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Crítico incansable del regionalismo, Henry Raad se convirtió en un gran defensor de Guayaquil, a pesar de haber nacido en Quito.Archivo

Henry Raad Antón: sí, valió la pena

Su vida fue una lucha constante, y quien se cruzó con él no pudo permanecer indiferente. Amarlo u odiarlo, no había otra alternativa

Henry Raad Antón se fue como se van los guerreros, en silencio y sin mucho aspaviento. Nació en Quito, el 4 de agosto de 1941, pero su corazón perteneció a Guayaquil desde finales de la década de los 60, cuando vino buscando un destino que se acomodara más a su pensamiento y forma de ser. Y lo encontró. Fue uno de los fundadores de la Junta Cívica, concejal de la ciudad en la alcaldía de León Febres-Cordero, además de editorialista y crítico incansable del centralismo político de Ecuador. Esta última posición le valió la descripción de ser un regionalista confeso.

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Solía decir que fue abogado por eliminación. No se veía como arquitecto, ingeniero o médico. Obtuvo el título en la Pontificia Universidad Católica del Ecuador, pero su vida estuvo siempre vinculada al comercio. En sus primeros años vendió desde vajillas hasta cosméticos.

A Guayaquil vino a probar suerte. Y se enamoró para siempre de ella, de su calor y de su gente. Aquí hizo su vida. Contrajo matrimonio con Patrizia Puccini y tuvo dos hijos, Ricardo y Sandy. Se convirtió en empresario y por mucho tiempo trabajó junto a su tío, José Antón Díaz, hermano de su madre, como gerente de algunas de sus empresas, hasta que se jubiló.

Sus días fueron una lucha constante. Gozaba de “una terrible salud de hierro", como solía decir. La enfermedad de Crohn fue su compañera desde muy joven y jamás quiso separarse de él. Luego le sobrevino un cáncer en la lengua. Pero sus dolencias físicas jamás lograron vencer su inteligencia aguda, sus comentarios crudos e incisivos. Conversar con Henry Raad era una delicia, porque lograba que la pregunta más simple se convirtiera en la más profunda reflexión.

En la memoria de quienes lo conocieron queda, sin duda, el recuerdo de sus obras teatrales ‘La nueva semilla’ (1986), estrenada en el teatro Candilejas de Guayaquil en 1986 y reestrenada con adaptaciones en el Teatro Centro de Arte en 1999, y ‘Señora Democracia’ (1987), bajo la dirección de Marina Salvarezza.

Sus punzantes editoriales publicados en algunos diarios de la ciudad, incluido Diario EXPRESO, fueron luego recopilados y organizados en su libro ‘Al desnudo’ (2002), una delicia para sus seguidores, pero también para sus detractores, que eran muchos.

El segundo -y último- planteaba la pregunta pero también la respuesta más importante de su vida: ‘¡Valió la pena?’ (2010). Y sí. Valió la pena. Lo aseguran su familia, sus amigos, los tuiteros con los que se reunía los miércoles y sus amigas del almuerzo de los martes.

Henry Raad se fue el 7 de abril de 2020, a los 78 años. A su manera, cuando ya no quiso seguir peleando. No porque se rindiera ante la adversidad, sino porque quería recobrar la libertad. Ahora ya puede descansar en paz.