El Guayaquil ansiado

Nunca la ciudad ha tenido un plan de futuro y, por el momento, sigue sin tenerlo. La culpa es de los que mandan y también, de todos. De los que eligen a los que mandan y de los que callan cuando hay que denunciar’.

Pasan los años, pasan las lluvias, pasan los sicariatos, pasan las regeneraciones, pasan las obras artísticas en las paredes, pasan muchas cosas en Guayaquil y nada transforma la ciudad. Los más de tres millones de ciudadanos que viven en el Puerto son merecedores de un trato digno, acorde con los impuestos pagados.

Pero pasan las autoridades y nadie se ha sentado hasta ahora a decirle a Guayaquil qué ciudad va a ser. Ahora es un lugar gris, acalorado, violento y con pinceladas estelares manifestadas principalmente por iniciativas particulares. Sin embargo, sigue sin haber un plan. Ninguno de los comunes conoce si la ciudad crecerá ordenadamente. En realidad, lo que se sabe es lo contrario. La única certeza es que no hay un proyecto a largo plazo y que la improvisación reinará, de la mano de los beneficios paralelos de unos pocos, al menos hasta que llegue alguien con determinación y vocación de servir. No de servirse.

La culpa, hay que matizar, no es solo de los que mandan, sino de los que eligen. De los ciudadanos que por indolencia, resignación o, a veces, compadrazgo, callan ante las decisiones sinsentido que desperdician los recursos públicos sin retribución para la vida de todos.