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Luisa gonzalez
Campaña. Los correístas son conscientes de que si “tuviéramos un mejor pueblo”, como dice Lenín Moreno, ellos necesitarían una mejor candidata.

Hay candidatos más mojigatos que Lenín

La declaración más políticamente incorrecta de nuestra historia puso el dedo en la llaga supurante del sistema político

“Ojalá tuviera yo un mejor pueblo”. La declaración de Lenín Moreno en el Foro por la Defensa de la Democracia de las Américas, celebrado en Miami el 5 de mayo de 2021 (a 19 días de entregar el poder a Guillermo Lasso), es quizá la más políticamente incorrecta que haya pronunciado un presidente o cualquier otro político ecuatoriano desde el retorno de la democracia. El país entero se rasgó las vestiduras. Se le acusó de soberbia, de grosería, de despreciar a la gente. Los correístas, que lo odian con la intensidad con que solo se puede odiar a quien se amó, aprovecharon la oportunidad para caerle en cargamontón: “está claro que Lenín Moreno odia a los ecuatorianos”, dijeron. “Es repugnante”, protestó un locutor radial de ese movimiento político. Y uno de los jóvenes animadores de una conocida empresa de producción de contenidos digitales no encontró mejor idea que bajarse los pantalones y sentarse en el excusado para comentar la noticia. Sin embargo, cada vez que el Ecuador entra en un nuevo proceso electoral, la idea de que “ojalá tuviéramos un mejor pueblo” vuelve a rondar con insistencia en los comentarios políticos, en las entrevistas con analistas y candidatos, en las tertulias radiofónicas y hasta en los discursos de los mismos que la denostaron, sin que nadie se atreva a pronunciarla con todas sus letras.

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Primero, una constatación sorprendente: dos años después de la declaración de Lenín Moreno y una vez superado el primer impacto negativo que produjo, pasado el momento de las reacciones, los insultos, las imprecaciones y los resentimientos, resulta que un número nada despreciable de ecuatorianos parece estar plenamente de acuerdo con esa manera de pensar. Lo puede comprobar cualquiera haciendo una consulta sumaria en los buscadores de las redes sociales. Digítese los criterios “un mejor pueblo” y “Lenín Moreno” y se verá que la frase del expresidente no ha dejado de citarse desde que la pronunció hasta la fecha (la más reciente corresponde al pasado 17 de junio). Y casi siempre que se la cita (en una abrumadora mayoría de al menos nueve de cada diez veces) es para reafirmarla o respaldarla con un dato de la realidad.

Un camión repartidor de gaseosas se accidenta en la vía Durán-Yaguachi y decenas de vehículos que pasan por ahí se detienen para saquear su contenido y partir atiborrados de botellas; la escena se repite con un camión de cervezas entre Alóag y Santo Domingo; un vehículo 4x4 quedó atrapado en la arena cuando se metió a derrapar en el área protegida costera de la Reserva Puntilla de Santa Elena; en otra playa, una familia almuerza bulliciosamente entre tarrinas y bolsas plásticas en plena zona de anidación de tortugas; decenas de personas miran para otro lado mientras un grupo de niños asaltan a los autos detenidos en un semáforo… En cada uno de estos casos (y en muchos otros, a veces sin razón aparente alguna) ha habido ecuatorianos que han creído oportuno recordar que “Lenín Moreno tenía razón: ojalá tuviéramos un mejor pueblo”.

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La idea de que “somos un mal pueblo” está ligada aquí con lo que se percibe como el comportamiento natural de los ecuatorianos en relación con las normas básicas de convivencia: el irrespeto a las leyes y a la propiedad, el oportunismo, la indolencia, la tendencia a corromperse fácilmente, el desprecio por el espacio público o el simple desconocimiento del concepto básico de lo público. Son rasgos del comportamiento individual que parecen ir de la mano con la reconocida fragilidad institucional y el poco apego de los ecuatorianos al sistema democrático, que se traduce en su predilección por los regímenes de mano dura.

Dondequiera que se reúnan dos o tres analistas para debatir sobre el panorama electoral en estos días de campaña anticipada, las alarmas por lo que parece ser la inminente reelección de algunos de los peores asambleístas ecuatorianos de todos los tiempos, a quienes sus partidos y movimientos políticos insisten en candidatizar, suenan con insistencia. Hay frases de cajón que suelen repetirse siempre en ese tipo de tertulias: “nosotros tenemos la culpa”; “elegimos mal”; “la mala calidad de la representación política depende de nosotros”… Todo esto en medio de intentos desesperados (y cabe suponer que infructuosos) por despertar la responsabilidad de los votantes. En estas frases, la primera persona del plural es eufemística y encubre la idea subyacente que ronda en la mente de todos pero que nadie (salvo un presidente frustrado que ya está de salida, lo cual le da una cierta ventaja) se atreve a pronunciar, a saber: “Ojalá tuviéramos un mejor pueblo”.

Lo que los analistas lamentan, los políticos lo celebran. O por lo menos, lo aprovechan. Bien pueden los correístas, por ejemplo, acusar a Lenín Moreno de “odiar a los ecuatorianos”. Lo cierto es que cuando sus diseñadores de imagen y estrategas de campaña (acaso con el apoyo de su líder prófugo porque sin él, en esa tienda política, no se hace nada) ponen a circular extraoficialmente la imagen de su candidata a la presidencia componiendo una improbable pose de Superman y luciendo una capa roja anudada en el pescuezo, están demostrando que su concepto y su valoración del pueblo no es diferente de la de Moreno. Porque si “tuviéramos un mejor pueblo”, es decir un pueblo preparado para la democracia, con respeto por las instituciones e interés por los asuntos públicos, un pueblo informado y con criterio que prefiere votar por un estadista que por un payaso o una banda de rateros, la propaganda de Luisa González en versión DC Comics sería no sólo ineficaz sino contraproducente. Nomás hay que ver la evolución de Andrés Arauz desde la campaña anterior a la actual: el personaje que, después de su piponazgo en el servicio público, se la pasó años construyendo una supuesta imagen de académico y sesudo economista, hoy comparece ante los votantes convertido en una piñata bailante. En otras palabras: para llegar al pueblo, se rebajan. ¿Hay acaso algún candidato que no sienta que debe hacer exactamente lo mismo?

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Todo lo cual los coloca en una posición mucho peor (más reprochable, por lo menos) que aquella en la que se puso Lenín Moreno. Donde el expresidente, frustrado y a punto de retirarse, dice “Ojalá tuviéramos un mejor pueblo”, personajes como Luisa González con capa de Superman y Andrés Arauz rodando sobre la pista de baile dicen exactamente lo contrario: ojalá no lo tengamos nunca. Porque todo el sistema político ecuatoriano, con sus posibilidades infinitas de clientelismo, su tendencia a reelegir a rateros y analfabetos impresentables (de lo contrario no los postularían) y su disposición a rebajar el nivel del debate público a simas cada vez más profundas, depende casi exclusivamente de su necesidad imperiosa de no tener un mejor pueblo. Todo lo demás es mojigatería pura.

  • Hay peores. Si Lenín Moreno dijo “Ojalá tuviera un mejor pueblo”, Luisa González con su capa de Superman y Andrés Arauz convertido en piñata parecen decir: Ojalá no lo tengamos nunca.

  • Hace 2 años. A pesar de todas las reacciones adversas que generó, la declaración del expresidente no ha dejado de citarse en las redes sociales y, casi siempre, para reafirmarla.

El tabú del pueblo sagrado

La frase “Ojalá tuviera un mejor pueblo” sólo podía ser pronunciada por un presidente que iba de salida y no tenía más ambiciones políticas para el futuro. No es extraño que causara tanta conmoción y rechazo: con ella, Lenín Moreno estaba transgrediendo uno de los tabúes fundamentales del sistema político: el carácter sagrado del pueblo soberano. Se trata, por tanto, de una blasfemia.

Con los tabúes ocurre que son esenciales para mantener el orden y la jerarquía de las sociedades y de los sistemas. En este caso, el hecho de que el pueblo ecuatoriano tenga una escasa adaptación a las instituciones democráticas es lo que permite la sobrevivencia de los proyectos políticos populistas, autoritarios y autocráticos. Pero que un presidente de la República lo diga es un escándalo.