Columnas

Algunos tenemos memoria

"Esa decena larga de candidatos que se mostraban convencidos de sus posibilidades electorales, deberían explicar ahora por qué no están haciendo una oposición constructiva"

Yo sabía que me estaban mintiendo en la cara. Que no tenían cifras que sustentaran aquella seguridad. Que no tenían siquiera una verdadera estrategia poselectoral. Ellos sabían mejor que yo que no iban a pasar a segunda vuelta y mucho menos a ganar las elecciones. Yo pregunté y repregunté de varias formas para reconducirles a que fueran sinceros acerca de sus nulas posibilidades o a que, como hicieron, tiraran del más indisimulado cinismo y mintieran en una entrevista escrita.

Hoy quisiera que César Montúfar o Guillermo Celi o cualquiera de los participantes de las últimas elecciones que pasaron por estas páginas en campaña y garantizaron para sí una victoria electoral, nos contaran ahora a todos cómo es que ese ímpetu que les llevó a renegar de las encuestas que -tal y como sucedió después- no les daban ni un 1 % de los apoyos, se ha desvanecido. Y cómo es que no son ni oposición.

No ganaron nada, pero no porque el sistema electoral impida a un aparecido llegar al poder. No es eso. No ganaron nada porque en realidad no estaban ahí para hacer carrera presidencial. Si hubieran tenido un plan, lo estarían defendiendo ahora desde el frente. Estaban para otra cosa. Vendieron humo a sabiendas.

Que nos expliquen a todos cómo es que ese sentido de la responsabilidad patriótico que les llevó a presentarse a unas elecciones con todo en contra no les ha empujado ahora a seguir construyendo con sus propuestas. Que nos digan si su desaparición total de la primera línea de la política no demuestra que en realidad eran no menos de 10 improvisados que carecían de una motivación sincera para concurrir a las elecciones. Que eran oportunistas. Quisiera, sobre todo, que explicaran cuál era el trasfondo: ¿darse a conocer más para otros fines individuales? ¿Fungir de cara conocida para un movimiento que no quería renunciar a fondos públicos? ¿Oser un instrumento de desgaste contra alguno o algunos de los candidatos que sí tenían una estructura capaz para gobernar o ser oposición durante cuatro años? En definitiva, si se creyeron sus falacias o si les daba igual insultar a la inteligencia de los mandantes.

Porque, aquí, el mayor perjuicio de esta tergiversación de la vocación política no es la pérdida de tiempo y recursos. Es el agotamiento que provocan en la ciudadanía y el consecuente descreimiento de los ecuatorianos en las instituciones del Estado.