Mentiras criminales
Gobernar exige hacer concesiones y enfrentar grandes dilemas. Pero también demanda límites, coherencias mínimas, decencia...’.
He entrevistado a una veintena de jefes de Estado. Sobrios o charlatanes, brillantes o incapaces, serenos o dementes, derechistas con falsos cargos de conciencia o socialistas de champán; muy pocos me parecieron íntegros, aunque más de uno tenía una simpatía arrasadora o un verbo fulminante. Pero en algo se parecen: están convencidos de que sus errores fueron inevitables.
Eso pienso cuando dos noticias que pasan desapercibidas me recuerdan el modo en que casi todos los hombres del poder gobiernan: mintiendo con alevosía. Esta semana se desclasificaron documentos que avalan la responsabilidad del régimen de George H. Bush en la cruenta invasión a Panamá. Fue en 1989 y para capturar a Manuel Noriega, un exagente de la CIA que llevaba 21 años en el poder. Durante 2 décadas a los gringos no les molestó que su empleado acanallara a los panameños, pero un día les dio un ataque de democracia y aterrizaron con bombas en la capital. Nunca respondieron por los delitos cometidos: por ejemplo, 500 víctimas inocentes, enterradas con el cruel eufemismo de “víctimas colaterales”.
También por estos días, el diario que siempre nos devuelve la fe, The Washington Post, ganó una larga batalla judicial para poder publicar que 3 administraciones estadounidenses mintieron con descaro en la guerra fraguada contra Afganistán. Durante 18 años los presidentes y altos mandos militares dijeron que la guerra estaba justificada, que se la estaba ganando y que valía la pena seguir.
Pero en privado reconocían que, cito el informe: “no sabemos qué estamos haciendo aquí. No tenemos la más remota noción de lo que estamos enfrentando…”. Que se lo digan ahora a las 75.000 víctimas, 3.000 de ellas soldados suyos, muertos en batalla. Llevan gastados ¡más de US$ 750 mil millones! en esa mentira. La guerra es el gran negocio de los perversos.
Gobernar exige hacer concesiones, enfrentar grandes dilemas, visitar el fango de la condición humana. Pero también demanda límites, coherencias mínimas, decencia. Los farsantes siempre van a justificarse; el problema es que muchos mueren por sus mentiras… Y por lo general antes que ellos.