
Hongo Fusarium R4T: mapa de zonas en emergencia y qué pasará con el banano en Ecuador
Experto resalta la importancia de aplicar enb todas las bananeras un control de bioseguridad
No se mueve, no vuela, no hace ruido. Vive debajo de la tierra, espera. El Fusarium oxysporum f. sp. cubense Raza 4 Tropical no irrumpe de golpe: se infiltra. Así lo explica Freddy Magdama, investigador del CIBE y de la ESPOL, ingeniero agrícola y doctor en fitopatología, cuando se le pregunta qué es lo que realmente se sabe hoy sobre el hongo que acaba de ser confirmado en Ecuador.
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“Lo que conocemos con certeza —dice— es que el patógeno está presente en una finca de aproximadamente siete hectáreas, en el cantón Santa Rosa, provincia de El Oro”. Allí, las plantas comenzaron a mostrar síntomas que encendieron las alertas. No fue una sospecha lanzada al aire: se activaron pruebas moleculares, ensayos de patogenicidad, todo un proceso técnico conocido como cascada diagnóstica. Solo después, llegó la confirmación oficial. El Fusarium estaba ahí. Un organismo del suelo. Persistente. Difícil de erradicar.
¿Está contenido Fusarium?
Magdama es prudente. Los detalles operativos los maneja Agrocalidad, pero el siguiente paso es claro y urgente: evitar que el brote crezca. Que ningún inóculo —ni una partícula microscópica del hongo— salga de esa finca y encuentre un nuevo hogar en otra plantación.
Por eso, la palabra que se repite como un mantra es bioseguridad. No como consigna, sino como barrera real. “Sabemos —advierte— que los niveles de bioseguridad en muchas fincas son bajos”. El llamado es directo a los productores: incrementar controles, desinfectar zapatos, herramientas y vehículos, limitar accesos, vigilar cada ingreso. El hongo no camina solo; viaja con las personas, con los objetos, con la rutina descuidada.
El desafío se vuelve más complejo con la llegada del invierno. El agua también mueve al Fusarium. Y Santa Rosa es una zona inundable. “Ese es un tema preocupante”, reconoce el investigador. Las lluvias pueden convertirse en aliadas involuntarias del patógeno si no se toman medidas adicionales. Erradicar el material infectado es apenas el primer paso. Luego vendrán decisiones más difíciles: obras de contención, muros, drenajes, estrategias para evitar que el agua arrastre el hongo fuera del perímetro afectado.
Todo dependerá de los niveles freáticos y de la intensidad de las lluvias. Nada puede dejarse al azar. Por eso, Magdama insiste en la vigilancia constante: monitorear los alrededores, observar los meses siguientes, detectar cualquier brote fuera de la finca original que indique que el patógeno logró escapar.
El Fusarium no da segundas oportunidades. Una vez que se instala, puede permanecer en el suelo durante décadas. La ciencia lo sabe. El país lo sabe. Ahora, la diferencia entre una alerta contenida y una crisis expandida se jugará en decisiones silenciosas: en un pediluvio bien usado, en una bota desinfectada, en un cerco que impida el paso del agua.
La batalla no será rápida ni visible. Pero empieza —como siempre— bajo la tierra.
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