Sophia Forneris | Sin causa, sin rumbo y sin oposición

Hoy, la oposición en Ecuador no falla por falta de fuerza, sino por falta de identidad
Ecuador vive una paradoja política evidente: el gobierno de Daniel Noboa no tiene una oposición real. No porque todo lo que haga esté bien, sino porque no existe un liderazgo capaz de canalizar el descontento. La disconformidad existe, pero está dispersa, sin ideología común ni rostro visible. En ese vacío, el poder se mantiene más por inercia que por consenso.
Los movimientos indígenas, históricamente protagonistas de los grandes levantamientos sociales, parecen haber perdido el norte. Acostumbrados a “salirse con la suya”, no terminan de entender cuál es su misión política en el escenario actual. Tras más de veinte días de protestas, gran parte del país no las ha sentido. Y mientras las carreteras se bloquean y los mercados se paralizan, el ciudadano común planea el próximo feriado y se desplaza a provincias sin disturbios. Ellos —los manifestantes— pierden dinero, apoyo y representación.
La historia la escriben los vencedores. Y en esta ocasión, la narrativa la controla el Gobierno. Si los movimientos sociales no logran adaptarse a la dinámica política que impone Noboa, quedarán relegados a un papel simbólico, sin influencia ni dirección. Antes de salir nuevamente a protestar, deberían ponerse de acuerdo sobre qué quieren y a quién representan.
Las movilizaciones que no reflejan a la mayoría del país corren el riesgo de diluirse. La evidencia lo confirma: los movimientos no violentos con una participación sostenida del 3,5 % de la población son los únicos que históricamente han alcanzado sus objetivos. Pero no basta con cantidad, se necesita propósito.
Hoy, la oposición en Ecuador no falla por falta de fuerza, sino por falta de identidad. Y mientras eso no cambie, Daniel Noboa seguirá gobernando sin contrapeso alguno. La ciudadanía, cansada de la confrontación y de líderes que repiten discursos vacíos, prefiere un gobierno funcional —aunque imperfecto— antes que volver al caos. Esa resignación se ha convertido en el mejor escudo político de Noboa.