Tan callados

Me gustaría leer un pronunciamiento del presidente, que ha defendido con naturalidad desde su posición de jefe de un Estado laico su religiosidad como persona
Con los hijos no se metan. No se metan, porque alzarán la voz, protestarán, convocarán marchas, expondrán a las personas amenazadoras y buscarán de todas las formas posibles protegerlos del mal. Menos en un caso. Solo en una determinada circunstancia, el ímpetu de denuncia se pronuncia como silencio.
Ayer, el diario El País revelaba que Ecuador ha sido -y no se sabe si sigue siendo- durante décadas el refugio de curas pederastas. No es que había sacerdotes que abusaban de los niños en este país -que también los hay como se ha denunciado anteriormente- sino que protegían a aquellos que ya venían manchados con la deshonra y la perversidad de arruinar la inocencia de un niño para siempre solo por satisfacer su morbo. En la Iglesia, ni más ni menos. En donde se promulgan mandamientos sobre lo que está bien ser y lo que no está bien ser. Nadie se ha conmovido. Mucho menos han salido a defender a las víctimas.
A mí me duele. Por los niños, por las mujeres y por el país. Una sociedad que no se conduele de los abusos sexuales, que no se siente sucia porque eso pase en su entorno, en su vecindario, en su templo, es una sociedad que camina hacia el abismo.
Me gustaría leer un pronunciamiento del presidente, que ha defendido con naturalidad desde su posición de jefe de un Estado laico su religiosidad como persona, en el que asegure que hará todo para conocer los nombres de los 23 curas acusados de pederastia que la propia jerarquía envió a Santo Domingo como premio - perdón, como refugio- ante su comportamiento morboso. La ley positiva, la creada por los seres humanos, castiga en todos los países el abuso sexual y agrava la sanción en caso de menores. ¿Por qué no hay la misma mortificación en el seno de la Iglesia y de sus feligreses cuando, originalmente, están regidos por unas normas de ética y moral en las que no se admiten medias tintas?
¿La tibieza, mejor dicho, la indiferencia con la que han reaccionado quienes se reconocen, viven, practican y predican una religión, es compatible con sus creencias?