si es necesario, pero siempre generando tensión. Cada dron es una pregunta: ¿responderá Occidente? ¿Cuál es el umbral de tolerancia?

Mientras tanto, el presidente ruso administra su legado con frialdad quirúrgica. Aparece fuerte, desafiante, con la mirada en un futuro más allá de su generación. Pero cada gesto de fuerza es también un síntoma de fragilidad, un intento de mantener el control en un sistema que empieza a mostrar signos de desgaste al igual que lo hizo el imperio soviético luego de años de guerra en Afganistán y que fue uno de sus principales puntos de quiebre que causaron su colapso.

Putin juega una partida compleja. Se sienta en cumbres internacionales sin ofrecer concesiones, envía drones a espacio OTAN sin disparar una guerra, invoca sueños de inmortalidad mientras su país sangra lentamente. La paz no llega, el Nobel se aleja, y el reloj biológico, pese a todo, sigue su curso.

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