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La carta

La misiva no es una broma; sí un ejercicio de sinceramiento de un jefe de Estado tremendamente sensible y que parece no estar dispuesto a escrutinios, interrogatorios, investigaciones de fondo...

Ilustración para columna de Tania
Esta carta será imposible de olvidar y seguiré pensando que ha sido un craso error escribirla y publicarla, sin que un asesor de altos quilates lo haya persuadido para evitarlo.Ilustración Teddy Cabrera

A Alberto Borges le gustaba regalarme libros. Se había inventado (ahora lo sé) que una mujer culta debía leer un libro por semana y me provocaba para que cumpliera esa medida de lectura. Uno de esos libros que me regaló fue ‘La broma’, de Milan Kundera, y su reflexión escrita en la primera página del libro, a manera de dedicatoria, era en realidad una advertencia sobre el cuidado que se debe tener con aquello que se escribe y se firma.

De eso trataba la novela, publicada por primera vez en 1967, un relato satírico del comunismo, con la historia de un joven que escribió (de broma) una postal dedicada a la chica con la que salía, usando frases bobaliconas, que se prestaron a ser malinterpretadas, originando una persecución política terrible contra él.

En ‘la broma’ de Kundera he pensado cuando leí la carta del presidente Guillermo Lasso para el titular de El Universo, Carlos Pérez Barriga, en un reclamo por lo que considera información incompleta en la publicación del artículo sobre los Papeles de Pandora en los que apareció su nombre. Solo que la carta no era broma.

Los calificativos del primer mandatario me impactaron, y a muchos otros periodistas, y más aún sus señalamientos y hasta acusaciones de ser parte de una campaña de desprestigio en su contra. Considero que hacer pública la carta es, además, una forma de advertirnos a todos. Lamentablemente, nos recordó a Rafael Correa cuando en sus sabatinas decía qué era y qué no era “información relevante”. En este caso, según el jefe de Estado, el diario calló una información relevante, al no haber expuesto que él y su grupo llegaron a pagar 588 millones de dólares en impuestos, durante los últimos 15 años.

La extensa carta de tres páginas, subida a la medianoche del 12 de octubre en su cuenta de Twitter, termina con varias preguntas, entre ellas: “¿Quién los frena a ustedes?”, recordando un reciente discurso suyo pidiendo que “… la prensa frene los excesos de un poder desbocado, como el que padecimos durante los últimos 14 años…”. Entonces el presidente Lasso se refería al gobierno de Rafael Correa y su intolerancia a la crítica. Me pregunto si acaso él no está cayendo en lo mismo.

Con menos de cinco meses de gestión, es muy pronto para creer que no hay marcha atrás. Ha tenido otros gestos amables y respetuosos con la prensa: ha enviado incluso un proyecto de ley que en blanco y negro nos daría mayores garantías para ejercer el periodismo. Pero esta carta será imposible de olvidar y seguiré pensando que ha sido un craso error escribirla y publicarla, sin que un asesor de altos quilates lo haya persuadido para evitarlo.

Quizás uno de sus problemas sea ese: no tener asesores de peso, interlocutores válidos, consejeros sabios. ¿Acaso hay demasiados jóvenes en el gabinete? Me pregunto además por qué el mandatario está abriendo otro frente, como si no tuviera suficiente con los serios problemas de entendimiento con el Legislativo. ¿Y la crisis carcelaria? ¿Y la inseguridad y la violencia?

La carta no es una broma; sí un ejercicio de sinceramiento de un jefe de Estado tremendamente sensible y que parece no estar dispuesto a escrutinios, interrogatorios, investigaciones de fondo. Y no porque tenga algo que esconder, realmente no lo creo, sino porque se ha revestido de esa ‘majestad del poder’ que ya sabemos cuánto daño puede causar.

Un colega director de un portal en Internet me dice que el primer mandatario tiene la piel muy fina. Que cualquier crítica lo molesta, que aún no le es posible aceptar el papel cuestionador de toda prensa independiente. Es penoso asumir que en su pensamiento ronde la idea de ponernos un freno. “¡Hostia!”, habría exclamado Alberto Borges.