Un país... al garete

Así, en medio de la crisis sanitaria, económica, social y sobre todo ética, el país no puede continuar.

Cada día, en lugar de ganar institucionalidad pública se agudiza su pérdida. Ello es, sin duda, absolutamente lamentable y peligroso. Y por si se concibe como exagerado el presente diagnóstico, para sustentarlo basta revisar una a una las funciones del Estado y se las encontrará absolutamente descalificadas, no obstante que algunas de ellas cuentan con integrantes de mérito. Así, en medio de la crisis sanitaria, económica, social y sobre todo ética, el país no puede continuar.

Se necesita retomar el rumbo, algún rumbo y, ojalá, en los meses que le quedan al gobierno, se hagan las imprescindibles modificaciones. Tener, por ejemplo, un plan mínimo para enfrentar la complicada situación; tener presentes las contingencias posibles, rescatar la moral pública y, principalmente, devolverle esperanza a una república fatigada, sin sentido de futuro y de paso asqueada por la impunidad y la corrupción.

El régimen está obligado a tomar el timón de la nación, acudir a su reserva moral y trazarle un rumbo. El asunto es urgente. De no actuar pronto, la campaña electoral se superpondrá sobre la crisis y entonces, el juego de los intereses político desbordará la posibilidad de hacer los grandes acuerdos que hacen falta. Estaremos todos contra todos, y así, indeteniblemente, iremos camino del precipicio.