¿Otra vez Fausto?
Estamos a punto de vencer el umbral biológico de la pobreza, la indefensión de la especie de las epidemias naturales y arañar...
Hay que leer a Yuval Harari, pese a que está de moda. Su famosa trilogía, Sapiens, Homo Deus y Lecciones para el siglo XXI, es una meditación sobre la condición del hombre desde su aparición como especie hasta su radical transformación contemporánea, gracias a la biotecnología y a la informática.
Hemos llegado a un momento en que, como él señala, no es pertinente preguntarse: “¿Qué harían con la biotecnología aquellas personas con una mente parecida a la nuestra?”, sino más bien: “¿Qué harían seres con un tipo de mente diferente con la biotecnología?”. A lo largo de sus páginas, Harari da la impresión, a veces, de ser el nombre de un cíborg que se pasea por todas las etapas de la historia humana, breve período, por cierto, si se la compara con la vida de las galaxias y de la misma tierra; da cuenta de todos los saberes y en medio de la incertidumbre de la infinidad de datos que existen, deja en claro que somos protagonistas de una nueva agenda humana. Estamos a punto de vencer el umbral biológico de la pobreza, la indefensión de la especie de las epidemias naturales y arañar la posibilidad de que estemos en los últimos días de la muerte. “No quiero conseguir la inmortalidad por mi trabajo. Quiero conseguirla para no morirme”, ha resumido el sueño fáustico de Woody Allen.
Solo que se trataría de un Fausto diferente al sabio y hastiado personaje de la obra de Goethe. En ese Fausto todavía podemos reconocernos. Su mente es nuestra mente. Ahora, en cambio, la mente del nuevo Fausto está remodelada. “Una vez”, dice en Homo Sapiens, que sea posible corregir genes letales, ¿por qué pasar por el embrollo de insertar un ADN extraño cuando se puede simplemente reescribir el código y transformar un gen mutante peligroso en su versión benigna?”.
Una de las conclusiones fundamentales de la obra de Harari es que, contra lo que cree la mayoría de las personas, la tecnología nos construye en la medida en que diseña nuestra interacción con la realidad. No es un medio ni un instrumento, sino una forma de relación en la que los vivientes con logos se constituyen.