Escandalizados a veces

Nadie va a defender declaraciones que, además de carecer de sustento, son ofensivas contra la población de una ciudad o provincia. Pero lo que deja atónito es que ese nivel de indignación no brote igual con los casos de corrupción

Afear unas declaraciones polémicas e injustas con la población de Guayaquil es esperable y comprensible. Nunca las generalizaciones fueron buenas para definir, cuestionar o criticar nada. Y lo son mucho menos las que tienen de base argumentos vacíos sustentados desde la xenofobia.

Pero lo sorprendente de la última controversia de redes sociales no es la indignación de una parte de la población al verse insultada, al verse tachada de corrupta. Lo que inquieta es que esa misma alharaca no despierten los casos de corrupción por sí mismos.

Las voces ciudadanas se levantan contra un personaje que, particularmente, insulta a toda una provincia. Pero la reacción generalizada de esa misma provincia es el silencio o la timidez cuando de lo que se habla es de despilfarro de recursos públicos.

No es comprensible que esté mal hablar de que hay corruptos pero que no estén igualmente rechazados socialmente los indicios de corrupción. Esa incoherencia habla de una ciudadanía más preocupada por la superficialidad y el buen nombre que por la efectiva resolución de problemas del lugar en el que viven y vivirán sus descendientes. Importa menos lo que se hace con los impuestos que pagan todos, que lo que se dice que hacen.