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Guillermo Lasso: El capitalismo criollo no es del todo liberal

Perfil del candidato presidencial de la alianza CREO - PSC, quien participa por tercera vez en la carrera a la Presidencia de la República

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Guillermo Lasso junto a simpatizantes y dirigentes de CREO en su declaración luego de las votaciones.Miguel Canales / EXPRESO

Empleado de la Bolsa de Valores de Guayaquil a los 15 años; gerente a los 22; fundador de empresa a los 23; vicepresidente ejecutivo a los 25 y presidente de compañía financiera a los 29: Guillermo Lasso empezó desde abajo, trabajando en la adolescencia para pagarse los estudios secundarios, y subió todos los escalones que se le pusieron por delante. Gozó de dos inestimables ventajas: demostró talento y tuvo padrino, su cuñado Danilo Carrera Drouet, que había fundado una financiera en Panamá y sabía cuándo comprar acciones. Fue él quien lo encaminó por el mundo de las finanzas, desde los primeros pininos escribiendo cotizaciones en las pizarras y los primeros cargos de responsabilidad, a las primeras sociedades y las primeras inversiones. Cofiec, Finansa, Procrédito, Finansur… Fue él quien hizo posible la captación del Banco de Guayaquil, en ese entonces una institución menor cuya presidencia asumiría el hoy candidato de CREO en 1994, a los 39 años, y convertiría en el segundo banco más grande del país. Talento y padrino: el caso de Guillermo Lasso es un ejemplo de capitalismo criollo químicamente puro. Había empezado a estudiar Economía en la Universidad Católica de Quito, pero desertó al segundo año: no le hacía falta.

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Su carrera en el servicio público empezó en el gobierno de Jamil Mahuad, de cuya campaña fue donante en 1998. En retribución, Lasso recibió sus primeros cargos: gobernador del Guayas, superministro de Economía. El correísmo quiere hacerlo responsable y beneficiario de la crisis bancaria de 1999, pero las conclusiones de la Comisión de Investigación de esa crisis, presidida por Eduardo Valencia y establecida por el propio Rafael Correa en 2007, lo negaron documentadamente. También en los primeros días del correísmo surgió el tema de su presunto uso de información privilegiada para sacar provecho económico cuando era funcionario: se lo dijo, en los tristemente célebres pativideos, el exministro de Economía Armando Rodas a Ricardo Patiño. Y no lo estaba acusando, sino poniéndolo como ejemplo. Lasso lo negó y nadie insistió en ello: era demasiado incómodo para todo el mundo.

Hoy Lasso es un tipo que paga 15 millones de impuesto a la renta (desde 2010) y vive apartado de la actividad financiera (desde 2012) para dedicarse por entero a la política sin caer, se supone, en conflictos de intereses. Esta es la tercera vez que participa en las presidenciales y la segunda que llega al balotaje. En las elecciones anteriores, organizadas por el correísmo para poner a Lenín Moreno en el cargo, perdió con la cancha inclinada. Creyó tener un caso sólido de fraude, pero no lo supo defender. Hizo el ridículo cuando apareció con su mujer rodeado de urnas, cajas de cartón supuestamente llenas de votos pero que ella levantó en el aire con la ligereza con que solamente se levantan las cajas vacías.

El mundo da vueltas: dos años después firmó, con la entonces ministra de Gobierno, María Paula Romo, un pacto de gobernabilidad que dio un respiro a Lenín Moreno. Acordaron apoyar una agenda básica de legislación en la Asamblea. A este esfuerzo por mantener en pie la siempre tambaleante institucionalidad democrática ecuatoriana se sumaría más tarde, en octubre de 2019, la actividad logística secreta desplegada por Lasso para evitar el golpe de Estado. Especialmente cuando Moreno decidió cambiar la sede de gobierno a Guayaquil para mantenerse a salvo del caos en que había caído la capital, el papel de Lasso fue decisivo. Sin embargo, todo esto le pasó factura: no es fácil explicar cómo se empieza siendo un partido de oposición y se termina en el gobierno. Se entiende mejor cuando a esta visión maniquea se agrega el ingrediente que falta: el proyecto autoritario del correísmo. Como candidato mejor posicionado en su contra a lo largo de tres elecciones consecutivas, a Lasso le ha correspondido la no siempre grata tarea de encarnar la oposición anticorreísta y de defensa de la democracia liberal.

Le sería más fácil si no fuera tan curuchupa. Hombre del Opus Dei, ha cometido el pecado de romper una promesa: dijo hace años que no permitiría que sus creencias personales interfirieran en sus políticas públicas. Pues bien: lo hicieron. En agosto del año pasado escribió una carta al presidente Lenín Moreno y presionó a su bloque de asambleístas para evitar la aprobación de una reforma al Código de Salud que obligaba a los médicos a atender cualquier aborto en curso como una emergencia obstétrica. Según él, esa reforma “ignora el derecho a la vida del niño por nacer”. Los médicos, escribió, están obligados (en “coherencia con el Código Penal”) a denunciar a la mujer que les pida cometer semejante crimen. Sus respetables creencias religiosas han impedido a Guillermo Lasso tratar el tema del aborto como un problema de salud pública. En general, su desconexión con la sociedad contemporánea es enorme (en temas relacionados con identidades sexuales y modelos alternativos de familia, por ejemplo). Esto lo aleja del liberalismo que dice profesar y causa una resistencia que perjudica a la causa democrática.

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El candidato de CREO pelea un pase a la segunda vuelta tras una campaña más bordada de curiosidades que de excesos. Hizo guiños al discurso populista: la frase “qué chuchas” pasará a la historia ligada a su nombre. Se vio obligado a hacer concesiones a las demandas de sus nuevos aliados socialcristianos: su propuesta de aflojar las restricciones para la tenencia de armas de fuego es el caso paradigmático. Y terminó ofreciendo insensateces difíciles de integrar a su estilo de hacer política: girar a la Virgen del Panecillo para que mire hacia el sur de Quito, por ejemplo. Sin embargo, nada de esto lo define. Su presidencia marcaría el período de transición que Lenín Moreno fue incapaz de abrir en la suya. Un período en el que las reivindicaciones sociales sobre derechos de las mujeres y las minorías tendrán que esperar por mejores días.