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Daniel Noboa
La última vez que fue visto públicamente fue en la jornada electoral del pasado 16 de noviembrecortesía

El presidente Daniel Noboa juega a las escondidas tras la consulta popular

Ocultar cómo procesa un evento político de tal magnitud es un problema de transparencia y señal preocupante

En cualquier democracia republicana, incluso en las más frágiles, los presidentes tienen la obligación elemental de informar a sus mandantes sobre lo que hacen en el ejercicio del poder. Si el jefe de Estado sale del país en una misión oficial, lo mínimo esperable es que comunique dónde está, qué agenda cumple y con quién se reúne. 

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No se trata solo de un principio básico de rendición de cuentas, sino de transparencia en el uso de recursos públicos. Décadas atrás, la Constitución ecuatoriana exigía pedir permiso al Congreso para viajar. Luego se reemplazó ese requisito por la obligación de emitir un decreto informando del desplazamiento, lo que otorgó mayor agilidad a la función presidencial sin eliminar el deber de informar.

En la Constitución actual no existe un artículo específico que regule los viajes del presidente. Pero la obligación de mantener informado al país sobre sus desplazamientos oficiales sigue siendo un principio mínimo de ética pública y de respeto al carácter republicano del Estado. Ocultar información sobre la agenda o la ubicación del presidente vulnera las normas más básicas de transparencia. 

La razón es evidente: en un viaje oficial siempre hay intereses colectivos en juego. Lo que el presidente hace, gestiona o negocia fuera del país es asunto de todos los contribuyentes. Otra cosa muy distinta sería un viaje estrictamente privado, en el que el mandatario corriera con sus propios gastos.

En las dictaduras (como las de Fidel Castro o Augusto Pinochet), que los gobernantes desaparecieran de la escena pública sin aviso era normal. En cambio, en democracias consolidadas, cuando un presidente se esfuma por uno o dos días se desencadena un escándalo. La prensa exige explicaciones, la oposición protesta y la ciudadanía reclama transparencia. 

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El caso de Gustavo Petro en Colombia es un referente reciente. Sus ausencias, ya sea dentro del país o en el exterior, suelen convertirse en tormentas políticas. En una ocasión, tras asistir a la posesión de Daniel Noboa, viajó a Manta y permaneció allí dos días sin que nadie supiera qué hacía. Luego afirmó que había ido a escribir un libro, pero ese episodio aún alimenta especulaciones y sospechas.

El caso de Daniel Noboa es distinto y más grave. No solo desaparece durante sus viajes; lo hace sin que parezca generar preocupación en la Asamblea Nacional, en buena parte de la clase política ni en ciertos medios de comunicación. En estos días, el presidente viajó a Estados Unidos y regresó sin que el país conozca prácticamente nada sobre su agenda. Nadie en el Legislativo pidió aclaraciones. Se sabe únicamente que lo acompañó José Julio Neira, su secretario de Integridad Pública y operador político. ¿A qué fue? ¿Con quién se reunió? ¿Qué asuntos estaban en juego después de la derrota electoral del 16 de noviembre? Nada se sabe.

De hecho, si no hubiera firmado un decreto incluyendo a Neira en la comitiva oficial, no existiría registro alguno de quiénes viajaron con él. Ni siquiera está claro si lo acompañó la canciller Gabriela Sommerfeld, algo que sería lógico tratándose de un viaje oficial.

Lo único que se sabe del viaje de Noboa es que se fue y regresó

El decreto que anunció su desplazamiento entre el 18 y el 20 de noviembre no explicó el propósito del viaje, y la Presidencia guardó silencio ante las solicitudes de información de la prensa. Solo se conoce que Noboa voló en el avión presidencial desde Quito a Teterboro, cerca de Manhattan, y que regresó el jueves por la noche, previo paso por Washington y Nueva York, donde firmó dos decretos, entre ellos el que designó a Nataly Morillo como nueva ministra de Gobierno.

Se sabe que la embajada ecuatoriana en Washington había organizado una recepción para él. No asistió: aparentemente ya se había marchado a Nueva York. Un viaje hermético, ejecutado en las horas posteriores al golpe político más duro de su administración. El país merece saber qué hace su presidente y por qué. Ocultar cómo procesa un evento político de tal magnitud no solo es un problema de transparencia, es una señal preocupante sobre la manera en que entiende el poder.

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