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INVASION PARQUE METROPOLITANO
Guardaparques. Luego de la incursión de los supuestos comuneros de Tanda Pelileo, el Municipio reforzó la vigilancia del bosque de Bellavista.GUSTAVO GUAMAN / EXPRESO

El cuento chino de la comuna ancestral Tanda Pelileo

El asambleísta Fernando Cabascango FALSIFICA LA HISTORIA para alzarse con 127 hectáreas del Parque Metropolitano

“Somos dueños absolutos de estas tierras ancestrales”, dice con aguerrida convicción Luis Juiña. El presidente de la comuna Tanda Pelileo no piensa pedir permiso a nadie para entrar con los suyos a machete en el Parque Metropolitano de Quito y ponerse a desbrozar, cavar zanjas, marcar límites y hacer ahí lo que les plazca. Lo secunda, con una carpeta de documentos bajo el brazo, el asambleísta Fernando Cabascango, disidente de Pachakutik en la órbita de Leonidas Iza y la bancada correísta. Él dice tener los documentos suficientes para demostrar la posesión comunitaria de 127 hectáreas de las 557 que forman ese pulmón de Quito. Casi la cuarta parte. Exhibe un “mapa georreferenciado actualizado por la comuna”, cita sentencias judiciales, acuerdos ministeriales, resoluciones municipales... Y culpa a políticos corruptos por la usurpación. Nomás hay un pequeño problema: la comuna Tanda Pelileo fue disuelta en 1979.

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En el Parque Metropolitano nadie se acuerda de ella. La concejala Luz Elena Coloma, que durante los nueve años de alcaldía de Paco Moncayo (2000-2009) presidió la Comisión de Expropiaciones del Municipio y trabajó, precisamente, para asegurar la propiedad pública del parque y resolver todos los conflictos, nunca conoció un solo reclamo de la comuna Tanda Pelileo. Lili Boada, coordinadora del Colectivo Defensores del Parque Metropolitano, una organización de ciudadanos que monitorean y estudian el bosque desde hace 25 años, dice que no hay evidencia de ocupación. Wilson Paredes, que vive ahí desde hace 18 años, se enteró de su existencia en diciembre del año pasado, cuando una incursión con maquinaria pesada fue detenida antes de que pudiera causar mayor destrozo. “De lo que hemos conocido la única comuna en el parque somos nosotros”, dice Paredes.

Desde Nayón. La historia de la comuna Tanda Pelileo, disuelta en 1979, está perfectamente documentada y no incluye asentamientos de ningún tipo en el Parque Metropolitano de Quito.

Porque sí, hay una comuna en el parque. El año pasado él fue su presidente. Paredes conoce la historia y se la contó a este Diario: son los antiguos huasipungueros de la hacienda Miraflores, que ocupaba gran parte del bosque antes de la expropiación, y sus descendientes. Ellos se organizaron y llegaron a un acuerdo con el Municipio. Sacaron adelante dos microempresas: una de mantenimiento, jardinería y limpieza y otra de guardabosques. “Éramos los guardianes del bosque. Luego nos absorbió la Empresa Municipal de Obras Públicas y empezamos a trabajar también en otros parques metropolitanos: Armenia, Chaquiñán, Metropolitano del Sur...”. La comuna Miraflores se rige por una ordenanza especial de 2013 que establece condiciones estrictas de ocupación: dimensión de los lotes, uso y porcentaje de suelo construible, tipología arquitectónica, en fin.

¿Y Tanda Pelileo? ¿Por qué no llegó a un acuerdo similar? “Hasta 1978 -resume su presidente Luis Juiña- nuestros abuelos vivían ahí, pero en 1980 nos despojaron de esos    terrenos. La comuna se dedicaba a la agricultura y proveían los productos a la capital. Han transcurrido ya 42 años, nos han desalojado ya las mediaguas, todas esas pequeñas viviendas que existían de ese entonces ya no están”. Esto lo cuenta (en la rueda de prensa que ofrece junto a Cabascango en la Asamblea) como respuesta a la suspicaz pregunta de la periodista Daniela Moina, de Diario Extra, que quiere saber algo elemental: ¿por qué en el parque no ha quedado ni el menor vestigio de su ancestral y milenaria historia?

La verdadera respuesta es más sencilla: en el Parque Metropolitano no quedan vestigios de la ocupación de la comuna Tanda Pelileo porque la comuna Tanda Pelileo nunca, jamás, ocupó el Parque Metropolitano. Esas no son sus tierras ancestrales: Cabascango y Juiña mienten. Comuna mucho más antigua que la de Miraflores (su primera referencia documental data de 1592) fue una de las primeras en acogerse a la Ley de Comunas de 1937 y elaborar un estatuto que el Ministerio de Agricultura aprobó en 1940 y reposa en sus archivos. “Artículo 1: La comuna de San Francisco de Tanda Pelileo se halla constituida por los habitantes del caserío del mismo nombre, perteneciente a Nayón, parroquia rural del cantón Quito”. Eso es un par de kilómetros hacia el este, al otro lado de la quebrada. Al inscribirse, también establecieron los linderos de las tierras comunales. Así: con la hacienda Pelileo (actualmente el terreno de la hormigonera Quito); con la hacienda San Isidro (actualmente las urbanizaciones Rincón del Valle y Rancho San Francisco, lo cual coloca a la comuna muy lejos de la zona del parque donde se encuentra el mirador de Cumbayá, que son las tierras que hoy pretende) y con la    hacienda Miraflores, que ocupaba parte del parque pero llegaba más allá, hasta los actuales terrenos de la    Federación Ecuatoriana de Fútbol.

“Los compañeros -insiste Cabascango- fueron desalojados    (del Parque Metropolitano) por la fuerza pública desde 1978, tal como consta en los informes”. ¿Qué informes son esos? Unos que no muestra a nadie. Todo un asambleísta de la República miente como si los archivos no existieran. Como si la historia que pretende falsificar con impunidad no estuviera perfectamente documentada: es la historia de la imparable expansión urbana de la capital hacia sus valles orientales. La historia de cómo la construcción de la vía Interoceánica disparó el valor de algunos lotes, propició la especulación e introdujo diferencias económicas entre los comuneros. Cómo algunos de ellos empezaron a alquilar canteras a las constructoras para su beneficio individual mientras otros vendían sus predios y se iban. Cómo empezaron a llegar (un informe de 1974 del Ministerio de Agricultura lo registra) “comuneros blancos”, para que se siga hablando en términos de etnia y ancestralidad. Cómo los terrenos comunales (consta en otro informe) se erizaron de cerramientos y alambradas. Y, en medio de ese caos, el cabildo quedó en acefalía hasta que la comuna fue oficialmente disuelta por el Estado. Nadie fue expulsado de ningún lado, menos de donde nunca estuvo.

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Una tesis de maestría en Estudios Urbanos de la Flacso, presentada en 2014 por Carla Simbaña, cuenta la historia de Tanda Pelileo y su lucha desigual contra la urbanización del valle. Pone sobre el tapete toda la documentación y la combina con numerosas entrevistas a excomuneros, incluidos ancianos que dan testimonio de sus vidas desde 1940 y no mencionan el Parque Metropolitano ni por casualidad. En esta tesis se habla de la comuna como “desaparecida” o “extinta”.

Que no, objeta Cabascango: que él tiene una sentencia de 1985 del Tribunal de Garantías Constitucionales en la que se revierte la disolución de la comuna. Pero tampoco la muestra. Dijo que la iba a subir a su página web y no lo ha hecho. Y si tal sentencia existe, si a la comuna de Tanda Pelileo le ha sido restituida su personería jurídica, ¿qué tierras se le adjudican? ¿Las que ellos mismos vendieron? ¿Las del Parque Metropolitano? ¿Y han esperado 35 años para reclamarlas? Porque ¿qué es una comuna? Lo dice la Ley de Comunas: “Todo centro poblado que no tenga la categoría de parroquia”. No importa si es “caserío, anejo, barrio, partido, comunidad, parcialidad” o lo que fuera. ¿Qué clase de “centro poblado” es Tanda Pelileo? O como preguntó, otra vez, Daniela Moina de Diario Extra, volviendo a poner el dedo en la llaga: “¿Dónde viven?” Más aún: ¿dónde han vivido por 35 años?    Fernando Cabascango escucha desencajado la pregunta, se alza de hombros y se va corriendo.

Campaña en medios

Por la mañana, en Pichincha Universal, la radio correísta; al mediodía, en la octubrista Wambra Radio; por la tarde, en Riksinakuy TV... La semana de Fernando Cabascango ha tenido mayor actividad mediática que todo el año. El disidente de Pachakutik se encuentra en la cresta de la ola de una campaña mediática que vende el señuelo de la ancestralidad y los derechos de las comunidades.