En décadas pasadas los viajeros internacionales debían presentar, además de sus pasaportes y visas, los certificados internacionales de vacunación contra enfermedades como la viruela, tuberculosis y fiebre amarilla. Eventualmente, conforme mejoraron las condiciones sanitarias y de salud, incluyendo la extinción de la viruela que cobró millones de vidas por varios siglos, los certificados cayeron en desuso.

La ubicuidad y virulencia de la pandemia del Sars-CoV2, acompañada de un verdadero descalabro económico, ha reactualizado la idea del denominado “pasaporte COVID” por parte de varios gobiernos, entre ellos el del Reino Unido, para ser usado como un instrumento de certificación de que el portador ha sido vacunado contra la enfermedad y no supone un riesgo de contagio para los circunstantes. Se incluiría esta vez no solo los pasos fronterizos sino para permitir el acceso a cualquier sitio de reunión o asistencia considerada masiva.

En el fondo, la solución está en lograr controlar la epidemia y sus variantes a través de la vacunación masiva pues, a través de ella, se alcanzará la denominada “inmunidad de rebaño” respecto de una peste que, como tantas otras, ha pasado a ser parte de nuestro diario vivir.