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Sophia Forneris | Prensa libre, sin hipocresía

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Cada vez es más común que los gobiernos censuren voces críticas y respalden a medios afines mediante contratos lucrativos

En tiempos donde la polarización domina la conversación pública, la libertad de prensa se convierte en un termómetro de la salud democrática.

Sin embargo, la libertad de prensa ha ido retrocediendo en la última década. Cada vez es más común que los gobiernos censuren voces críticas y respalden a medios afines mediante contratos lucrativos, regulaciones favorables o acceso privilegiado a la información. El objetivo: que la prensa sirva al poder y no al público.

Pero, ¿a quién debemos responsabilizar? Los líderes electos han sido protagonistas en esta erosión, intentando silenciar a los incómodos y fortalecer a quienes ofrecen cobertura complaciente. Sin embargo, el deterioro de la libertad de prensa no es solo culpa de quienes gobiernan. También lo es de sociedades que, con frecuencia, aplauden que se calle al adversario mientras celebran que se amplifique la voz del medio afín. Cuando la rendición de cuentas se vuelve un simple intercambio de favores y conveniencias, la verdad se desdibuja. Y cuando los hechos se moldean a la narrativa de los vencedores, la democracia pierde su sustento más básico.

La libertad de prensa no se defiende solo cuando estamos de acuerdo con un medio, sino también cuando quienes piensan distinto se hacen escuchar. No se puede actuar con hipocresía: toda opinión con fundamentos merece ser escuchada. Ridiculizar o menospreciar al que piensa diferente ha sido, históricamente, una estrategia política para evadir respuestas a los problemas urgentes.

Frente a este panorama, me aferro al optimismo de pensar en soluciones. El economista Gary Becker, en su modelo sobre el crimen, sostiene que los individuos evalúan los beneficios frente a los costos de sus actos: cuanto mayor es la probabilidad de ser descubiertos o castigados, menor es el incentivo para delinquir. Una prensa libre funciona de manera similar: eleva la probabilidad de que la corrupción y los abusos sean expuestos, y por lo tanto actúa como un verdadero disuasivo.

Defender la libertad de prensa, incluso cuando incomoda, es la única garantía para construir una sociedad más justa y menos vulnerable al abuso del poder.