La construcción de un complejo ambiental es la alternativa por la que apuesta el Cabildo quiteño para evitar una crisis sanitaria en la ciudad. Esto tras conocer que la vida útil del relleno sanitario El Inga ya culminó. Es decir, en las 63 hectáreas de terreno no existe disponible un metro más para enterrar la basura que se sigue generando.

Una de las consignas que maneja el alcalde Pabel Muñoz cuando se refiere al tema es que la ciudadanía debe reducir la cantidad de desperdicios que producen y, además, aprender a reutilizar y clasificar este material para darle otro tipo de aprovechamiento, uno que incurriría en la llamada economía circular a partir del correcto tratamiento de la basura, mediante la aplicación de tecnología de punta con la que se contará en dicho complejo para darle una segunda opción de vida al plástico, cartón... y a los mismos desperdicios orgánicos.

Pero en la práctica, ¿qué tan posible es que la ciudadanía reduzca la producción de basura y opte por separar, reciclar y reutilizar? ¿De qué dependerá esta reeducación ciudadana? ¿Solamente se necesita esto o también amerita hacer otros cambios en temas de recolección y disposición final para que el complejo opere correctamente? ¿Cuál es el tipo de tecnología por la que se debe optar para que este proyecto funcione sin improvisaciones?.

Estas inquietudes fueron abordadas por la experta en temas medioambientales y manejo de residuos sólidos, María Luisa Cruz, quien asegura que lo principal es cambiar el modelo de gestión integral, acogiendo lo que el burgomaestre propuso, pese a que el tiempo es corto para que todo Quito pueda enmarcarse en un nuevo proceso reeducativo sobre la disposición de desechos sólidos.

“Los hábitos de consumo y de separación desde el origen deben cambiar. Esto se hace con educación desde las escuelas, colegios, donde se podría implementar en la malla curricular una asignatura relacionada con esto. Desde los hogares, con campañas para que la gente comprenda que es importante separar lo que puede podrirse de los plásticos, cartones, vidrio y otros. Por estudios técnicos conozco que del 100 % de la basura, el 75 % es orgánica y el 25 % restante corresponde a plástico, madera, vidrio y escombros”, revela Cruz.

A la par de esta medida, la experta añade que también se debe modificar a nivel operativo municipal, es decir, el sistema de recolección y sus componentes ameritan otro proceso. Los contenedores de basura deberán ser reemplazados por unos que cuenten con separadores para la disposición del material. Y los mismos camiones deberán ser diferentes, ya que no podrán colocar todo en un solo cajón.

“Va a ser difícil, pero se debe empezar ya. Lo ideal sería arrancar con proyectos pilotos en escuelas, colegios y en barrios donde ya se separa la basura y se recicla, que sí existen en Quito, para hacer las pruebas necesarias para que esta práctica se vuelva parte de la cultura de la ciudad y ojalá del país”, agrega María Luisa Cruz.

Sobre la tecnología que se empleará en el complejo, Cruz también hace una recomendación a las autoridades. “Es necesario escoger la que más se ajuste para procesar ese 75 % de basura orgánica que generamos y también para el 25 restante. No hay que improvisar”.

Y eso tienen claro las autoridades de la Empresa de Gestión de Residuos Sólidos (EMGIRS), donde Santiago Andrade, gerente general, asegura que ya existen empresas internacionales interesadas en tomar este proyecto y que cuentan con la tecnología adecuada.

“El complejo costará entre 200 y 300 mil dólares. El Municipio no tiene plata para esto y tampoco contamos con la tecnología, por lo que en siete meses ya se llamará a concurso. Se han mostrado interesados países como Estados Unidos, España, Rusia, Corea. El terreno en el que operará está frente al relleno actual y tiene 119 hectáreas”, agrega el funcionario.

En 18 meses, la Empresa de Aseo (Emaseo) también arrancará con la recolección diferenciada de la basura, pero será por zonas y el progreso también avanzará poco a poco. En 31 meses se esperaría que el complejo ya opere en su totalidad.