
Epstein, Trump y los fantasmas que no desaparecen
La Cámara de Representantes votó recientemente una resolución para desclasificar por completo los documentos del caso Epstein
En política, hay acusaciones que resbalan, y otras que se adhieren como una mancha indeleble. La relación entre Donald Trump y Jeffrey Epstein pertenece a esta última categoría. No importa cuántas veces intente desvincularse, las fotos, los testimonios y los documentos judiciales siguen emergiendo como recordatorios de una cercanía que, en el mejor de los casos, fue negligente; en el peor, encubridora.
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Este julio, la CNN publicó una serie de imágenes y videos inéditos que muestran a Trump junto a Epstein en eventos sociales de los años noventa, incluyendo su propia boda y fiestas organizadas por Victoria’s Secret. La BBC y El País recogieron también las últimas revelaciones: archivos del Departamento de Justicia que nombran al expresidente, testimonios antiguos que lo ubican en el entorno del magnate sexual y una lista cada vez más incómoda de coincidencias. Trump, como era de esperarse, niega todo. Pero el silencio elocuente de muchos y la negativa del Congreso a desclasificar los archivos alimentan una sospecha más corrosiva que cualquier acusación formal: que se está ocultando información.
¿Por qué esa sospecha ha ganado fuerza?
¿Por qué esa sospecha ha ganado fuerza? En primer lugar, porque hay documentos judiciales aún sellados, incluyendo transcripciones del gran jurado, testimonios de víctimas y listas completas de pasajeros al famoso jet de Epstein. Aunque varios nombres han sido revelados, entre ellos el del propio Trump, las autoridades estadounidenses han restringido el acceso a buena parte del expediente, bajo el argumento de “protección de la privacidad”. Lo que para unos es cautela legal, para otros es complicidad institucional.
En segundo lugar, Trump se ha negado a publicar cualquier prueba que despeje dudas. No ha mostrado registros de distanciamiento con Epstein más allá de declaraciones genéricas. Cuando fue confrontado por las imágenes, su respuesta fue: “Nunca formé parte de ese mundo… créanme”. Esa frase, cargada de ambigüedad, no sirve para despejar nada. Por el contrario, deja la sensación de que se responde desde la evasión, no desde la transparencia.
El tercer elemento es político: la Cámara de Representantes votó recientemente una resolución para desclasificar por completo los documentos del caso Epstein. La propuesta fue rechazada por un solo voto: 211 contra 210. Todos los congresistas republicanos alineados con Trump se opusieron. ¿Qué tan incómoda debe ser la verdad para que incluso una parte del Congreso prefiera enterrarla?
Trump ha contraatacado. Presentó una demanda contra The Wall Street Journal por haber difundido que su nombre aparece en los “Epstein Files” y sugirió, sin aportar pruebas, que hay personajes aún más implicados, como Bill Clinton o el expresidente de Harvard Larry Summers. La estrategia es clara: no negar el incendio, sino acusar a otros de encenderlo primero. Pero el problema es que el humo sigue saliendo de su propio tejado.
A esto se suma el testimonio de Jack O’Donnell, exejecutivo del Trump Plaza en Atlantic City, quien declaró que en los años ochenta vio a Trump y Epstein ingresar al casino con chicas que parecían menores. Aunque este testimonio no generó cargos formales, se enmarca dentro de un patrón inquietante de omisiones, amnesias y zonas grises.
Y lo más grave: el patrón histórico de encubrimiento. Epstein ya había recibido trato especial en 2008, cuando logró un acuerdo judicial ridículo frente a la magnitud de sus crímenes. En ese entonces, ya era evidente que su red incluía figuras del poder político, económico y mediático. Hoy, esa red parece seguir operando desde las sombras, protegiendo a los mismos de siempre. El sistema judicial norteamericano —que tanto presume de ejemplaridad— está bajo escrutinio.
El escándalo Epstein no se trata solo de quién hizo qué en una isla caribeña. Se trata de qué tan profundo es el pantano que conecta a la política, el dinero, la justicia y el abuso de poder. La pregunta hoy ya no es si Trump fue amigo de Epstein. Lo fue. Tampoco si sabía quién era. Lo sabía. La verdadera pregunta es qué está haciendo para esclarecer los hechos. Y la respuesta —hasta ahora— es nada. Solo silencio, evasivas y votos en contra de la verdad.
En este caso, el problema no es solo Trump. Es el sistema que permite que un escándalo de esta magnitud se diluya entre tecnicismos, intereses cruzados y campañas presidenciales. La isla de Epstein puede estar lejos, pero su sombra sigue proyectándose sobre el corazón del poder.
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