Editorial: La paz mundial nos concierne a todos

Además de la pérdida de vidas en sangrientos enfrentamientos, los combates van dejando secuelas de todo tipo: económicas, culturales, etc

La humanidad está cayendo en una peligrosa anomia frente a los conflictos mundiales en curso, como el de Ucrania y Rusia, el de Israel y Hamás, y otros más que se desarrollan en paralelo, o aquel que por llevar ya más de una década está casi olvidado: la guerra en Siria. Además de la pérdida de vidas en los enfrentamientos, los combates van dejando secuelas de todo tipo. En lo económico, naciones deprimidas donde la población, imposibilitada de llevar una existencia normal e incluso de subsistir, abandona sus devastadas ciudades y traspasa las fronteras, convirtiéndose en una carga para los países que los reciben. Esta migración genera también problemas sociales, pues muchos de los grupos desplazados en lugar de adaptarse a las costumbres del territorio que los acoge, buscan imponer su cultura y religión, a veces hasta con violencia. También se producen grandes pérdidas en el patrimonio histórico. Ciudades tan antiguas como Damasco y Alepo han sido gravemente afectadas, destruyéndose invalorables tesoros conservados desde la antigüedad.

Más allá de manifestaciones contra las guerras en las principales ciudades del mundo, y de esperar que un planeta unido se afane en frenar a raya el extremismo y el terrorismo, es imprescindible apelar a la sensatez y que el orbe, como un todo, se esfuerce por alcanzar el sosiego.