Editorial: La ética de papel

Es lamentable la decisión presidencial, pero es igual y hasta más lamentable que los funcionarios públicos necesiten de una serie de normas escritas

La ética es un valor que debería ser connatural al ser humano, y con mayor énfasis en quienes ejercen el servicio público. Pero como no siempre es así, se creó un Código de Ética de la Administración Pública que fue derogado hace pocos días por decisión del primer mandatario. ¿Los motivos? Se desconocen. Es lamentable la decisión presidencial, pero es igual y hasta más lamentable que los funcionarios públicos necesiten de una serie de normas escritas en papel para saber cómo comportarse en el ejercicio de sus funciones.

No es necesario que esté escrito en un documento que el funcionario público no puede llevar a sus familiares a trabajar a la institución pública que preside, ni gestionar favores que puedan constituirse en tráfico de influencias; que no debe mal utilizar los bienes muebles, los inmuebles ni los recursos públicos. Realmente no debería existir la necesidad de que estas normas consten por escrito, porque se presume la honestidad y el sentido común de las personas. Pero en una sociedad como la ecuatoriana, donde no se señala a la corrupción sino que se la normaliza con el silencio y con pequeños actos cotidianos, como sobornar a un vigilante de tránsito, se espera poco.

Por ambos lados es penoso. Al menos con un Código de Ética, escrito, no había pretexto para cometer estos actos reñidos con la moral y la ley.