Madres en zonas violentas: cómo se cría con miedo en el Ecuador actual
EXPRESO conversó con tres madres, quienes expusieron cómo su carga ha aumentado con el nivel de inseguridad que vive el país
En un país marcado por la violencia, la migración y la incertidumbre, ser madre en Ecuador es un acto diario de resistencia. Este especial reúne historias reales de mujeres que crían con miedo, amor y coraje en medio del caos. Madres que han perdido a sus hijos, que los ven partir en busca de un futuro mejor, que enfrentan la delincuencia desde la trinchera de sus hogares o desde sus uniformes. A través de testimonios, datos y análisis, EXPRESO rinde homenaje a las mujeres que sostienen este país desde el corazón y la lucha silenciosa.
Johanna Chévez, Bertha Cabezas e Inés Santos son tres mujeres que viven en barrios populosos de Guayaquil. Ellas han llorado por los peligros que sus familias enfrentan cada día y el miedo que tienen de perder a sus hijos por una bala perdida o porque sean reclutados por las bandas narcodelictivas.
Estas madres abrieron las puertas de sus casas a EXPRESO y nos cuenta cuáles son sus desafíos, impotencias, sueños y logros.
Johanna Chévez, una madre que cuida también hijos de otras mujeres
El haber crecido en una época donde podía jugar en la calle sin temor es una experiencia que los hijos de Johanna Chévez no podrán tener. Hace algunos años, para ella, criar a sus hijos en el Suburbio de Guayaquil es algo que la llena de ansiedad.
Tiene 44 años y siete hijos; cuatro de su esposo, dos de ella y uno de ambos. Cuenta que todo cambió desde el 2021; a partir de ese año, su cuadra ya no es segura. El temor de las motos o de que haya una balacera o una bala perdida “nos ha limitado mucho, ya no dejamos que salgan a jugar a la calle”.
Además, si sus hijos deben salir, no los deja ir solos; ellos los llevan y los trae. No obstante, les inculca el arte. En sus tardes, ellos aprenden fotografía, muralismo, danza, donde visibilizan contranarrativas, porque “el pueblo afro no solo es un tema de delincuencia ni en Socio Vivienda, todas las familias son delincuentes”.
Su vivienda se convirtió en una casa de acogida
Chévez es docente de una batucada popular que prepara artísticamente a adolescentes y jóvenes de algunos sectores peligrosos de Guayaquil, como Flor de Bastión, Socio Vivienda, Sergio Toral, Trinipuerto (un sector de Isla Trinitaria) y Suburbio. Con la intervención militar y policial en Socio Vivienda 2, algunas madres le pidieron que acogiera a sus hijos porque temían por el bienestar de ellos.
Eso, porque, en varias viviendas, los uniformados ingresan rompiendo todo. O, porque también temen que los menores sean reclutados forzosamente por los grupos de delincuencia organizada (GDO).
Manifiesta que antes, dio albergue a niños de Nigeria, un barrio de Isla Trinitaria. Las madres temían que por las balaceras que se registraban allí, ellos murieran. “Las mamitas me llamaban asustadas; que por favor le tengamos a los hijos porque había amenaza de que se les iban a meter a las casas”.
Así, su vivienda se ha llenado de jóvenes, con quienes comparte la mesa junto con sus hijos. Chévez comprende la situación en la que se encuentran las mamás de los chicos que acoge en su casa porque “como madre uno se desespera por sus hijos y no quiere que les pase nada”.
Sin embargo, aunque los menores pueden estar en una casa segura y “el sector es menos violento”, no pueden salir de esta; en su barrio también hay bandas. Ella no quiere que los identifiquen, ya que “a pesar de que ellos no pertenecen a ningún GDO, basta con decir que eres de Socio Vivienda, el GDO del sector se pone en alerta”.
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El recelo de dejar a sus hijos en casa
“La inseguridad es terrorífica aquí”. Además de que ha tenido que cuidar a su familia de los GDO, afirma que también debe hacerlo de la Policía Nacional. En varias ocasiones, declara haber sido acosada por los uniformados; además, una vez ingresaron a su casa, cuando ella y su esposo estaban de viaje.
Narra que, en esa ocasión, sus hijos estaban colocando unos tambores en el auto, cuando miembros de la Policía “allanaron la casa, con el pretexto del estado de excepción”. Para ella, no es justo que sus hijos tengan que esconderse de la delincuencia organizada y de la Policía. Es por eso por lo que cada vez que debe salir de su casa teme por ellos; pero cuando duerme también, “porque en cualquier momento se pueden meter a la casa, los militares, los policías o un GDO”.
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Bertha Cabezas, el temor de una madre: que él no sea captado
En Isla Trinitaria vive Bertha Cabezas, de 44 años. Para ella ser madre soltera de dos jóvenes y dos adolescentes no ha sido fácil. “Me ha tocado luchar mucho”, expresa, mientras recuerda cómo ellos tuvieron que “valerse por sí solos”, porque dejaba su casa a las 04:00 para ir a trabajar y retornaba cerca de las 21:00.
Ayudar a sus hijos con sus estudios ha sido un reto, relata, ya que no cursó la colegiatura. Cuando llegaba a su domicilio, revisaba que hayan hecho sus tareas y confiaba en que estos estuviesen bien.
El miedo de que sus hijos sean captados
A pesar de lo peligroso que es el sector, Cabezas sostiene que todo depende de cómo “uno crie al niño”. Sin embargo, ha pensado sobre qué pasaría si los GDO obligan a su hijo que se les una. Ella es firme al decir: “Yo me voy a exponer por mi hijo, porque no voy a permitir que mi hijo pase por eso”.
Ella recuerda que hace unos años atrás, debido a eso, su hermano, de 36 años, tuvo que abandonar el sector e ir a vivir a otro barrio. Sus amigos querían que él formara parte de estas bandas; él se negó y tuvo que huir.
Debido a esto, Cabezas habla con sus hijos para que tengan cuidado con sus amigos. Pero teme más por su hijo de 14 años, porque, como está en la adolescencia, y algunos chicos de su misma edad están en bandas delincuenciales, pueden convencerlo.
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El consejo no falta
Y es que “a pesar de la educación que le podemos dar a nuestros hijos, ellos (las amistades) pueden inculcarle cosas que no deben, porque los jóvenes miran el dinero”. Es por eso por lo que todos los días le aconseja que el dinero fácil no es bueno, que este le conllevaría a ir al cementerio, al hospital o a la cárcel. “Gracias a Dios está tranquilo y de la amistad no ha pasado”.
No obstante, para esta madre es primordial que sus hijos estudien y sean profesionales para que puedan “valerse ellos mismos”; de esta forma, ellos podrán comprar lo que deseen. “Sin los estudios, uno no puede llegar tan lejos como quisiera”. Es por eso por lo que este año se propuso estudiar virtualmente para ser ejemplo para sus hijos.
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Inés Santos, la mamá de varios jóvenes en Isla Trinitaria
“¡Mamá Inés!”, “Tía Inés”, así varias personas, mujeres adultas y jóvenes, llaman a Inés Santos en Isla Trinitaria. Inés Santos, de 51 años, vive en este populoso sector desde 1992, cuando se hizo el relleno hidráulico. Recuerda que en esa época ya había bala, robos y a las chicas se las llevaba. Desde muy joven sabía que en ese lugar debía autoprotegerse.
Cuando su hija era aún pequeña, a su esposo, quien era pescador, lo asesinaron al tratarle de robar. Desde allí, tuvo que luchar, cuenta.
Su historia
Su dolor más grande fue cuando se enteró, cinco meses después, de que un chico del barrio, de 22 años, había violado a su hija, de 16 años, porque no quería ser novia de él; ella quería dedicarse a sus estudios. “Él había dicho que a él nadie lo había despreciado, menos una negra” y en complicidad de una amiga de su hija entró a su casa, mientras Santos compraba mariscos en el mercado Caraguay. Cuando supo, la entonces adolescente estaba embarazada.
A pesar de que Santos denunció la violación a su hija, el caso quedó en la impunidad. Menciona que durante el proceso le cambiaron de abogada y la última que tuvo solo pidió la manutención de la criatura, pero ella quería justicia; fue callada por el juez, rememora. Tuvo que abandonar el caso porque su hija desarrolló un cuadro de epilepsia emocional e intentó en repetidas ocasiones quitarse la vida, por lo que recurría constantemente al hospital.
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Su frente de lucha
Esto hizo que Santos participara en las escuelas de ciudadanía y que ahora sea una defensora de los derechos humanos. Ella preside la Fundación Nia Kali. Hace un mes, fue reconocida como ‘Mujer del Año’, por su trayectoria en el ámbito de acción social. Su hija, también es una líder juvenil.
Ella organizó una batucada donde varios jóvenes del sector la integran. Su objetivo es arrebatar a los muchachos de las manos de los GDO, “me duele ver cómo chicos, hijos de mis conocidos, hoy estén tomando ese rumbo; aunque muchos no quieren, han tenido que hacerlo”.
Una de sus razones de alegría es que uno de los adolescentes que ahora está en la agrupación salió de una banda y se reintegró al sistema educativo. Él como otros jóvenes la llaman “tía Inés”; las mujeres que ya son madres, a quienes les ha ayudado a cambiar las situaciones de violencia en sus hogares, en cambio, le dicen “mamá Inés”. Para ellos, esta mujer es su pilar.
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