
Colombia y Venezuela anuncian “zona de paz”: ¿integración o santuario narco?
ANÁLISIS: Colombia y Venezuela han anunciado con pompa un “memorando de paz y desarrollo binacional” en la frontera.
En la política latinoamericana, la ironía suele convertirse en profecía. Colombia y Venezuela han anunciado con pompa un “memorando de paz y desarrollo binacional” en la frontera. El nombre oficial suena a utopía bolivariana reciclada: Zona de Paz, Unión y Desarrollo. El apodo que mejor le calza, en cambio, es mucho más terrenal: la franja del perico. Porque “perico” es como se le dice en Colombia a la cocaína, y la franja que se pretende instaurar corre el riesgo de ser menos un laboratorio de cooperación que un santuario de carteles, guerrilleros y burócratas con sueños de eternidad.
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El contexto no podía ser más dramático. Colombia acaba de perder a Miguel Uribe Turbay, senador y candidato presidencial que sobrevivió apenas dos meses al atentado que lo hirió en junio. Su muerte el 11 de agosto ha dejado a la nación enlutada y polarizada. Uribe simbolizaba la oposición frontal a Gustavo Petro, y su partida no solo cerró una vida, también abrió un vacío político que enciende pasiones de cara a las elecciones. Mientras tanto, Petro, fiel a su estilo de discursos interminables y delirantes, anuncia a los colombianos que el futuro pasa por abrazar a Nicolás Maduro y trazar un corredor deintegración. El documento suscrito en julio con Caracas tiene duración de cinco años, renovable, y promete fomentar seguridad, desarrollo económico, educación y cultura. Pero no es jurídicamente vinculante, no establece mecanismos de control claros y, sobre todo, pretende instalarse en la zona más porosa de América Latina: la frontera colombo-venezolana, cuna de contrabando, corredor del ELN y refugio de disidencias de las FARC. Una paradoja tan grande como la cordillera que la atraviesa.
Aquí entra la ironía. Washington ya no se anda con eufemismos: el Cartel de los Soles, esa red de militares y altos jerarcas chavistas señalada de manejar rutas de cocaína, oro ilegal y lavado de dinero, fue declarado organización terrorista internacional el 25 de julio. Y no hablamos de capos en las sombras, sino de generales y ministros con charreteras doradas que, según Estados Unidos, pusieron al Estado al servicio del narcotráfico. La recompensa por Nicolás Maduro asciende ahora a 50 millones de dólares, un precio digno de novela negra.
Si cruzamos los datos, el resultado es escalofriante
Si cruzamos los datos, el resultado es escalofriante: en un extremo, un presidente colombianoque ha perdido el sentido de la proporción; en el otro, un régimen venezolano acusado de cartelizar el poder. Y en el medio, una franja binacional que promete ser “zona de paz” pero que en la práctica puede convertirse en la autopista de la cocaína.
Petro defiende la iniciativa como un gesto de integración histórica, una suerte de reedición del sueño de Bolívar. Pero a Bolívar lo inspiraban batallas libertarias, no rutas de contrabando. En realidad, la llamada “franja del perico” corre el riesgo de bloquear la vigilancia estadounidense sobre la región, instalar un tapón geopolítico y dar oxígeno a guerrilleros y narcos que llevan décadas usando la frontera como escondite.
La “franja del perico” no será dibujada en mapas oficiales, pero ya existe en la geografía política de la región: un corredor que une guerrilla, dictadura y narcotráfico. A eso se le llama integración forzada. Y mientras tanto, la comunidad internacional mira con gesto ambiguo: unos ven oportunidad de negocio, otros temen la expansión del crimen transnacional, y la mayoría prefiere no incomodar a Caracas, que todavía controla petróleo y votos en la OEA.
La ironía final es que todo esto se hace en nombre de la paz. Una paz de papel, firmada en memorandos sin dientes, mientras en el terreno se erige un santuario criminal. El discurso oficial habla de “zona de desarrollo”; la realidad, de “zona de producción”. Petro sonríe y twitea “pendejadas’’ ; Maduro festeja con arengas revolucionarias; los capos del cartel brindan en silencio, seguros de que, por ahora, la historia les pertenece.
Así se levanta, entre funerales y discursos, el nuevo laboratorio de la integración criminal: la franja del perico. Un territorio donde la paz será el disfraz y la coca, la moneda de cambio. Donde los soles no alumbran la libertad sino las rutas de exportación. Y donde, si alguien aún cree en las promesas de desarrollo, conviene recordarle que los narcos siempre han sido mejores arquitectos de fronteras que los políticos.
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