
Lo que Donald Trump 2.0 significa para el Ecuador
Análisis | El nuevo orden internacional que articula está lleno de incertidumbre. Ecuador no es ajeno a este nuevo escenario
Todo lo relativo al nuevo orden internacional que está articulando Donald Trump es incertidumbre. Pura y profunda incertidumbre, al menos en lo que parece ser un nuevo orden internacional porque ni de eso hay certezas.
(Te invitamos a leer: Los delirios de la izquierda casi matan a Gustavo Petro)
Un día anuncia que va a retirar las garantías de seguridad a Ucrania y al día siguiente anuncia que no lo hará. Un día respalda a Rusia en su invasión a Ucrania y poco tiempo después (apenas el viernes 7 de marzo) amenaza con poner tarifas a ese país por estar empeñado en la invasión a Ucrania.
Un día anuncia que finalmente va a aumentar los aranceles hasta el 25% a México y Canadá y horas después dice que no lo hará.
No hace mucho tiempo le entregó un cheque en blanco al multimillonario Elon Musk para que reforme las agencias de su país y el viernes 7 de marzo les dijo a sus ministros que le ajusten las riendas al sudafricano luego de una tempestuosa reunión de gabinete.
Ecuador, en la incertidumbre por Trump
En medio de esa demencial espiral de interrogantes y dudas, de órdenes y contraórdenes, cabe la pregunta: ¿Cómo le va a ir al Ecuador en este escenario? La respuesta es incierta, como todo. Con Trump no se puede saber, al menos, por ahora.
Pero sí hay cómo formular algunas pistas. Para comenzar, hay que tener claro que con Trump todas las reglas y todas las alianzas que los EE. UU. habían articulado, especialmente desde la segunda guerra mundial, han terminado. Ni sus aliados históricos pueden seguir confiando en sus alianzas con EE. UU. ni el concierto de las naciones puede saber a qué atenerse.
Todo indica que los principios de defensa de la democracia, de impulso al libre comercio, de soberanía internacional y la resistencia a los regímenes autoritarios quedan supeditados a los intereses económicos de los EE. UU. Ahí es donde puede entrar el caso ecuatoriano que, más o menos, es exactamente el mismo que el de los otros países de la región.
Desde 1945 y, particularmente, desde el gobierno de Jimmy Carter, en los 70 del siglo pasado, los gobiernos de América Latina que se han adherido a los principios de la democracia liberal y republicana, defensora de los derechos humanos y las libertades individuales han tenido las simpatías y el apoyo del país más poderoso y rico del mundo. Con eso ya no hay cómo contar.
Las amenazas de Trump
La amenaza (y en eso no ha reculado) de tomarse el canal de Panamá por cualquier mecanismo destruye los cimientos de la relación con la región. Ni el principio de la soberanía, ni el apoyo a los regímenes democráticos ni el ideal de una mancomunidad de países americanos abiertos al comercio entran en la ecuación de Trump.
La amenaza de imponer a México aranceles como arma de negociación destruye, por ejemplo, la idea de que el comercio es una herramienta de desarrollo y no de coacción. En ese pandemonio se podría pensar que las lógicas políticas domésticas imperantes en América Latina pueden cambiar. Veamos.
EE. UU. ha sido visto en países de la región como el sostén en el que han podido apoyarse las corrientes políticas liberales y democráticas. Con la espantosa excepción de los años 70 y 80 del siglo pasado donde ese país apoyó a dictaduras siniestras bajo el pretexto de frenar al comunismo, el Departamento de Estado ha estado de lado de las fuerzas democráticas. Incluso en los gobiernos republicanos de los Bush, padre e hijo.
Si Rafael Correa amenazaba a periodistas con juicios y ponía en riesgo su seguridad durante sus tenebrosas sabatinas, no era de sorprenderse que el Departamento de Estado le hiciera saber sobre su desagrado, lo que obligaba a líderes como el mismo Correa a limitar su autoritarismo, aunque sea a regañadientes.
Eso, que ocurrió en más de una ocasión (las amenazas e insultos de Correa a este periodista valieron una advertencia del Departamento de Estado) muy posiblemente no se repetirá con la administración de Trump a quien parece importarle un pepino la democracia, a menos que el gobierno de turno del Ecuador no le ofrezca posibilidades excepcionales de hacer negocios a sus empresas.
En resumen, lo más posible es que la Embajada de los EE. UU., bajo las lógicas trumpianas, deje de ser algo así como el angelito que ha susurrado al oído del gobierno de turno cuando se ha salido de los cauces democráticos y de respeto a las libertades individuales.
¿Oportunidad para los políticos anti imperio?
Otra arista de este sacudón trumpiano es lo que en la prensa anglosajona se ha llamado como el regreso del “ugly american” (algo así como el gringo malo en español), un concepto que sale de una novela de los años 50 del siglo pasado y de una película donde se proyecta la imagen del turista insensible a las penurias que viven los pueblos que visita.
Pues esta idea del gringo malo o del “ugly american” bien podría ser inmensamente útil para ganar simpatías y adhesiones al líder populista, demagogo y autoritario que maneja el discurso anti EE. UU., heredado de la época de la guerra fría. Felices estarán los Maduro, los Correa, los Díaz-Canel y los Ortega porque habrá sectores de la sociedad que se sentirán identificados con sus consignas antiyanquis y antiimperialistas.
A este paso el “ugly american”, el que pone aranceles para presionar a México, el que amenaza con Panamá y expulsa a los migrantes, será el mejor aliado de estos líderes.
Incluso, figuras como el prófugo Rafael Correa que se ha radicalizado y defiende abiertamente al criminal de Nicolás Maduro podría llegar a tener una buena imagen si se posiciona como el enemigo del gringo malo.
Bien harían los diplomáticos ecuatorianos y la academia en tratar de entender este fenómeno que hasta ahora nadie entiende por completo.
¿Quieres acceder a todo el contenido de calidad sin límites? ¡SUSCRÍBETE AQUÍ!
No te pierdas Politizados: La concesión de Sacha no va más