
El Shutdown no es el fin
#ANÁLISIS: Hasta el cometa Atlas 3 corre el riesgo de no ser monitoreado. Que no digan después que no lo vieron venir
Cada cierto tiempo pasa lo mismo: los noticieros se llenan de titulares apocalípticos, el dólar tiembla (pero no cae), y alguien en redes sociales grita que Estados Unidos “ha quebrado”. Esta vez el drama se llama shutdown, y aunque suene a colapso tipo Hollywood, es más bien un berrinche institucional. Grave, sí. Pero ni el dólar se evapora ni Trump se encierra en un búnker en Denver. Él prefiere los búnkers mediáticos, donde todo es culpa de los demócratas, de la prensa o de un meteorito chino.
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Lo que ocurre en estos casos es que el Congreso no logra aprobar a tiempo el presupuesto federal, así que, técnicamente, se corta el flujo de dinero hacia muchas agencias del Estado. Y como en Estados Unidos no todo se improvisa (aunque a veces lo parezca), hay una ley que impide que los funcionarios sigan trabajando si no hay fondos. Resultado: miles de empleados sin paga, parques nacionales cerrados, y científicos que no pueden mirar al cielo por falta de presupuesto. Literal: hasta el cometa Atlas 3 corre el riesgo de no ser monitoreado. Que no digan después que no lo vieron venir.
Ahora, esto no es nuevo. Desde 1976 ha habido más de 20 shutdowns, algunos brevísimos y otros épicamente largos. El más extenso fue el de 2018–2019, bajo el mismo Trump, que duró 35 días por su obsesión con el muro fronterizo. En 2013, los republicanos quisieron frenar el Obamacare y paralizaron todo durante 16 días. En los 90, Bill Clinton y Newt Gingrich se pelearon como adolescentes y dejaron a miles de empleados mirando el techo.
¿Se paraliza todo?
Pero ¿se paraliza todo? No. Los servicios esenciales siguen funcionando. Nadie deja de apagar incendios, detener terroristas o pagar la seguridad social. Pero sí se aplazan informes económicos clave, se interrumpen investigaciones científicas, y se afecta a las comunidades más vulnerables. Las agencias tribales, por ejemplo, dependen en gran parte del presupuesto federal y no tienen a quién reclamar cuando la burocracia se detiene.
La pregunta es: ¿por qué pasa esto cada vez que hay cambio de humor en Washington? La respuesta es sencilla y triste: porque pueden. El Congreso tiene la llave del presupuesto, y cuando los partidos se enredan en sus guerras culturales o ideológicas, usan el dinero como arma. Los republicanos suelen exigir recortes y menos Estado; los demócratas defienden los programas sociales. Y en medio quedan miles de empleados que trabajan sin cobrar, contratistas que ven cómo sus proyectos se suspenden, y el prestigio institucional que se erosiona un poquito más.
Hay algo de espectáculo también. Algunos congresistas disfrutan el show. Salen a cámaras, levantan el puño, prometen defender al contribuyente mientras impiden que se pague a los inspectores de alimentos. No hay mucha lógica, pero sí mucho cálculo electoral. Y si el presidente es Trump, el guion se vuelve todavía más teatral: amenaza con el cierre, lo provoca, pero luego dice que lo hace “por amor a la patria”.
¿Y qué piensa el ciudadano común? Algunos creen que el país está quebrado, como si el gobierno fuera una tienda que ya no puede pagar la luz. Pero Estados Unidos no quiebra así nomás. Sus agencias siguen operando con fondos de emergencia, los mercados internacionales tienen paciencia, y el Tesoro tiene herramientas para seguir funcionando. El problema no es financiero: es político.
Eso sí, cada shutdown tiene un costo. Según la Oficina Presupuestaria del Congreso, el de 2018–2019 costó unos $11 mil millones, de los cuales al menos $3 mil millones fueron irrecuperables. Y eso sin contar el daño moral de decirle a tus empleados: “sigue trabajando, ya te pagaremos… algún día”.
Volviendo al presente: el cierre de 2025 podría paralizar programas científicos como el monitoreo de cometas, frenar servicios para veteranos, cerrar museos y afectar la gestión migratoria. Pero no, Estados Unidos no se acaba.
En el fondo, el shutdown no es un agujero negro, sino un espejo: muestra hasta qué punto el desacuerdo político puede frenar un país. En otras democracias, este tipo de conflicto presupuestario sería impensable. Pero en EE. UU., donde la desconfianza en el Estado es casi un deporte nacional, es parte del juego.
Así que, si ves titulares con letras rojas anunciando el “cierre del gobierno”, respira. El mundo sigue. Solo que algunos trabajadores federales tendrán que esperar para cobrar… y tú, para visitar el Museo del Aire y el Espacio si es que quieres salir de Ecuador a buscar ‘’nuevos aires’’.
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