Quito

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Zona cultural. El cine Ocho y Medio es uno de los lugares más visitados de este barrio quiteño.Karina Defas

Pintoresca y peligrosa, La Floresta

Este barrio colonial de Quito tiene 105 años y se ha caracterizado por ser la cuna de la cultura. Desde hace cinco años corre el riesgo de morir.

Eran justo las 13:30 de un sábado y el barrio La Floresta, centro norte de Quito, lucía desolado. A plena luz del día el comercio estaba apagado. Sobre las veredas no había ni un perro deambulando. El ambiente era sombrío. Inerte. La sensación de estar en un pueblo fantasma se hacía presente.

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Este era y es el reflejo de la inseguridad con la que conviven moradores, comerciantes y turistas desde hace cinco años, a toda hora del día. Así dicen los residentes más antiguos y quienes la visitan con recelo.

Es preocupante, sostienen algunos, pero bajar la guardia tampoco es una opción. Armarse con algo más que valor es lo que les queda para “poner un límite a esta plaga” que los asedia. Con cámaras de video en la mayoría de esquinas y negocios. Con rejas. Alarmas comunitarias y con organización barrial están dispuestos a devolverle el brillo a este populoso barrio de la capital.

La nostalgia se apodera de algunos que por seguridad reservan su nombre, cuando recuerdan lo que un día fue este sector. Uno de los principales promotores del arte, cultura urbana y desasosiego social.

FormaciónNació cuando la ciudad vivió una expansión lenta. De clase media y alta fueron los primeros residentes.

Pero hacia el año 1800 esto fue la hacienda de la familia Urrutia, -parientes de María Augusta, aristócrata quiteña que dedicó su vida a la labor social-. Años más tarde, un 24 de mayo de 1917, esta misma zona se convirtió en el primer barrio fundado en Quito.

Y el nombre de La Floresta también nació en ese entonces. Se lo atribuyó la cantidad de flores que crecían en los predios. Al menos eso dicen los registros históricos.

Hoy, pese a la llegada de la modernidad, hay más de 50 mil habitantes y las casas patrimoniales tienen más de 80 años de construcción, pero su estilo neoclásico sigue intacto, pese al tiempo. La plaza central e iglesia son los mejores ejemplos.

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13:45. La temperatura no supera los 17 grados centígrados. Un techo gris cobija al barrio. El silencio continúa vivo. Y unas voces de mujeres son entrecortadas por el sonido de una pieza clásica de reggae. La parsimonia se rompe y la calle Guipuzcoa es la sede de esta algarabía, una que proviene de una casa, mientras que los barullos son de tres caminantes que circulan al filo de un moderno edificio.

Caminan a paso rápido por la mitad de la calzada y con un destino incierto... hasta que cruzan el umbral de una única abarrotería de esta calle.

“La gente se esconde en sus casas para evitar ser presa de la inseguridad. Solo salimos para hacer lo necesario. Tememos que esa plaga que ya nos ahoga nos atrape”, musitan dos de ellos, antes de perderse en el fondo de la calle Valladolid, una de las 12 vías transversales, -que por cierto llevan nombres de personalidades o ciudades españolas propias del proceso colonizador-, y que son parte de este barrio junto a tres avenidas más: Ladrón de Guevara, La Coruña y Toledo. Estas últimas flanquean al barrio y forman un triángulo que fácilmente se divisa en los mapas de la ciudad.

DiseñoEl arquitecto Rubén Vinci organizó las construcciones desde la plaza central, en la Ladrón de Guevara.

A lo largo de su extensión territorial, que no supera las dos hectáreas, más de 300 locales comerciales, entre bares restaurantes, tiendas de ropa, zapatos, libros, galerías de arte y también el cine Ocho y Medio, que es el emblema del tercer cine -para unos-, y un anónimo rincón para otros, se asientan.

Según cifras estadísticas, el 30 % de estos negocios está operativo, pero la concurrencia del público ha disminuido significativamente. El otro 70 % es incierto. Unos se reducen a la presencia de un rótulo o ni siquiera a eso. Solo son unos cadáveres económicos más.

Daniela Jácome corrobora este dato. Ella es propietaria de un mercado de pulgas. Y también es una testigo ocular. De los que cayeron y sobrevivieron a los golpes de la inseguridad.

Con 38 años, la mujer recuerda que hace dos décadas vivió el esplendor de La Floresta. Emprendimientos artísticos. Visitas de extranjeros. Calles llenas de luz y vida y ante todo los buenos comentarios del barrio. “Éramos reconocidos por lo bueno, pero ahora lo malo nos empaña”, musita.

Cuenta que los últimos seis meses fueron los más críticos. Por cinco ocasiones el hampa la visitó. En una le rompieron el vidrio de su carro y se llevaron dos computadoras portátiles. En otra ingresaron a su local y se llevaron el teléfono celular del mostrador, mientras atendía a unos clientes.

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    El barrio de la Floresta es uno de los preferidos por los turistas para hospedarse.ANGELO CHAMBA
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    El comercio en La Floresta en parte de su esencia.ANGELO CHAMBA
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    El comercio en La Floresta en parte de su esencia.ANGELO CHAMBA
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    El comercio en La Floresta en parte de su esencia.ANGELO CHAMBA
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    La delincuencia ha provocado que muchas calles sean peligrosas para transitar durante el día.ANGELO CHAMBA
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    Los puestos de comida rápida en la noche es algo icono del barrio.Karina Defas
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    Los puestos de comida rápida en la noche es algo icono del barrio.Karina Defas
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    Los puestos de comida rápida en la noche es algo icono del barrio.Karina Defas

Tiene pánico, pero también ganas de trabajar. Entonces optó por blindarse física y espiritualmente. Colocó unos barrotes pintorescos en la puerta e hizo una limpieza energética para ahuyentar lo “sucio, las plagas y malas vibras de los ladrones”.

En la imagen de archivo, una llama llamada (i), en compañía de dos alpacas.

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Los amuletos también la acompañan. Un espejo bagua (atrapa la mala energía), un ojo turco (cumple la misma función), plantas de ruda, para alejar lo negativo y otros cinco más inundan su local.

Con esto su esperanza se resguardaba un poco, aunque sabe que no es todo guarda ilusión de que funcionen las estrategias barriales adoptadas.

Pero como ella dice, no todo es malo en este barrio. Al menos la cultura gastronómica no muere y por las noches está más despierta que nunca.

18:30. Sobre el parque Navarro o del humo, en la esquina de las avenidas Ladrón de Guevara y De los Conquistadores, 10 coches de comida ambulante se asientan. El intenso olor a carbón despierta el apetito de unos. Percibir carne asada es común. O quizás cebolla frita, ajo... Huele a lo nuestro. A quiteñidad. A tradición. Así comenta Yolanda Mayorga, ecuatoriana que llegó desde Italia a los cuatro años y fue directo a degustar el plato típico de la zona: la tripa mishky.

Mientras recoge con una cuchara de plástico el último bocado que queda en su plato, un cantante disfrazado de mariachi entona con un altoparlante la canción de Sahiro: Te acuerdas de mí.

Cuando inicia el estribillo del tema, Mayorga exhala un suspiro en señal de que sació su antojo. Como ella, hay cientos más que han hecho de este espacio su centro de comunión, uno que transpira inseguridad, pero también emana esperanza por volver a ser lo que un día fue.