El coraje de estar juntos

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'En cambio juntos, acoderados unos a otros, ayudando al que más necesita, tenemos la posibilidad de vencer. De vencernos...’.

Me he acordado de Eduardo Galeano en estos días. Pero solo ayer a primera hora pude entender por qué lo busco como quien quiere algo de luz mientras busca a tientas. Acordarse de Galeano es acordarse de la poesía, ese refugio cálido, hermoso y a la vez terrible, donde las verdades más sencillas, más sabias, más duras, vuelven a tener sentido. La poesía es vida.

Recurro a la poesía de Wislawa Szymborska, polaca, Nobel de Literatura 1996: “La realidad exige que lo digamos bien claro; la vida sigue su curso. Sucede así en Cannas, en Borodinó, en los llanos de Kosovo y en el Guernica”.

Y tiene razón, porque allí donde el horror se instaló con sus ríos de sangre y saña, la vida volvió a surgir, terca y espléndida. Hay niños jugando donde fue Hiroshima, hay girasoles que quieren ver el sol en Chernóbil, hay escuelas multicolores en los barrios de Soweto. La vida seguirá su curso y habrá quien cuente en versos, y también en metáforas, sus poderosos símbolos.

Les pongo un ejemplo: un alumno le preguntó a la antropóloga norteamericana Margaret Mead cuál ella consideraba el primer símbolo o señal de la civilización de la historia. Ella, fuera de toda expectativa, respondió: “un fémur quebrado y cicatrizado. Ningún animal sobrevive a una pierna quebrada por tiempo suficiente hasta el hueso sanar”. Eso quiere decir que el fémur fracturado y cicatrizado muestra una clarísima evidencia: alguien ayudó al herido, alguien lo curó y sanó. Ese alguien se quedó hasta que pudo tratar correctamente su herida… En otras palabras: la civilización comenzó y sobrevivió porque alguien ayudó a otro que estaba en dificultades.

Esa es la tarea de estos días atropellados y convulsos. Elevarse por el egoísmo que nos atenaza hasta los sueños; superar esa creencia de que somos el ombligo del mundo, que somos poderosos. No lo somos. Individualmente somos hojas al viento, precarias y finitas.

En cambio, juntos, acoderados unos a otros, ayudando al que más necesita, tenemos la posibilidad de vencer. De vencernos. Como bien dice Galeano: “ojalá podamos tener el coraje de estar solos, y la valentía de arriesgarnos a estar juntos”.