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Convención nacional correísta
Desafío. Jorge Glas, designado candidatos para que decline y proponga a Luisa González y Andrés Arauz. Todo un mensaje de impunidad al país.ALBERTO ZAMBRANO / EFE

Show correísta y mensaje de impunidad

Jorge Glas protagonizó la convención nacional en la que se designó a Luisa González y Andrés Arauz como candidatos. Una crónica.

Show correísta en Portoviejo: la convención nacional del movimiento Revolución Ciudadana designó por aclamación a Jorge Glas como candidato a la presidencia de la República; solo para que el exvicepresidente sentenciado por corrupción declinara el honor en un discurso desbordante de victimismo y propusiera los nombres de quienes contaban ya con la aprobación de Bélgica: Luisa González para presidenta y Andrés Arauz para vicepresidente. Glas fue el protagonista del acto de masas, celebrado en el centro de eventos La Esperanza: un mensaje de impunidad y un abierto desafío a la legalidad del sistema político y electoral ecuatoriano ejecutado entre gritos triunfales y en la cara de una delegada del Consejo Nacional Electoral, Nataly Soriano, que certificó con su presencia la legalidad de lo actuado: los especialistas en simulacros la volvieron a hacer.

La víspera, el juez de Yaguachi Jhon Erik Rodríguez, en flagrante violación de la disposición constitucional que prohíbe de por vida a los sentenciados por corrupción postularse como candidatos a dignidades de elección popular, concedió una acción de protección que restituye los derechos políticos del exvicepresidente de Rafael Correa “para que pueda participar en las elecciones anticipadas 2023”. Un ‘timing’ perfecto que sólo echó a perder la sentencia de la Corte Constitucional del día anterior, según la cual los jueces que proceden contra ley expresa al otorgar acciones de protección sí pueden ser procesados por prevaricato. El correísmo, sin embargo, decidió simplemente ignorar esta circunstancia y seguir adelante con su libreto.

Que lo de Glas fue un simulacro y las candidaturas de Luisa González y Andrés Arauz estaban decididas de antemano lo demuestran los repetidos lapsus de Marcela Aguiñaga, presidenta del partido y prefecta del Guayas, que en su discurso inaugural se refirió a la exlegisladora manabita como la futura presidenta. Pero sobre todo el video con el que se cerró la convención: una pieza de propaganda en el reconocible estilo de los hermanos Alvarado, con ‘jingle’ de campaña sobre las sonrientes y satisfechas figuras de González y Arauz.

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Democracia interna al estilo correísta: los candidatos se eligen en Bélgica y se anuncian vía tuit; el buró nacional certifica esa elección con la votación unánime de sus miembros (el instinto de sobrevivencia es aquí la principal virtud política) y la presidenta, Marcela Aguiñaga, consulta a las masas reunidas en la convención nacional: “Voy a hacerles una pregunta y quiero que todos, de estar de acuerdo, levanten su mano izquierda como corresponde”. Votación por aclamación, como en las asambleas universitarias. El espacio para la disidencia, de existir alguna, es invisible. Los miembros del buró nacional, nombres de tercera o cuarta fila de la militancia correísta (los de fidelidad probada), pasan al escenario y hacen lo que se espera de ellos. Con su característica elocuencia y su proverbial dominio del idioma, Aguiñaga explica cómo se ha dado el proceso: “ comenzó reglamentariamente por la brevedad del momento a poderlo hacer a través de la representación del buró nacional que aquí nos acompaña. Estas semanas han sido intensas, incansables”. Clarísimo.

“Por unanimidad -continuó- este buró aprobó cada una de las listas que se han inscrito”, y que aparentemente la militancia reunida en la convención no necesita conocer (ni tampoco lo pide) porque ni las mencionó siquiera. Solo dijo que entre ellas se decidió (y esto también fue anunciado días atrás desde Bélgica, vía tuit) recandidatizar a muchos de los asambleístas cesados por el decreto de muerte cruzada para que “vayan a terminar su período legislativo”. “Porque se lo merecen, porque han sido orgánicos” (otra vez el instinto de sobrevivencia como virtud política cardinal rinde frutos y garantiza candidaturas).

Por lo demás, la convención correísta funciona como un encuentro nacional de nostálgicos de las sabatinas. Hay números musicales con las predecibles alusiones al líder ausente. Una pésima cantante que disfraza su evidente incapacidad de llegar a las notas más altas con invitaciones al público para que cante en lugar de ella, despacha un conocido tema del recuerdo de Marisela, ese que reza “lo dejé partir y hoy no sé vivir sin él”, pero en lugar de “sin él” dice “sin Rafael”. El público vibra y se emociona hasta el chillido ante semejante dechado de originalidad artística. Luego, un técnico de sonido va siguiendo fielmente su guión musical que contempla canciones apropiadas para cada momento del acto, lo mismo que en las sabatinas. Está la que dice “Estábamos mejor, teníamos hidroeléctricas”. La que amenaza con que “se viene el correazo, llegó el momento de gobernar”. La que recuerda, por si alguien lo ha olvidado, que “los corruptos siempre fueron ellos”. Esta última suena en el momento en que Jorge Glas, “nuestro vicepresidente eterno” según felices palabras de Marcela Aguiñaga, hace su entrada triunfal entre abrazos y apretones de mano en el centro de eventos La Esperanza. Más oportuno, imposible.

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“No solo ha recuperado la libertad sino que ha recuperado sus derechos políticos para representar al Ecuador en cuanto la revolución ciudadana lo decida”, celebra un entusiasta maestro de ceremonias. “Una sola vuelta, una sola vuelta”, corea la multitud desenfrenada. El exvicepresidente sentenciado, al que acaban de designar candidato, sube al escenario y desgrana sus cuitas: dice “he llorado”. Dice “allá donde me tuvieron, sí me doblaron pero no me rompieron”. Dice “el tiempo que pasé en prisión no fue en vano”. Dice “somos gente honesta y decente”. Dice “Rafael, fuente de doctrina política, social y económica”. Dice “los ricachones, la bancocracia”. Dice “estamos vestidos de pueblo”. Dice “yo ya he perdonado”. Y declina su candidatura. Porque el mundo es malo y los enemigos, poderosos. “No podemos tener ese mínimo riesgo por todos los procesos judiciales que tengo”.

Sobre la marcha se designa a los que ya estaban designados pero ahora, por efecto escénico del simulacro, parecen haber sido propuestos por el exvicepresidente eterno en espléndido acto de desprendimiento. Votan los integrantes del buró nacional con la disciplina, la fidelidad y el instinto de supervivencia que caracteriza a quienes ocupan semejantes dignidades y pregunta Aguiñaga a la multitud si están conformes con los nombres de Luisa González y Andrés Arauz. Aclamación unánime y jubilosa.

Ya puede entrar Rafael Correa, conectado desde Bélgica, como si no tuviera nada que ver con lo que acaba de ocurrir. Corto discurso de ocasión. Dice “la persecución sistemática”. Dice “sin odio pero con memoria”. Dice “como la simple arcilla que frente al fuego se endurece”. Dice “como la semilla que se la entierra y vuelve a crecer”. Dice “no entienden que podrán cortar las flores pero nunca podrán impedir la llegada de la primavera”. Se le acaban las frases hechas y se despide.

Cierran, claro, Arauz y González. El primero saluda apenas. La segunda despacha el vademécum de logros correístas. Dice Yachay, dice Ikiam, dice Unae... Ya nadie le presta atención. El Centro de Eventos La Esperanza bulle de vuvuzelas que Marcela Aguiñaga lleva dos horas tratando de acallar sin éxito. Es una auténtica catarsis de autocelebración e identificación colectiva. Es el regreso de los viejos días de gloria con su repetición litúrgica hasta en los mínimos detalles. Es la política como acto de fe. Detrás de toda esta algarabía se esconde un odio y una sed de venganza incontrolables.

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