La necesidad de obras de todo tipo, pero principalmente las viales, es una constante que se repite en muchos barrios de la capital. En algunos casos, la intervención municipal no llega porque simplemente se han olvidado de ellos y en otros, porque la justificación recae en la falta de legalización del sector.

Pese a esto, todavía existe la buena vecindad y la coordinación entre los moradores para tomar acciones por mano propia y mejorar su calidad de vida.

Este es el caso del barrio Miraflores Alto 2, situado en el noroccidente de Quito. Aquí los residentes se cansaron de esperar la voluntad de las autoridades y optaron por organizarse coordinadamente para mejorar la condición de su localidad.

Los lugareños no son albañiles y tampoco tienen como oficio dedicarse a actividades que requieran fuerza, pero hacen lo posible y ponen empeño en el trabajo que llevan adelante para la regeneración de lo que para ellos se ha vuelto esencial.

Jorge Taco, dirigente de este sector, asegura que existen alrededor de 150 vecinos, entre los cuales se turnan para trabajar, todos los días, en las mejoras de sus calles peatonales.

¿Qué es lo que hacen? Se han dado modos para comprender la técnica de la colocación de adoquines que han sido retirados de otros sectores de la capital, es decir, utilizan material que ya está en desuso para otros, pero para ellos todavía pueden aguantar un tiempo más.

“Es la única manera de ir mejorando, porque con material de primera no es posible, porque nosotros no somos un barrio reconocido”, sostiene.

Incluso, hay quienes han enfermado debido al sobreesfuerzo que han realizado. Otros han presentado dolores en el cuerpo y hasta fiebre, según cuenta el dirigente barrial.

El hombre también explica que la mayoría de moradores sale a las 19:00 para formar una cadena humana y poco a poco subir el material hasta los callejones que están arreglando. La unión es una de las claves con que cuentan para que las obras puedan volverse una realidad y no solo una necesidad sin atención.

“Nuestro objetivo es cambiar la imagen y evitar también algún accidente, que no ha ocurrido, pero existe el riesgo”, menciona.

Los caminos que están disponibles en este espacio son generalmente de tierra y en invierno o verano generan un conflicto para los peatones y vehículos.

En tiempo de verano, las polvaredas son insoportables y amenaza a algunos con la generación de posibles enfermedades respiratorias.

Pero cuando el invierno llega la situación no se torna mejor y las vías se vuelven lodazales y focos de peligro por posibles caídas tras resbalar con el material formado.

“Por aquí andan niños, hay que evitar que algo malo suceda. Por eso aquí trabajamos todos, hombres y mujeres, adultos y niños, porque queremos mejorar nuestro sector”, enfatiza el dirigente barrial.

Los habitantes laboran en esta actividad de dos a tres horas al día, pero el tiempo es algo que buscarán incrementar los fines de semana, para acelerar su misión de tener un lugar más bonito para vivir.

Adelaida Cayo, quien tiene 52 años, dice que se tratará de terminar lo antes posible porque todos son conscientes de que en “las mingas la gente se cansa también. Tenemos que adelantarnos”.

La residente comenta que se dedica habitualmente a las tareas de su hogar, pero asegura que por el beneficio de todo el barrio le toca hacer el esfuerzo y también colabora con entusiasmo. Ella, al igual que sus vecinos, contribuye a pasar de mano en mano, uno a uno, los adoquines que embellecerán su barrio.