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Convención nacional CREO
Convención. Esta semana, el discurso del presidente ante su partido saltó a los titulares como una muestra acabada de extravío político incurable.Gustavo Guamán

Lasso es incapaz de admitir su fracaso

El presidente saliente no se hace cargo de nada. “Dejamos un mejor país”, dice, como si no fuera un presidente derrotado.

“Si hay algo de lo que todos debemos sentirnos orgullosos es que hoy en día dejamos un mejor país frente al que lo recibimos”. Lo dijo el presidente Guillermo Lasso en el vociferante discurso de despedida que pronunció este 8 de noviembre en el Coliseo Julio César Hidalgo de la capital de la república, poco glamuroso escenario de un espectáculo inesperado: la convención nacional de su partido, CREO. La empresa electoral con la que Lasso llegó a la Presidencia de la República y que luego, abandonada a su suerte (que era pésima), se sumió en el más penoso de los desamparos, tenía todas las características de un cadáver político al que únicamente faltaba sepultar. La resurrección de ese muerto y la novedad de que el país marcha sobre ruedas (nomás que nadie se dio cuenta) fueron las grandes revelaciones de la semana.

“Dejamos un mejor país frente al que lo recibimos”. Aparte de la barbaridad gramatical que la vuelve casi ininteligible (no termina de entenderse al frente de qué mismo está dejando Guillermo Lasso el “mejor país” que se ha inventado), esta frase del presidente saliente contiene el secreto de su caída en desgracia ante la opinión ciudadana: todo aquello que hizo de él un presidente desconectado de sus mandantes quedó resumido en esta fórmula que saltó a todos los titulares no por su pertinencia y su conformidad con la realidad, sino exactamente por lo contrario. No es la primera vez: quizás desde que volvió de su viaje relámpago a Colombia, en medio de la crisis eléctrica, y despachó alegremente aquello de que los apagones eran “producto de una reactivación económica y un bienestar de los hogares ecuatorianos”; quizás desde unos días antes, cuando en el inicio de la transición de gobierno aseguró que dejaba una economía en marcha, lo cierto es que Guillermo Lasso lleva semanas, las más decisivas de la etapa final de su disminuido período, produciendo aquel tipo de chirriantes declaraciones que llevan al ciudadano común a preguntarse: ¿en qué país vive este señor?

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Quizá buena parte de esos desencuentros se producen porque el presidente Lasso está engañado. Él es la primera víctima del escuálido mecanismo de desinformación puesto en marcha por un ministro de Economía, Pablo Arosemena, entregado a la ingrata tarea de manejar e interpretar las cifras para hacerlas calzar a martillazos en la realidad que trata de vender: sobreestimando la proyección del crecimiento, subestimando la proyección del déficit, manipulando la información fiscal… “Queridos ecuatorianos -tuiteó esta semana el presidente, fiel a este guion de su secretario de Estado-: luego de reducir 15 impuestos en mi período de gobierno, hemos logrado incrementar la recaudación tributaria en 28 por ciento comparada con el año 2019 (prepandemia)”. Guillermo Lasso debería saber que ese es un dato engañoso. Quizá lo sabe y por eso termina su mensaje con una cura en salud: “Los cientistas -dice- dirán lo contrario, pero las cifras no mienten”.

Así es, en efecto: los “cientistas” (mejor dicho: los economistas) dicen lo contrario. José Hidalgo, director de Cordes, lo explicó con claridad en ‘Politizados’, el pódcast de análisis político de este Diario. Según él, para llegar a la cifra que proyecta recaudar el presidente hasta fin de año (unos 18 mil millones de dólares) el incremento de la recaudación debería ser del 6 por ciento con respecto al año pasado, y la verdad es que el incremento de la recaudación no ha sido sino del 2,5 por ciento entre enero y septiembre. Y con tendencia a la baja: de hecho, en septiembre de 2023 el gobierno de Lasso ya recaudó menos impuestos que en septiembre de 2022. En otras palabras: jamás llegará a la cifra que desde ya celebra, con irresponsable anticipación. “Las cifras -como dice el presidente- no mienten”. Es el ministro de Economía quien lo hace. Y, con él, Guillermo Lasso.

Si esto ocurre con la economía, mucho mayor es el autoengaño del presidente de la República en el terreno de la política. Basta con considerar su discurso de este 8 de noviembre en la convención de su partido: “Dejamos -iba diciendo- un mejor país frente al que lo recibimos. Nuestra mayor lucha ha sido proteger nuestra democracia. Romper los lazos de esas fuerzas políticas acostumbradas a enriquecerse a costa de sus negocios con el Estado. Esas fuerzas políticas obsesionadas con el poder, autoritarias y corruptas que han decretado que si no gobiernan ellas, nadie lo hará en el Ecuador. Por eso estamos aquí, para enfrentar a ese despropósito y salir en defensa del interés de la familia ecuatoriana”. Se refiere, por supuesto, al correísmo con su proyecto autoritario, antidemocrático y de impunidad. Y habla como si lo hubiera vencido. Cualquiera con dos dedos de frente puede reconocer que lo que ocurrió es exactamente lo contrario. Solamente Guillermo Lasso se conduce como si su gobierno no fuera un absoluto fracaso; como si no fuera un presidente que tuvo que irse antes de hora por su incapacidad de controlar una situación política que le fue adversa desde el primer día y ante la cual no hizo otra cosa que dar palos de ciego. Que el mayor logro de su gobierno fuera el de haber decidido él cuando debía irse, con el decreto de la muerte cruzada, debe ser la más pírrica de las victorias.

No. No deja Guillermo Lasso un país mejor. Deja un país donde las fuerzas antidemocráticas están más saludables que nunca y continúan dictando la agenda de la política parlamentaria. Deja una esfera pública que ha llegado a aceptar como normal y hasta deseable que un prófugo de la justicia privado de sus derechos de participación lleve la voz cantante de los acuerdos entre los principales partidos. Deja un país donde el Consejo de Participación Ciudadana, esa anomalía institucional que sólo ha servido, desde su creación, para incrementar la ingobernabilidad de la nación, ese organismo que él prometió erradicar y terminó fortaleciendo, se ha convertido ya en un órgano inamovible, con el respaldo de una consulta popular que ratificó sus funciones y que el presidente fue incapaz de ganar porque no supo ni explicar siquiera. Una consulta popular que él planteó en el peor de los momentos, irresponsablemente, a sabiendas de que perdería. Deja, en resumidas cuentas, un país mucho peor, con los mismos problemas que él heredó pero convertidos ya en enfermedad crónica.

Y, sin embargo, celebra. Y anuncia una nueva etapa política en la que su partido, esa empresa electoral que dejó morir ni bien llegó a la Presidencia, que perdió su estructura nacional y su capacidad de convocatoria, se lanzará ahora a las elecciones de 2025. Así, triunfalmente y cargados de optimismo. Sin hacerse cargo de nada. Como si la oportunidad de constituir una fuerza política que represente a una nueva y moderna centroderecha en un país asediado por el populismo, oportunidad que tuvieron con el respaldo de las urnas, fuera algo que se puede desaprovechar así nomás sin que tamaña negligencia les pase factura. Sigue nomás tirando hacia adelante el presidente, sin hacerse cargo de su fracaso y sus errores. Difícil saber en qué planeta vive.

De cero al infinito

En las pasadas elecciones seccionales, el partido político CREO ni siquiera intervino. Los pocos candidatos de gobierno que corrieron por una alcaldía o una prefectura lo hicieron bajo el membrete de una alianza (la Alianza Va por Ti), que disimulaba su identidad, para ese entonces ya bastante disminuida. Esta semana en el coliseo Julio César Hidalgo se anunció su voluntad de concurrir a la elección de 2025 con candidatos propios. Esteban Bernal liderará el proceso.

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