¡Ninguno presidente!

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Y el otro es clásico y algo gastado, pero me mata de ternura: “Se ve, se siente, ¡Ninguno presidente!”.

Si hay algo en lo que concuerdan todas las encuestas que miden el ánimo electoral de los ecuatorianos es que la mayoría tiene claro quién debe ser su próximo presidente.

No son quienes lideran las preferencias, Andrés Arauz y Guillermo Lasso, que arañan el 20% cada uno, seguidos de lejos por el único que podría ser la sorpresa, si los dioses y los planetas y la furia se alinean: Yaku Pérez, con un potentísimo 8 %.

Al otro lado, los ecuatorianos en su mayoría lo tienen decidido. Y cuando les preguntan, alzan la voz y hasta insultan para que al encuestador le quede claro. No están indecisos ni deshojan margaritas. No. El 40 % de electores ya tiene una decisión: tiene su candidato y sabe quién deber ser su presidente.

¿Quién creen ellos que les devolverá la confianza después de la peor tragedia que han soportado en sus vidas? Ninguno. ¿Quién levanta una propuesta sensata de reactivación económica que junte al capital y al talento humano y reparta equitativamente esfuerzos y ganancias? Ninguno.

¿Quién tiene un plan de gobierno que ordene las finanzas, desfalcadas por los corazones ardientes y mandadas al diablo por los repartidores de hospitales? Ninguno. ¿Quién ofrece hablar con la verdad desnuda, sincerar las cuentas, desterrar el odio, recortar los gastos, generar mucho empleo? Ninguno. ¿Quién trabajará para heredarnos al fin una justicia proba, una burocracia sin obesidad, una política sin ladrones? Ninguno.

¡Qué país hemos construido! Si las elecciones fuesen hoy no habría segunda vuelta y nos ahorraríamos un dineral. Los políticos que nos han gobernado, los grupos de poder que los han controlado y los ciudadanos que los hemos elegido deberíamos sentirnos orgullosos de tener uno en que el 40 % de los nuestros ya tiene su candidato.

Esa campaña, que se vislumbra triunfadora, tiene hasta los eslóganes cantados. Les dejo dos, porque me lleva el entusiasmo. Uno es medio plagiador, tal cual lo eran quienes lo crearon, pero es efectivo: “Ya tenemos presidente, tenemos a Don Ninguno”. Y el otro es clásico y algo gastado, pero me mata de ternura: “Se ve, se siente, ¡Ninguno presidente!”.