Guayaquil da pena

"Lo que se constata día a día son necesidades básicas desatendidas, inversión de los recursos de los contribuyentes en obras cuestionables y nada prioritarias, y una total ausencia de planificación urbanística"

En medio de una crisis como la que atraviesa Guayaquil, cuando la violencia y la delincuencia se desbordan, cercada además por una pandemia que aún no llega a su fin, se esperaría que las autoridades asuman un liderazgo positivo, estableciendo lineamientos sensatos y claramente orientados a lograr el mayor bienestar y progreso posible, cumpliendo sus funciones y yendo incluso más allá, con la inteligencia, mesura y ejecutividad que deberían practicar quienes dirigen los destinos de las comunidades.

Lejos estamos de contar con ese liderazgo. Lo que se constata día a día son necesidades básicas desatendidas, inversión de los recursos de los contribuyentes en obras cuestionables y nada prioritarias, y una total ausencia de planificación urbanística.

Guayaquil no tiene un plan de desarrollo a futuro que contemple movilidad sostenible, ni suficientes áreas verdes. Tampoco recicla ni clasifica residuos. No hay un plan para rescatar el Salado, ni para incrementar espacios públicos seguros que potencien la actividad comercial y turística. Solo tiene deterioro, malos olores, abandono y como agravante, la atención de su cabildo centrada en una disputa con el Gobierno central por el retorno voluntario a clases presenciales, mientras la ciudad se desmorona, se asfixia.